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Premio Nobel de
Fisiología o Medicina 1999
Las señales que dirigen el tránsito en las células
Guillermo Jaim Etcheverry
Departamento de Biología Celular e Histología, Facultad de
Medicina, Universidad de Buenos Aires
Durante la segunda década del siglo que termina, hemos sido
testigos de avances espectaculares en el conocimiento de la unidad
fundamental de los organismos vivos. Este progreso de la biología de
las células fue impulsado por el desarrollo de técnicas que
permitieron revelar sus más íntimos detalles estructurales y
proponer la naturaleza de los mecanismos mediante los que llevan a
cabo su función. Sin duda, uno de los temas dominantes en la
investigación biológica contemporánea es la concepción acerca de
la íntima unidad que existe entre la estructura y las funciones
celulares.
En una célula típica, se encuentran alrededor de mil millones de
moléculas de proteínas que intervienen en su estructura o bien
llevan a cabo funciones específicas, como las enzimáticas. Esas
proteínas están sometidas a un ciclo de renovación que hace que
resulten reemplazadas aproximadamente una vez por mes. El problema se
agrava porque, como lo han demostrado numerosos análisis
estructurales, hay en el interior de las células diversos
compartimientos que contienen proteínas diferentes. Cada uno de esos
compartimientos está rodeado, a su vez, por membranas especializadas
que suelen ser impermeables a las proteínas y que las contienen en su
estructura.
¿Cómo «sabe» cada proteína sintetizada dentro de la célula si
debe ser eliminada al exterior o si, en cambio, le corresponde
permanecer dentro de ella? En este último caso, ¿cómo reconoce su
destino entre los distintos compartimientos de la célula y cómo
ingresa a ellos? Esos son los mecanismos que develó Günter Blobel,
mediante sus estudios realizados durante los últimos 30 años y que
acaban de ser reconocidos por el Instituto Karolinska de Estocolmo con
el Premio Nobel de Fisiología o Medicina correspondiente a 1999.
Blobel, nacido en 1936 en Walterdorf, una localidad de la Silesia por
entonces en territorio alemán y actualmente en Polonia, se graduó de
médico en la Universidad de Tübingen, Alemania, de donde emigró en
la década de 1960 a los Estados Unidos de América, país del que es
ciudadano y en el que desarrolló su carrera científica. Inicialmente
entrenado en oncología en la Universidad de Wisconsin, realizó su
trabajo postdoctoral en la Universidad Rockefeller de Nueva York junto
a George Palade, uno de los fundadores de la moderna biología
celular, quien en 1974, también recibió el Premio Nobel de
Fisiología o Medicina junto con Albert Claude y Christian de Duve.
A fines de la década de 1960, trabajando en ese laboratorio junto con
el científico argentino David Sabatini, actualmente jefe del
Departamento de Biología Celular de la Universidad de Nueva York,
postuló que la señal que dirige a las proteínas hacia su destino se
encuentra en uno de los extremos de la molécula proteica. Ese trozo,
el «péptido señal», constituye el «código postal» que permite a
las proteínas encontrar su destino dentro de la célula o las ubica
en la ruta que las encamina por un circuito que culmina con su
exportación fuera de ella. Una serie de trabajos que ambos
investigadores realizaron en colaboración, publicados en 1970, fueron
los que establecieron las bases de los estudios ahora reconocidos con
el Premio Nobel. Afirma Blobel: «Al comienzo fue sólo una atractiva
idea: resultaba algo osado proponerla porque nada sugería la
existencia de una secuencia señal. Pero fue lo más apropiado que se
nos ocurrió». Un año más tarde, en la Universidad de Cambridge en
Gran Bretaña, el grupo de César Milstein encontró los primeros
indicios acerca de la existencia de secuencias señal en una de las
cadenas proteicas de los anticuerpos. Efectivamente, la proteína
segregada al torrente sanguíneo era algo más corta que la que
permanecía aún en el interior de las células, sugiriendo que en
realidad una secuencia señal originalmente presente en la proteína
había sido eliminada en el momento de la secreción.
Cuando se analizan esos trabajos iniciales, resulta llamativo el hecho
de que la distinción no haya sido compartida por quien contribuyó en
forma esencial a la postulación de la hipótesis. Se trata de David
Sabatini, médico argentino graduado en la Universidad de Rosario en
1954 y, más tarde, colaborador de Eduardo de Robertis en la Facultad
de Medicina de la UBA antes de establecerse en los EE.UU. Al igual que
en el caso del premio Nobel otorgado en 1994 por el descubrimiento de
las proteínas G, cuando no se citó el trabajo del argentino Lutz
Birnbaumer, parece quedar relegada una contribución decisiva
realizada por uno de nuestros compatriotas.
La importancia del aporte de Sabatini, mencionado junto con Blobel
hasta en los libros de texto, quedó reconocida por el otorgamiento de
la Medalla Wilson, premio que la Sociedad Americana de Biología
Celular les concediera a ambos en 1986 por esos trabajos. En
oportunidad de entregar la distinción, la prestigiosa bióloga Mary
Lou Pardue señaló: «Tanto juntos como individualmente, David
Sabatini y Günter Blobel han realizado contribuciones fundamentales a
la comprensión de los mecanismos de una de las más importantes
actividades del citoplasma, es decir, la distribución adecuada de las
proteínas recién sintetizadas en el interior de las células para
mantener su estructura compleja. . . Fue en base a los estudios que
realizaron en forma conjunta que en 1971 propusieron la hipótesis de
la señal»1, 2.
