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El dolor
Este editorial se origina en dos hechos que ocurrieron durante el
mes de agosto de 2001. El primero, la muerte de Patrick Wall, un
neurofisiólogo inglés quien junto a Ronald Melzack, psicólogo,
postularon la teoría del control de entrada del dolor (gate control).
El segundo suceso ocurrió dos días después en el Museo Nacional de
Bellas Artes de Buenos Aires en donde me llamó la atención una
pequeña escultura de Rodin, un bronce que representa el rostro de un
hombre con dolor, casi en agonía. Cabeza del dolor decía la placa
que la identificaba.
Melzack y Wall habían publicado un artículo en Science 1 y nos
enteramos de su aparición por Lanari quien siempre estuvo interesado
en el tema del dolor y escribió, años después, un editorial sobre
la morfina, «una medicación divina»2. Melzack y Wall ponían las
cosas en claro: el dolor no era una sensación transmitida en forma
directa desde los receptores hacia la corteza cerebral, sino que
podía ser modulado en la médula espinal por las aferencias
nociceptivas, térmicas y táctiles.
El trabajo de Melzack y Wall inició la síntesis necesaria para una
mejor comprensión del dolor, estimuló la investigación en el área
y promovió el uso terapéutico de estimuladores eléctricos con
propiedades analgésicas en pacientes con dolor crónico. Wall fue
también fundador de la publicación Pain. Desde su formulación en
1965, la hipótesis persiste en su esencia. Su base estructural y
funcional se presenta en el esquema adjunto donde se detallan las
conexiones de las neuronas medulares con las fibras nerviosas. La
neurona de proyección, ubicada en el asta dorsal de la médula, se
conecta con la corteza cerebral por medio del haz espinotalámico
lateral. La neurona de proyección es inhibida por una neurona
inhibitoria y ambas reciben fibras aferentes amielínicas (tipo C) y
mielínicas (Aa y Ab) que conducen estímulos procedentes de la piel,
músculos, tendones, articulaciones y vísceras. Estas fibras forman
parte de nervios raquídeos, craneales y del sistema autónomo. Las
fibras C que transmiten estímulos dolorosos, excitan a la neurona de
proyección e inhiben a la neurona inhibitoria (una inhibición de
otra inhibición, como resultado, una excitación). Las fibras A
conducen estímulos táctiles y propioceptivos y excitan a la neurona
inhibitoria y a la neurona de proyección. Esta doble conexión de las
fibras A es la clave para entender el control de entrada: una doble
acción con efectos antagónicos. Al estimular a la neurona
inhibitoria, las fibras que conducen estímulos táctiles disminuyen
la transmisión del dolor.
Melzack y Wall reconocieron al dolor como una experiencia personal o
emocional así como sensorial o física, de complejas relaciones con
los estímulos y cambios plásticos en el sistema nervioso central. No
se podía saber a priori las consecuencias de un estímulo. Se
demostró que la hiperalgesia, la zona dolorosa alrededor de la
lesión, es consecuencia de varios procesos: la sensibilización de
los nociceptores por sustancias liberadas en el sitio de la noxa, la
hiperexcitabilidad de las neuronas del asta dorsal medular y la
disminución en el umbral de mecanorreceptores. Estos fenómenos
pueden desencadenar dolor espontáneo o disminuir el umbral para los
estímulos; el fenómeno del miembro fantasma es un ejemplo3-5. En
ciertos casos la sensación de dolor se amplifica y persiste en el
tiempo, por ejemplo cuando los nervios están lesionados (causalgia)
dando lugar al dolor neuropático, diferente del nociceptivo, cuando
los nervios están sanos. En el dolor nociceptivo, originado en los
receptores periféricos, la sensación desaparece cuando desaparece la
noxa o estímulo. También hay un dolor que no tiene una base
estructural o fisiológica: el dolor psicogénico. Hay un dolor moral,
asociado a la culpa y a la frustración, cuya significación
metafísica no intentamos siquiera abordar.
El haz espinotalámico lateral es la principal vía central para los
impulsos dolorosos. Luego de una conexión en el tálamo
contralateral, los estímulos nociceptivos alcanzan las cortezas
cerebrales somatosensitiva primaria y secundaria, la ínsula y la
porción anterior de la corteza del cíngulo5, 6. Se identifican dos
tipos de neuronas espinotalámicas. Las nociceptoras recogen los
estímulos dolorosos, las otras, sensibles al frío, pueden inhibir la
descarga de las neuronas nociceptoras7.
La idea de la convergencia de estímulos de distinta modalidad sobre
las neuronas de proyección espinotalámica puede extenderse a otros
casos. Uno es el dolor central. Es común que los enfermos con
lesiones en el sistema nervioso central experimenten una sensación de
dolor profundo y quemante en las áreas que han quedado anuladas por
el daño nervioso. La paradoja que caracteriza a este cuadro consiste
en que los pacientes tienen muy poca sensibilidad a los estímulos
nociceptivos o por frío en esas áreas corporales afectadas. En estos
casos se ha sugerido una menor actividad de las neuronas
espinotalámicas sensibles al frío (y a la morfina), faltando por lo
tanto la normal inhibición que ejercen sobre las neuronas
nociceptoras7. El segundo ejemplo es el dolor referido. Los estímulos
provenientes de las vísceras convergen sobre las neuronas medulares
de proyección junto a las fibras que inervan la superficie cutánea.
