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Si yo fuera Presidente del
CONICET
Edda Adler
Instituto de Investigaciones Farmacológicas del CONICET
Si yo fuera Presidente del CONICET (Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas) desearía que este
organismo, por su calidad de máximo ejecutor de la ciencia argentina,
fuese un ente autónomo y desarrollase su actividad exclusivamente
sobre la base de la excelencia, con total prescindencia de ideologías
políticas.
Asumiría mi función con la suma de los derechos, deberes y
obligaciones que la importancia de la tarea requiere. Entre los
deberes dividiría mi tiempo de tal manera que me permitiese controlar
la marcha del CONICET, sin abandonar mi trabajo científico. Estimo
que seguir trabajando como investigador haría que no me alejase ni de
mi proyecto científico, ni de las necesidades presupuestarias y
salariales de mis pares y que no abandonase la lucha por mejorar el
presupuesto para la investigación y los salarios de los becarios, de
los investigadores, de los técnicos y de los administrativos que
forman parte del sistema.
Entre mis obligaciones estaría la obediencia irrestricta a principios
éticos que excluyan el beneficio propio y el amiguismo en todas las
instancias académicas y resolutivas del Organismo.
Entre mis derechos, y no sólo por asumir cabalmente la
responsabilidad de la función sino también por el funcionamiento
armónico de la Institución, considero que sería fundamental el
poder seleccionar personalmente a los miembros del Directorio, no
sólo sobre la base de su idoneidad sino también, y muy
especialmente, de la calidad ética de sus acciones. Imagino un
Directorio constituido además del Presidente, por ocho miembros, dos
por cada una de las grandes áreas de la Ciencia, considerando entre
ellas a las Ciencias Biológicas y de la Salud, las Ciencias Sociales
y Humanas, las Ciencias Exactas y Naturales y las Ciencias Agrarias,
de la Ingeniería y de los Materiales. La eventual aplicación
tecnológica de los proyectos de investigación surgiría del consenso
general de las disciplinas presentes y del asesoramiento de un comité
de especialistas del área tecnológica.
Los miembros del Directorio, no necesariamente investigadores del
Organismo, propondrían la constitución de Comisiones Asesoras que
representen a las dieciocho disciplinas que actualmente se evalúan en
el CONICET e incorporarían otras nuevas en la medida que los
adelantos científicos y tecnológicos lo hiciesen necesario. La
amplitud de criterio, la ecuanimidad y el respeto por las distintas
corrientes de pensamiento serían condiciones, además de la idoneidad
en su tema específico, requeridas para ser miembro de una Comisión
Asesora.
Correspondería también a los miembros del Directorio supervisar la
tarea de los estamentos administrativos. Sería responsabilidad del
Presidente el lograr que dichos estamentos colaboren armónicamente
entre ellos. La administración racional de la ciencia, aunque para
algunos parezca una tarea menor, es el factor que garantiza que los
investigadores no sufran el fatigoso cambio de pautas formales que
ocurre cada vez que se renueva una gestión. También evitaría los
cronogramas administrativos voluntariosos que ignoran, por ejemplo,
los tiempos reales del proceso de evaluación.
El sistema de evaluación en particular merece un párrafo aparte por
la densidad de temas y de situaciones que aborda. El miembro del
Directorio que lo coordine debería ser sin duda un Investigador de la
Carrera, con cabal conocimiento del sistema científico del CONICET.
Sería su responsabilidad asegurar que criterios de calidad, y no de
cantidad, sean aplicados para valorar la labor de los científicos,
quienes serían evaluados por un miembro de la Comisión Asesora y por
un experto ajeno a ella. Las tareas de los evaluadores, así como su
participación en las Comisiones Asesoras, deberían ser remuneradas
por el CONICET y tenidas en cuenta al valorar la labor desarrollada,
en el caso que pertenezcan a la Carrera del Investigador.
