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Terapia génica de los
tumores hepáticos
Guillermo Mazzolini, Jesús
Prieto
Departamento de Medicina Interna. Clínica Universitaria
de Navarra, Pamplona. España
La aplicación de la tecnología del ADN recombinante a la
investigación médica ha supuesto un cambio sustancial en el
entendimiento de la genética y la fisiopatología humana, y ha
abierto así un nuevo frente en la lucha contra las enfermedades. Lo
que hoy entendemos por terapia génica no es más que una aplicación
de esa tecnología. Se puede definir a la terapia génica como la
introducción de material genético en las células del huésped con
el propósito de que su expresión permita eliminar o al menos mejorar
un proceso patológico1. Si bien la terapia génica surgió como una
herramienta dirigida principalmente al tratamiento de las enfermedades
metabólicas hereditarias, una gran parte de los ensayos clínicos de
terapia génica tiene por objeto el tratamiento de enfermedades
adquiridas, especialmente el cáncer.
El punto crítico en el desarrollo de la terapia génica se encuentra
en la disponibilidad de sistemas de transferencia del material
genético, es decir, de vectores eficaces2. En la actualidad existe
una gran variedad de vectores, pero ninguno ha alcanzado la suficiente
versatilidad como para adaptarse a las ilimitadas situaciones
clínicas. Existen dos tipos generales de vectores, los virales y los
físicos o no virales. La acción de los vectores virales está basada
en los mecanismos de ingreso celular propios de los virus salvajes, lo
que los convierte en muchas ocasiones en un mecanismo de transferencia
génica de alta eficacia. Los vectores virales están diseñados sobre
la base de virus, de los que se eliminan regiones implicadas en la
replicación viral, aprovechándose de los mecanismos que ellos han
desarrollado en su evolución para introducir material genético a las
células que infectan. En la mayor parte de los casos el vector viral
es defectivo, ya que puede infectar a las células aunque haya perdido
su capacidad de replicar. Los vectores virales son los que se emplean
en la gran mayoría de las estrategias utilizadas en la terapia
génica experimental y clínica. Así, encontramos vectores basados en
adenovirus, retrovirus, virus adenoasociados, herpesvirus, virus
vaccinia, lentivirus, a-virus. Por otro lado están los vectores no
virales obtenidos por síntesis entre los que destacan La pistola
génica, liposomas, complejos constituidos por ácidos nucleicos y
ligandos específicos. La mayoría de estos vectores son poco eficaces
y tienen importantes dificultades en permitir una expresión sostenida
del transgén.
En la actualidad no es posible desarrollar un vector universal
aplicable a cualquier tipo de enfermedad, por lo que se justifica el
desarrollo de una amplia diversidad de vectores teniendo en cuenta que
cada patología es pasible de ser tratada con un vector que se le
adapte. Las expectativas que ha generado el Proyecto Genoma Humano
obligan a un intenso desarrollo de los vectores que permitan la
utilización de los genes como nuevos agentes farmacológicos.
El desarrollo de respuesta inmunitaria frente a los antígenos
virales, y especialmente frente a los adenovirus de primera
generación, si bien limita la duración de la expresión del
transgén, puede incrementar el beneficio terapéutico de las
estrategias de inmunoterapia génica. Esta breve expresión del gen
terapéutico puede ser suficiente para el tratamiento del cáncer
cuando, tras la destrucción de las células tumorales con genes
suicidas o después del desarrollo de respuesta inmunitaria por la
acción de genes de citoquinas, no se requiera una expresión duradera
de estos genes. Cuando se requiere una expresión sostenida del
transgén se prefiere utilizar vectores que puedan integrarse en un
sitio específico del cromosoma del huésped (como es el caso de los
VAA) o que permanezcan de manera episomal estable (adenovirus “gutless”).
El hígado tiene una serie de características que lo convierten en un
excelente candidato para la terapia génica, la cual parece aplicable
en numerosas situaciones clínicas, como los errores congénitos del
metabolismo, las hepatitis virales, la cirrosis y las neoplasias
primarias o metastásicas3.