El dolor referido a un dermatoma en particular sería consecuencia de
una interpretación errónea por el sistema nervioso central al
atribuir a una zona cutánea la estimulación visceral que alcanza la
neurona de proyección, “acostumbrada” a ser excitada con mayor
frecuencia por los estímulos táctiles que por los viscerales.
El dolor puede ser considerado una sensación o una emoción. Estos
dos componentes definitorios dejan de lado, sin embargo, importantes
aspectos. El primero, reduciéndolo a mecanismos fisiológicos con una
base anatómica particular y el otro asignándolo al campo de la
filosofía o la psicología, lejanos a la fisiología; sin conciencia
no hay dolor. La analgesia por la anestesia central prueba la base
fisiológica, aun cuando el estímulo nociceptivo alcanza al sistema
nervioso central y provoca manifestaciones somáticas y viscerales8.
El dolor es una de las modalidades sensoriales más distintivas, una
sensación de displacer y al mismo tiempo una señal de alarma con una
cualidad primitiva, urgente, asociada a los aspectos emocionales y
afectivos que lo acompañan. Es imprecisa su ubicación en la clásica
dicotomía salud-enfermedad, pero cuando entra en nuestro mundo
personal, lo hace provisto de un sentido y una interpretación. El
sentido determina nuestro sentimiento acerca del mismo; la
interpretación de lo que nos pasa, a menudo, nos alivia. Cuando el
dolor es intenso, persistente o crónico, toma por asalto todo el
cuerpo, afecta la personalidad y anula el intelecto, siendo su
intensidad el factor más importante en la elección del tratamiento.
De larga data es la pretensión de atribuir finalidad y utilidad al
dolor. Son ejemplos su función educativa –“la letra con sangre
entra”– y sus propiedades curativas. Los sadomasoquistas llegan al
placer por el dolor en tanto que otros lo consideran el precio que
debemos pagar por nuestra condición humana. Esta última idea cobró
fuerza en los años que transcurrieron entre la Primera y Segunda
Guerra Mundial, el movimiento dolorista9. Exaltaba las virtudes del
dolor y sus seguidores sintetizaron su pensamiento en la curiosa frase
“sufro, luego existo”. Entre otros, el promotor de la
simpatectomía en la causalgia, René Leriche, combatió este
movimiento por no considerar de gran utilidad al dolor: revelaba una
pequeña parte de la enfermedad, a menudo confundía al observador y
parecía representar toda la entidad en los casos crónicos de dolor,
sin el cual éstos no existirían9.
El nivel de expresión del dolor está condicionado por el individuo y
la experiencia, por su tiempo y la sociedad en la que vive. No puede
ser medido en forma concreta, podemos definir el umbral por las
manifestaciones físicas que produce, un reflejo de retirada, la
vocalización, cambios en la expresión, reacciones orgánicas o
vegetativas. La intensidad del dolor es el mayor factor en la
elección de su tratamiento. También son claras las evidencias que
señalan la importancia de factores psicológicos en la modulación
del dolor. El dolor no es una simple vía que proviene de la periferia
hacia los centros nerviosos. Es una ida y vuelta con fibras
descendentes originadas en la corteza cerebral que se conectan con los
componentes del control de entrada para que la emoción, la atención
y la experiencia modulen la transmisión del impulso doloroso. La
memoria colectiva recuerda episodios y circunstancias en los que los
límites del umbral para el dolor son elevados de forma tal que
parecen obliterarlo: la marcha de los penitentes autoflagelantes, el
valor de los soldados heridos en las batallas, la vida de mártires y
místicos, todos testimonios de cómo el sentido del dolor es afectado
por la conciencia y creencias del individuo.
El dolor también podría ser considerado una conducta adaptativa.
Lewis Thomas en su libro The lives of a cell 10 relata un suceso que
le ocurrió a David Livingstone. Este médico, misionero y explorador
escocés (1813-1873) describe en su libro de viajes11 un encuentro con
un león en la zona de Mabotsa, al sur del desierto de Kalahari, en
Sud Africa. El ataque del león que casi le arranca el brazo está
descripto en el primer capítulo de su libro. Nuestra traducción es
la siguiente:
“Justo cuando estaba cargando el rifle con las balas oí un
grito. En pie y mirando a mi alrededor vi al león en el momento en
que saltaba sobre mí. Yo me hallaba sobre un montículo; en su salto
tomó mi hombro y ambos caímos juntos al suelo. Gruñendo
horriblemente junto a mi oído me sacudió como lo hace un Terrier con
una rata. El shock me produjo un estupor similar al que puede sentir
la rata después del primer sacudón. Me provocó una suerte de
ensueño, en que no sentía ni dolor ni terror, aunque estaba
consciente de todo lo que ocurría. Era como lo que describe un
paciente bajo los efectos del cloroformo, que ve toda la operación
pero no siente el bisturí... El sacudón aniquiló el temor y no
sentí horror al ver la bestia. Este estado tan peculiar probablemente
lo experimenten todos los animales muertos por carnívoros; de ser
así, este sería un piadoso recaudo de nuestro benévolo Creador para
reducir el dolor de la muerte”.
