Comentarios a propósito
del cerebro de Albert Einstein
Jorge A. Colombo
Unidad de Neurobiología Aplicada (CEMIC, CONICET),
Con un cierto nivel de sano escepticismo podría afirmarse que el
conocimiento no es sino una cambiante construcción de imaginarios,
sometido a veces a cuestionables criterios de verdad. Dentro de esa
«fluidez» o relatividad del conocimiento el método científico
permite generar modelos verificables de la realidad, es decir, de
nuestras representaciones de la realidad (o imaginarios). Pero aún
así, ello no alcanza para evitar ponencias insólitas que
demuestran la penetración de lo prejuicioso, lo ideológico o lo
mágico. Y entonces lo imaginario se transforma en profecía
autocumplida. Un caso particularmente notable por sus implicaciones
sociopolíticas fue el referido a la pretendida relación entre
capacidad craneana e inteligencia aplicada al análisis comparado de
razas humanas, que agudamente S. Gould analizó y desautorizó en su
libro, de lectura obligada, titulado Mismeasure of Man. Otra
instancia fue la de un célebre científico, Oscar Vogt, quien
especuló con excesivo entusiasmo y convicción acerca de la
existencia de características histológicas que supuestamente
fundamentaban la «superior capacidad mental» del para entonces
maltrecho cerebro de V.I. Lenin (resultado de varios episodios
isquémicos)1, 2. Más recientemente, el cerebro de un célebre Homo
sapiens sapiens ha dado motivo a la expresión de nuevos
«imaginarios». No ya relacionada con la propuesta según la cual
la inteligencia se evidenciaría en configuraciones cerebrales (o
craneanas si nos remontáramos al siglo XIX) sino aún más, la
propia genialidad. Si en vida Albert Einstein fue un personaje
polémico en el sentido más creativo de la palabra, su cerebro se
ha transformado en objeto de un debate que en última instancia
pareciera revivir antiguos pleitos entre lo imaginario y lo
científico. La gran diferencia es que lo segundo no se satisface
con lo intuitivamente atractivo y requiere de una dialéctica basada
en evidencias y criterios de verdad formales. Luego de un insólito
y azaroso periplo, porciones del cerebro de Einstein han sido
derivadas a unos pocos laboratorios para su examen con fines de
investigación científica. Entre ellos, el del autor de esta nota,
quien lo recibiera con el fin de analizar otras cuestiones de
interés científico3 (muestras provistas originariamente por el Dr.
T. S. Harvey, anatomopatólogo que realizó la autopsia, y
posteriormente por el Dr. E. Krause, Universidad de Princeton, USA).
El objetivo explícito de otros estudiosos ha sido el de intentar
aproximar una respuesta al intento, poco feliz a mi juicio, de
establecer posibles correlatos de su genialidad basándose en el
análisis de un cerebro en condiciones post mortem. Este planteo
recuerda antiguas ponencias localizacionistas, que aún impregna el
conocimiento de muchos, por las cuales se adjudicaban aptitudes
intelectuales, comportamientos específicos y desvíos criminales a
zonas específicas del cerebro y su tamaño relativo. Esta ponencia
contradice el concepto modular y distribuido del funcionamiento
cerebral y los procesos cognitivos, sostenido por el pensamiento
predominante en la neurociencia actual.
Lo cierto es que si el cerebro de Einstein tenía características
propias, dada su condición de genio, dos observaciones iniciales
forzaron la necesidad de recrear la supuesta fundamentación del
imaginario. Su peso global estaba por debajo de la media para
individuos de similar edad, y el espesor de su corteza cerebral era
menor también, pero con mayor densidad neuronal4. ¿Cómo congeniar
esas observaciones iniciales con la dimensión cognitiva del genio?
Estos autores propusieron entonces que el menor grosor de la corteza
cerebral y el aumento de la densidad neuronal con toda probabilidad
reducirían los tiempos de procesamiento e intercambio de
información, lo cual redundaría en una mayor eficiencia operativa.
Sin embargo, una observación de naturaleza similar en cuanto a la
densidad neuronal en muestras de cerebros de pacientes
esquizofrénicos fue asociada con la patología psiquiátrica de
estos pacientes así como de aquellos con deficiencia mental y no
con un incremento de la capacidad cognitiva5, 6. Como vemos, estas
interpretaciones dispares para similares observaciones
estructurales, sólo podrían adquirir valor informativo si se las
correlacionara (estructura-función) en un número adecuado de
casos. Cabría acotar entonces que mientras en el trabajo de Selemon
y colaboradores se estudiaron nueve casos de esquizofrenia, en el
trabajo en consideración la afirmación que se hace está basada en
un solo caso, el del cerebro de A. Einstein. De todos modos cabría
también la especulación de que una densidad neuronal aumentada
podría deberse a una reducción en el número o complejidad de los
procesos celulares y no a un mero acortamiento de procesos, como
queda implicado en la interpretación de dichos autores. En tal caso
el aumento de la densidad neuronal sería producto de una pérdida
de elementos de conectividad celular.
Ya que no existen espacios vacíos en el cerebro, cabría entonces
preguntarse a expensas de qué otra estructura se produjo la
reducción del grosor de la corteza cerebral de Einstein y el
aumento de la densidad neuronal? ¿A expensas del espacio
extracelular? No pareciera ser el mejor candidato, por el compromiso
que significaría para la movilidad iónica/molecular. ¿A expensas
de los procesos astrogiales? En general a edades avanzadas hay una
tendencia al incremento de territorios gliales (astrogliosis). Y
esto plantea otro interrogante. Las características observadas en
dicho cerebro en cuanto a grosor cortical y densidad neuronal, ¿se
corresponderían con las que se hubieran observado a una edad joven?