El hepatocarcinoma es una de las neoplasias sólidas de mayor
incidencia mundial y el más frecuente de los tumores primitivos del
hígado4. Aunque existen grandes diferencias geográficas en la
incidencia global y en la frecuencia en que coexiste con cirrosis
hepática, el pronóstico del hepatocarcinoma es universalmente
ominoso. Se estima que 1.250.000 personas mueren anualmente a
consecuencia de esta enfermedad. La resección quirúrgica es el
tratamiento de elección, aunque no siempre resulta posible, por lo
que sólo beneficia a un mínimo número de pacientes. También el
transplante hepático puede resultar curativo, pero está limitado a
pacientes que presentan lesiones pequeñas sin metástasis
extra-hepáticas. Las terapias loco-regionales –como la inyección
percutánea de etanol, quimioembolización transarterial o
radiofrecuencia– no mejoran significativamente la supervivencia, y
su utilidad se limita a fines paliativos. Tampoco la radioterapia
mejora la supervivencia en el hepatocarcinoma avanzado, y no se conoce
ningún tratamiento quimioterápico eficaz en esta etapa. Como
consecuencia, existe un creciente interés en desarrollar nuevas
opciones terapéuticas y es en este contexto donde la terapia génica
parece ser una alternativa promisoria.
Una modalidad de terapia génica antineoplásica es la eliminación de
células tumorales mediante sistemas de sensibilización a fármacos
que generan localmente metabolitos tóxicos a través de reacciones
enzimáticas. Este abordaje terapéutico utiliza genes que codifican
enzimas de origen viral o bacteriano que producen metabolitos tóxicos
para las células que los alberga a partir de profármacos o fármacos
inactivos. Entre los genes denominados suicidas el mejor caracterizado
es el gen de la timidina quinasa perteneciente al virus Herpes Simplex
(HSV-tk) que transforma el ganciclovir (GCV) en un compuesto
trifosforilado que actúa como un terminador de cadena sobre la
síntesis del ADN paralizando la replicación y provocando la muerte
celular. Uno de los mecanismos en los que se basa este sistema es la
producción del efecto «espectador» o «bystander», que ejercen las
células transducidas sobre las no transducidas. Gracias a este
fenómeno se han observado remisiones tumorales completas en modelos
tumorales experimentales, a pesar de obtener una transducción de solo
el 10% de las células del tumor. El efecto espectador podría
explicarse, al menos en parte, por la transferencia de análogos del
nucleósido entre células HSV-tk positivas y HSV-tk negativas a
través de las uniones intercelulares, o mediante la fagocitosis de
cuerpos apoptóticos por las células vecinas. Se ha observado que el
efecto «bystander» no se produce exclusivamente en el tumor tratado,
sino que existe un efecto a distancia sobre las lesiones secundarias
llevado a cabo por una respuesta inmunitaria celular. Para la
aplicación de este sistema terapéutico se han utilizado vectores
adenovirales y retrovirales portadores del gen HSV-tk con objeto de
sensibilizar a diversas líneas celulares de hepatocarcinoma a los
efectos del GCV, lográndose como consecuencia remisiones tumorales
importantes en diversos modelos experimentales5. Sin embargo, se ha
observado que la transferencia del sistema HSV-tk/GCV a los
hepatocitos normales se asocia al desarrollo de diversos grados de
toxicidad hepática. Para evitar estos efectos se han diseñado
vectores controlados por promotores específicos de tumor como la
a-fetoproteína (aFP) que impiden que el vector aplicado directamente
sobre la lesión tumoral o por vía sistémica actúe sobre los
hepatocitos normales que no producen aFP.
En la terapia génica de los tumores hepáticos es importante
considerar el uso de promotores específicos de tumor que permitan una
expresión selectiva del transgén en las células tumorales, para
minimizar el riesgo de toxicidad asociado con la diseminación del
vector hacia el tejido hepático sano o a otros tejidos6. Tras el
nacimiento, los sujetos normales tienen casi totalmente reprimida su
capacidad de producir a-FP, pero ésta reaparece y se sobreexpresa en
cerca del 50% de los hepatocarcinomas en los que sirve como marcador
tumoral. La a-FP ha sido utilizada como promotor específico de vector
para controlar la expresión de genes clonados en diversos vectores
virales, permitiendo que el gen terapéutico se exprese exclusivamente
en las células con capacidad para producir a-FP.
Hoy sabemos que el cáncer se desarrolla como consecuencia de una
combinación de alteraciones entre oncogenes y oncosupresores. Dirigir
la terapia génica hacia la neutralización de oncogenes implicados en
el desarrollo de los hepatocarcinomas es una interesante opción
terapéutica. Esto se puede lograr a través de la inserción de
secuencias antisentido dirigidas directamente a oncogenes como el
N-ras, que aparece hiperexpresado en cerca del 50% de los
hepatocarcinomas. De manera similar se ha intentado inhibir el
crecimiento de tumores utilizando secuencias antisentido frente a
factores de crecimiento vascular como el factor de crecimiento de
fibroblastos (FGF-2), o el factor de crecimiento similar a insulina
(IGF-1), cuya inhibición puede prevenir la aparición de metástasis.