Livingstone elabora esa explicación apoyado en sus creencias.
Ahora sabemos que, por naturaleza, dependemos de sustancias endógenas
para nuestra salud mental. El organismo produce encefalinas,
endorfinas y otros péptidos, los opiáceos endógenos, que en
respuesta a diversas señales se segregan desde la médula,
hipotálamo y sustancia gris que rodea al acueducto de Silvio. Durante
el stress –como el ataque de un león– se liberan y ejercen su
acción sobre receptores pre y postsinápticos, modulando las
conexiones centrales de las vías dolorosas5 .
Recordemos la hipótesis del control de entrada del dolor. La neurona
de proyección medular recibe dos tipos de fibras, unas que transmiten
estímulos dolorosos y otras para los táctiles y propioceptivos. Las
no dolorosas excitan a la neurona inhibitoria y a la neurona de
proyección en una doble acción antagónica que reduce la
transmisión del dolor. No tenemos demasiadas precisiones o una
sólida fundamentación para nuestro razonamiento pero esta hipótesis
podría explicar el beneficio de acariciar a un ser humano dolorido.
Puede ser la mano de una madre (“sana sana, colita de rana”), de
un amigo o la del médico. En todo caso, un acto fundamental, un gesto
noble y una maniobra terapéutica que lleva a calmar el dolor y para
los médicos, desde Hipócrates, una de nuestras primeras tareas.
Dirección electrónica: kotsias@mail.retina.ar
Bibliografía
1. Melzack R, Wall PD. Pain mechanisms: a new theory. Science 1965;
150: 971-9.
2. Lanari A. Una medicación “divina”. Medicina (Buenos Aires)
1982: 42: 451-2.
3. Carstens, E. Neural mechanisms of hyperalgesia: peripheral or
central sensitization? News Physiol Sci 10: 260-5, 1995.
4. Treede R-D, Magerl W. Moderns concepts of pain and hyperalgesia:
beyond the polymodal C-nociceptor. News Physiol Sci 1995; 10: 216-28.
5. Pazo JH. Fisiología del dolor. En: Fisiología humana. Cingolani
HE, Houssay AB, (eds), Buenos Aires: El Ateneo, séptima edición,
2000.
6. Foreman, RD. Mechanisms of cardiac pain. Ann Rev Physiol 1999; 61:
143-67.
7. Casey KL. Resolving a paradox of pain. Nature 1996; 384: 217-8.
8. Bromm B. Brain images of pain. News Physiol Sci 2001; 16: 244-9.
9. Rey R. The history of pain. Cambridge: Harvard University Press,
1998.
10. Thomas L. The lives of a cell. New York: Bantam Books, 1980, p 59.
11. Livingstone D. Missionary Travels in South Africa. London, Penguin
Books, 1979.
12. Baker MD, Wood JN. Involvement of Na+ channels in pain pathways.
TIPS 2001; 22: 27-31.
Hipótesis del control de entrada del dolor (gate control) en el
asta dorsal de la médula. Las neuronas ganglionares tienen una
prolongación periférica y una prolongación central que hace
sinapsis con las neurona de proyección e inhibitoria. Las fibras de
tipo C transmiten estímulos dolorosos. Las fibras A conducen
estímulos táctiles y propioceptivos. Las fibras C excitan (signo
positivo) a la neurona de proyección e inhiben (signo negativo) a una
neurona que inhibe a su vez a la neurona de proyección. Las fibras de
tipo A excitan tanto a la neurona inhibitoria como a la neurona de
proyección. Esta doble acción de las fibras A sobre la neurona
inhibitoria y la de proyección es la que disminuye la transmisión
del dolor. El GABA y la glicina son los neurotransmisores de las
sinapsis inhibitorias y el glutamato y la sustancia P los
excitatorios. Por el momento no existen analgésicos que actúen sobre
la neurotransmisión de este sistema12.
Bibliografía
Kandel ER, Schwartz JH, Jessell TM (eds). Principles of neural
science. 4 th ed. New York: McGraw Hill, 2000.
Cook SP, Vulchanova L, Hargreaves KM, Elde R, McCleskey EW. Distinct
ATP receptors on pain-sensing and stretch-sensing neurons. Nature
1997; 387: 505-8.
Liu H, Mantyh PW, Basbaum AI. NMDA-receptor regulation of substance P
release from primary afferent noniceptors. Nature 1997; 386: 721-4.
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