Lamentablemente esta pregunta no tiene respuesta posible salvo que
pudieran hacerse inferencias basadas en la población general. Y
entonces utilizaríamos argumentos contradictorios con la pretendida
unicidad del cerebro de Einstein. Parecida apreciación merece la
publicitada relación entre células neuronales y células de la
astroglía, en favor de un incremento de estas últimas en el área
397 y no en otras áreas, comparado con otros cerebros. La
astroglía se halla íntimamente vinculada con la neurona y, en
condiciones normales, sin aquella ésta no sólo no podría cumplir
su cometido sino que no sobreviviría un instante. Asimismo, dicha
área 39 ha sido asociada con la representación visuo-espacial,
aparentemente involucrada en forma crítica en el pensamiento
matemático. En este sentido es interesante señalar que en trabajos
publicados recientemente8, 9 se propone la existencia de dos
sistemas neuronales para el pensamiento matemático: uno requeriría
un formato lingüístico y otro, supuestamente vinculado con el
pensamiento matemático aproximado, requeriría de la participación
de sistemas neuronales representados en ambos lóbulos parietales.
Por otra parte, los datos de la relación neurono:glial se basaron
en el análisis de cortes histológicos procesados con técnicas de
tinción menos específicas para los varios subtipos celulares de la
glía que con las que se cuenta hoy en día. Además, en un trabajo
muy crítico10 se detallan falencias estadísticas y de diseño del
trabajo de Diamond et al.7, incluyendo diferencias de fijación e
inclusión del tejido con fines de conservación y análisis
histológico. Al margen de tales críticas, en nuestros preparados
procesados para un marcador específico de la astroglía (proteína
ácida gliofibrilar, GFAP), fue posible observar un moderado
incremento en el número de células de la astroglía con
inmunomarcación en láminas superficiales de algunas áreas
corticales, no distinta de la que en general puede llegar a
observarse en cerebros añosos. Sin embargo, tal astrogliosis es
variable entre áreas de un mismo cerebro y en una misma población
de individuos añosos. Recordemos que al momento de su fallecimiento
Einstein contaba con 76 años. La población seleccionada por
Diamond et al.7 era de 47 a 80 años, por lo que es dable esperar
una significativa variación en la expresión de dicho proceso y,
dada la presencia de cerebros mucho más jóvenes, una menor
expresión promedio de astrogliosis a comparación de la del cerebro
de Einstein. No es posible actualmente determinar si esa
astrogliosis de la senectud es un proceso autónomo (senil) de la
astroglía, o reactivo subsiguiente a fenómenos de muerte neuronal
durante la vida, o a procesos generales de reducción de intercambio
iónico y metabólico entre la circulación sanguínea y el
parénquima cerebral. Por lo tanto, aparte de otras consideraciones,
no es necesario que el publicitado aumento relativo de la glia del
área 39 represente una característica innata sino que pudo ser
adquirida en razón de un proceso senil. Es decir, podría en
realidad representar un proceso vinculado con el deterioro senil y
no con las aptitudes funcionales del insigne cerebro analizado.
Además, ¿sobre qué argumentos objetivos, y no exclusivamente
especulativos, puede afirmarse que un aumento relativo en el número
de células gliales se correlaciona con un procesamiento más
eficiente de la información?.
Finalmente, la observación de una variación inusual en la
girificación del cerebro de Einstein, consistente en el incremento
en el área parietal inferior vinculada a una modificación de la
cisura de Silvio, no observada en una colección de cerebros
normales, tiene todo el valor heurístico de una observación cuyo
significado funcional, en cuanto a la genialidad de su portador, es
imposible de determinar. La gran variedad interindividual en la
morfología externa y la microestructura del cerebro, así como las
relaciones dinámicamente integradas entre áreas de la corteza
cerebral, obliga a relativizar el probable significado funcional de
tales observaciones. Este tipo de hipótesis que propone establecer
una relación causal entre una característica funcional del cerebro
con una desviación en su morfología externa, por razones obvias,
es muy difícil de ser sometida a prueba. Tal vez las nuevas
técnicas de análisis por imágenes permita con el tiempo acumular
suficiente experiencia acerca de un hipotético significado o
correlato funcional de las variaciones en la girificación cortical.
En conclusión, por frustrante que ello sea, no es posible derivar,
razonablemente, de la mera observación de la morfología externa y
la estructura del cerebro de Albert Einstein, sus especiales
características funcionales. Como así tampoco asumir que las
características observadas son correlatos necesarios de la
genialidad. Esto podría interpretarse como una contribución final
de este emblemático Homo sapiens sapiens a enriquecer la discusión
de cuestiones fundamentales en neurociencia. Pero más allá de
estas disquisiciones relativas a aspectos cerebrales estructurales,
y de una justificada curiosidad por la configuración del cerebro de
un genio, razones estrictamente conceptuales relativas al
funcionamiento cerebral hubieran desalentado ab initio estos
intentos por determinar a partir de un análisis post mortem la
búsqueda de evidencias relativas al posible sustrato orgánico de
la genialidad.
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