Aunque muchos de estos tratamientos han sido efectivos en el ámbito
experimental, las terapias antisentido requieren de vectores altamente
efectivos en la transducción de las células tumorales lo que limita
en gran medida las posibilidades de aplicación clínica.
Se pueden revertir las propiedades neoplásicas de numerosos tumores
insertando copias normales de genes supresores de tumores como p53 o
rb. En los pacientes con hepatocarcinoma es frecuente encontrar
mutaciones en el gen p53, especialmente en aquellas zonas donde existe
elevada prevalencia de infección por el virus de la hepatitis B. En
este sentido se han diseñado estrategias dirigidas a introducir
copias normales del gen p53 en las células tumorales con el fin de
restaurar la normalidad tisular. La aplicación de este tratamiento ha
demostrado tener una importante actividad antiproliferativa e
inductora de apoptosis sobre diversas líneas celulares tumorales de
hepatocarcinoma empleando diversos vectores. Lamentablemente para
inhibir completamente el crecimiento de los tumores se requiere una
eficiencia de transducción cercana al 100% que no es posible alcanzar
con los vectores disponibles en la actualidad.
El consenso actual es que aunque hay potencial antigénico en las
células tumorales este no es suficiente como para estimular el
desarrollo de una respuesta inmunitaria adecuada, y existe evidencia
científica como para afirmar que la relación entre el sistema
inmunitario y los antígenos potenciales del tumor es de mutua
indiferencia, esto es lo que llamamos «ignorancia inmunológica”.
Esta falta de reacción del sistema inmunitario podría explicarse por
alguna de las siguientes razones7: - Procesamiento y presentación
ineficaz de antígenos tumorales; - Falta de expresión de moléculas
del complejo mayor de histocompatibilidad, - Producción tumoral de
factores inmunosupresores como el factor de crecimiento tumoral
(TGF-b) que impiden la activación de células T llevándolas a un
estado de «anergia»; - Inducción de apoptosis de las células T
antitumorales activadas mediante la expresión del ligando de Fas en
las células neoplásicas, creando así una zona de
«inmunoprivilegio» en el área tumoral.
En este contexto, el uso de citoquinas inmunomoduladoras supone una
alternativa importante, dado el papel estratégico que desempeñan en
la regulación del sistema inmunitario. Algunas técnicas de
transferencia génica procuran modificar las células tumorales para
que produzcan citoquinas inmunoestimuladoras. Esta producción local
podría alterar la tolerancia del sistema inmunitario hacia las
células tumorales, permitiendo la eliminación del tumor. Esto se
puede realizar transduciendo ex vivo o in vivo tanto células
tumorales como fibroblastos, con vectores que vehiculizan genes de
citoquinas. Son muchas las citoquinas utilizadas para estimular el
rechazo tumoral, entre ellas están la IL-2, IL-4, IL-6, IL-7, IL-12,
IL-15, IL-18, INF- g, TNF-a, GM-CSF. Muchas de estas citoquinas han
sido empleadas en diversos modelos murinos para terapia génica del
hepatocarcinoma con resultados alentadores tanto en experimentos
realizados in vivo como in vitro.
Las células presentadoras de antígeno (CPA) desempeñan un
importante papel en la generación y regulación de la respuesta
inmunitaria antitumoral. Las células dendríticas representan un tipo
celular altamente especializado en presentar antígenos de modo
productivo a los linfocitos T. Teniendo en cuenta estas propiedades
pueden ser manipuladas artificialmente para la presentación de
antígenos tumorales ya sea pulsándolas con péptidos o extractos
tumorales, o mediante la transferencia de genes que codifican
antígenos tumorales relevantes. La administración de estas células
manipuladas ex vivo es capaz de generar una intensa respuesta
inmunitaria antitumoral, experiencia que también se está
desarrollando en algunos modelos animales de hepatocarcinoma.
Entre los diversos vectores virales empleados, los retrovirus han sido
de los vectores más explotados. En nuestro laboratorio hemos
desarrollado un modelo murino en el que se inhibe la tumorigenicidad
tras la inyección de células de hepatocarcinoma (BNL) infectadas con
un vector retroviral que expresa los genes de IL-128. Esta modalidad
terapéutica condujo al desarrollo de una respuesta inmunitaria
específica mediada por células T que permitió el rechazo de los
tumores.