En lo que respecta a la Carrera del Investigador la filosofía
conceptual de la importancia de la dedicación exclusiva, que ha sido
un pilar fundamental desde los inicios del CONICET, debería
acompañarse por niveles salariales dignos que permitan en la
práctica ejercerla sin retaceos. Sería también importante recuperar
el papel que deberían jugar los miembros de la Carrera del Técnico
para el desarrollo tecnológico de la investigación.
En cuanto a la inserción de los investigadores y becarios en el
ámbito Universitario entiendo que el CONICET debería estimularla.
Sin embargo ello no debería implicar la destrucción o el descuido de
las Unidades Funcionales del CONICET, que ya sea en dependencias
universitarias o fuera de ellas, han demostrado y acreditado una
trayectoria de productividad y de prestigio en su área. El estímulo
para la inserción en la Universidad, no debería ir en desmedro de
quienes optan por abocarse en forma exclusiva a sus tareas de
investigación y por ejercer la docencia a través de la formación
personal de discípulos y de la dirección de Tesis de Doctorado.
En la distribución de subsidios para la ejecución de los proyectos
no deberían superponerse dos organismos con una relación de
dependencia común, como actualmente sucede con la Agencia y con el
CONICET. El sistema científico por otra parte, debería hacer llegar
a la sociedad un mensaje simplificado y asequible respecto al buen uso
de esos subsidios y al valor social agregado por sus logros.
Los becarios deberían ser alentados para su inserción en el sistema
científico nacional, creando condiciones que los motiven para
permanecer en el país una vez completada su formación de postgrado.
Para ello, el concepto vertido por el Dr. Bernardo Houssay, en el
sentido que la ciencia no tiene fronteras pero los científicos tienen
patria, debería estar acompañado por condiciones tales que evitasen
que becarios calificados queden fuera del sistema porque el
presupuesto del CONICET, o la rigidez de su planta, no permiten su
incorporación en la Carrera del Investigador.
Encararía el tema de la jubilación implementando la creación de la
figura de Investigador Emérito para todos aquellos jubilados cuya
producción haya sido calificada positivamente durante sus últimos
cinco años de trabajo. Propondría para ellos un salario equivalente
al 80% de su sueldo en actividad y el compromiso de su parte de
colaborar en tareas de asesoramiento cuando fueran requeridos para
ello. En cuanto al aspecto económico de la propuesta, el CONICET
abonaría sólo la diferencia entre el haber jubilatorio y el sueldo
que correspondiese en actividad a la categoría del jubilado.
Por último, y no por ello menos importante, solicitaría, escucharía
y respetaría la opinión de la comunidad científica. Valga como
ejemplo su masivo disenso frente a criterios dirigistas recientemente
implementados, tales como los que fuerzan el cambio de director de
trabajo en el caso de las becas postdoctorales. Este criterio atenta
contra la libertad de elección temática de los becarios y acarrea el
desmembramiento de grupos de trabajos consolidados, a quienes el
CONICET debería apoyar sin retaceos. La apertura del conocimiento,
posición a todas luces sustentable, debería fomentarse apoyando
subsidios para proyectos conjuntos de investigación, que impliquen un
enriquecimiento temático y no un cambio de lugar de trabajo errático
y azaroso en una comunidad tan limitada como la nuestra.
Dirección Postal: Edda Adler. Instituto de Investigaciones
Farmacológicas del CONICET, Junín 956, 1113 Buenos Aires
Nota: A lo largo de los años, Medicina (Buenos Aires) ha
publicado repetidamente artículos relacionados con los problemas de
los investigadores del CONICET (1986; 46: 235-9; 1992; 52: 483-90;
1993; 53: 546-8; 1995; 55: 373-5; 1995; 55: 473-4) los cuales en la
actualidad son semejantes a los que atañen al CNRS en Francia (La
Recherche 1999; 316: 108-12).
En esta oportunidad el Editorial Si yo fuera Presidente del CONICET
abre la posibilidad a otros investigadores interesados en opinar sobre
el tema. El Comité de Redacción
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