Resulta ilustrativo el relato que de esta colaboración ha realizado
el propio David Sabatini al ser interrogado por agencias noticiosas
internacionales acerca de la misma en oportunidad de otorgarse el
Premio Nobel. Dice: «Creo que fue en 1967 cuando Günter llegó a
Rockefeller luego de completar su doctorado con van Potter en
Wisconsin para trabajar con George Palade, director de los
laboratorios de biología celular. Fue él quien lo orientó hacia
Phil Siekevitz, uno de sus más estrechos colaboradores. En ese
entonces yo era profesor asistente y en mi propio laboratorio, vecino
al de Siekevitz, se estaban estudiando las vinculaciones de los
ribosomas que sintetizan las proteínas secretoras con las membranas
del retículo endoplásmico, un tema que había comenzado a explorar
en mi tesis de doctorado realizada bajo la dirección de Palade.
Günter se manifestó muy interesado por este problema y estaba
familiarizado con mis trabajos sobre el tema3, 4. En ellos, había
demostrado que la cadena polipeptídica naciente en el ribosoma fijado
en la membrana contribuye a su asociación con el mismo ribosoma,
sugiriendo la existencia de limitaciones físicas, posiblemente un
túnel en el ribosoma alineado con un canal a través de la membrana,
que restringen la difusión de la cadena naciente y por lo tanto,
inducen su descarga vectorial en la luz del retículo endoplásmico.
Günter discutía frecuentemente estos trabajos conmigo y, luego de un
corto período en el laboratorio de Siekevitz, decidió unirse a
nuestro proyecto y se mudó a mi laboratorio. Establecimos una
relación sumamente estimulante y productiva y algunos de los trabajos
que publicamos entonces, demostraban claramente que el péptido
naciente actúa como un eslabón entre el ribosoma que lo sintetiza y
la membrana y que el extremo amino terminal del polipéptido está
inmerso en la membrana5, 6, 7. Esos fueron los fundamentos de la
hipótesis de la señal que formulamos conjuntamente, aunque no le
dimos entonces ese nombre, lo que ocurrió algo más tarde». Prosigue
Sabatini en las declaraciones que efectuó a la publicación
británica Nature: «Recuerdo entre los momentos más felices de mi
carrera científica las tardes en la Universidad Rockefeller a fines
de los años sesenta y comienzo de los setenta, cuando ambos
compartíamos horas frente a un pizarrón dibujando esquemas que
permitieran explicar la especificidad de la síntesis de proteínas
relacionada con el retículo endoplásmico. Por eso, una de mis
mayores satisfacciones fue ver algunas de aquellas atractivas ideas
originales, confirmadas por los elegantes y rigurosos experimentos que
se llevaron a cabo en el laboratorio de Günter. Me encantó enterarme
de que le había sido otorgado el Premio Nobel». Conociendo la
historia de estos estudios, tal vez sorprenda el hecho de que esa
distinción, que puede ser discernida a un número de hasta tres
científicos, no haya sido compartida en esta oportunidad como lo es
con frecuencia.
A partir de un trabajo clásico8, 9 de 1975 en el que logró descifrar
la primera secuencia señal, los estudios de Blobel, que desde
entonces continúa como profesor en la Universidad Rockefeller, han
permitido identificar en forma precisa y rigurosa los distintos
componentes del mecanismo molecular mediante el que las proteínas son
reconocidas por las membranas, el «sistema postal de la vida», así
como la naturaleza de los canales que les franquean el paso a través
de ellas y la forma en que estos canales operan. Como señala James
Rothman, un biólogo celular colega de Blobel que trabaja en el
Memorial Sloan Kettering Cancer Center de Nueva York, «las
contribuciones de Blobel indicando que las proteínas codifican su
propio destino dentro de la célula, fueron de naturaleza monumental.
Más aún, el concepto parece tan obvio que la sensación de extrema
simpleza que genera justificó la resistencia que enfrentó al
comienzo. A menudo los biólogos no piensan que la naturaleza pueda
ser tan sencilla...». En los últimos tiempos, el laboratorio de
Blobel se ha ocupado de analizar el tráfico de moléculas a través
de la membrana que separa al centro de control de la célula, su
núcleo, del resto de la misma.
Los hallazgos que acaban de ser reconocidos con el Premio Nobel y que
han valido a Blobel los más importantes premios científicos, abren
un enorme campo de aplicación a la medicina, mencionado al concederse
el premio. Ya se han identificado, en varias enfermedades,
alteraciones en el mensaje que indica el destino de las proteínas y,
el avance de la ingeniería genética ofrece la posibilidad de
modificar terapéuticamente esas instrucciones de destino.
Sin embargo, es preciso advertir que quienes estudian estos problemas
lo hacen respondiendo al ansia del hombre por conocer. No hace mucho,
Blobel señaló, «si, como hoy se pretende, fuera posible anticipar
lo que uno ha de hacer durante cinco años, seguramente el resultado
no sería valioso. Lo que los científicos escriben y lo que hacen son
cosas muy diferentes pues, a menudo, es preciso cambiar
drásticamente». Oportuna observación para un tiempo en el que, como
en otros campos de la sociedad, una burocracia abrumadora intenta
controlar férreamente la actividad creadora del científico.
Bibliografía
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eukaryotic cells. In: Biomembranes, Vol. 2, LA Mason (ed), New York:
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to microsomal membranes. J MOl Biol 1966; 19: 503-24.
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puromycin from attached ribosomes. Proc Natl Acad Sci USA 1966; 56:
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5. Blobel G, Sabatini DD. Controlled proteolysis of nascent
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polypeptides within ribosomes. J Cell Biol 1970; 45: 130-45.
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Presence of proteolytically processed and unprocessed nascent
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9. Blobel G, Dobberstein B. Transfer to proteins across membranes. II.
Reconstitution of functional rough microsomes from heterologous
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