La vascularización de los tumores mediante la formación de nuevos
capilares a partir de vasos sanguíneos es un proceso crítico para el
crecimiento y diseminación de la neoplasia, condición que es
universal en todas las estirpes tumorales. El endotelio vascular posee
dos características muy importantes que realzan el papel que pueden
desempeñar las terapias antiangiogénicas en el tratamiento del
cáncer. Por un lado, la estabilidad genética de las células del
endotelio vascular hace que sea poco probable el desarrollo de
resistencia al tratamiento por mutaciones; y por otro lado, las
terapias enfocadas a destruir las células del endotelio vascular
permitirían, en teoría, eliminar cualquier tipo de tumor. Existen
numerosas dianas terapéuticas potencialmente explotables por la
terapia génica en la interfase tumor-estroma que posibilitarían la
destrucción de la vasculatura tumoral. En modelos animales, la
supresión de las señales pro-angiogénicas entre las que destaca el
factor de crecimiento endotelial vascular, el factor de crecimiento
derivado de plaquetas, o la amplificación de la función de factores
con propiedades anti-angiogénicas, como angiostatina, endostatina o
quimiocina IP-10 se han revelado exitosas. El mayor problema que tiene
esta estrategia, cuando se administra de manera aislada, es que
debería aplicarse en fases precoces del desarrollo tumoral, por lo
que no resulta muy efectiva en tumores ya consolidados.
El pronóstico de los pacientes con carcinoma de colon que presentan
metástasis hepáticas es invariablemente pobre y no existe ninguna
terapéutica eficaz que erradique los tumores. Una limitación mayor
de las terapias antineoplásicas, es que buena parte de los pacientes
son diagnosticados en estadios avanzados de la enfermedad cuando ya
existen metástasis, lo que conlleva al fracaso de las maniobras
terapéuticas con posibilidades curativas.
Recientemente hemos aplicado una estrategia terapéutica eficaz para
el tratamiento del cáncer de colon diseminado en un modelo
experimental desarrollado en ratones, mediante la terapia combinada
entre un vector adenoviral que expresa los genes de IL-12 y la terapia
celular adoptiva con linfocitos específicos antitumorales. Este
abordaje terapéutico permitió erradicar cerca del 90% de los tumores
metastásicos e incrementar significativamente la supervivencia de los
animales tratados de esta manera9. De un modo similar, en un modelo
murino de cáncer de colon metastásico hemos obtenido un alto índice
de remisiones tumorales completas empleando un adenovirus que expresa
IL-12 administrado junto con otro adenovirus que expresa la quimiocina
IP1010.
De todos los enfoques terapéuticos experimentales que han sido
comentados, solo algunos de ellos están siendo investigados en la
clínica. Recientemente se ha completado un ensayo en fase I en el que
se ha empleado un adenovirus portador del gen supresor de tumores p53
mediante infusión arterial hepática para el tratamiento del
hepatocarcinoma. Si bien en estos protocolos no se han obtenido
respuestas objetivas se concluye que el virus fue bien tolerado. En
otro ensayo en fase I para el tratamiento del hepatocarcinoma con un
plásmido que expresa el gen p53 y aplicado por vía intratumoral fue
posible obtener reducción de los niveles de a-FP previos al
tratamiento e incluso una remisión tumoral completa. La
administración, en el marco de un ensayo en fase I, de un vector
lipososmal que contiene la molécula HLA-B7 a pacientes con
metástasis hepáticas de cáncer de colon ha permitido el desarrollo
de respuesta inmunitaria consistente en células LAK, NK y linfocitos
T citotóxicos anti-HLA-B7, pero a pesar de ello no se ha evidenciado
ninguna respuesta objetiva. Es evidente que estamos en los albores del
traslado a la clínica de toda la experiencia obtenida en la fase
experimental.
Como colofón, en los últimos años se han desarrollado técnicas que
permiten introducir genes en el interior celular y hacer que se
expresen en las células de manera estable o transitoria. Esto ha
permitido modular muy eficientemente la biología de los procesos
tumorales e incluso llegar a inducir remisiones del proceso
neoplásico impensables con las pautas terapéuticas empleadas hasta
el presente. La terapia génica está abriendo perspectivas
esperanzadoras en el tratamiento de los tumores hepáticos cuando la
enfermedad ha sobrepasado los límites que permiten el abordaje
quirúrgico radical. Ampliar nuestros conocimientos acerca de la
biología de los tumores, incrementar la eficacia en la transducción
que permita el empleo de genes con elevado potencial antitumoral,
disminuir los efectos tóxicos asociados al tratamiento y la
utilización de promotores específicos de tumor, son algunos de los
desafíos que aún debemos superar.
Dirección Postal: Guillermo Mazzolini, Jesús Prieto.
Departamento de Medicina Interna. Clínica Universitaria de Navarra,
Irunlarrea 1. 31080. Pamplona. España
e-mail: gmazzolini@unav.es
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