Cuando uno ve que jugadores de futbol van a su trabajo en autos de alta gama y los investigadores viajan al suyo en bondi, cabe plantearse cuál es la escala de valores que tiene nuestra sociedad. Por supuesto que una cosa no tiene que ver con la otra, y todos los ciudadanos, trabajen en lo que trabajen, tienen el derecho de aspirar a una buena calidad de vida, pero el contraste no deja de resultar patético. La realidad nuestra es contradictoria y permanece, con escasos cambios positivos, inmutable desde hace años. Está incongruencia está al alcance de la inteligencia de cualquier niño o niña que obedientemente tiene que cumplir con una educación durante la parte más sustanciosa de su vida, conviviendo con el dilema de lo que es y lo que debería ser. Cualquier escolar entiende que debe transformarse en una persona útil y un contribuyente activo y responsable con su pueblo, pero luego los medios masivos de comunicación, siguiendo la complacencia social (sería menospreciar el intelecto de la gente pensar que van en sentido contrario), lo bombardean con un mensaje completamente diferente. Los actores socialmente más perjudicados, según esta forma de ver, son aquellos que dedican su esfuerzo a preservar la calidad del recurso humano, tales como los profesionales de la salud, los educadores y los innovadores, o sea los investigadores. Bajo el común aspecto de lucir un guardapolvo, son estas las personas que trabajan para asistirnos y que podamos ser lo que somos y proyectarnos hacia un futuro mejor. A ellos se les retacea sistemáticamente el acceso a una buena calidad de vida. Quizás no en el discurso, pero sí en la práctica. Un ejemplo de prioridad social se ve en los cientos de policías que custodian a los barrabravas y al mismo tiempo dejan indefenso al personal de las guardias hospitalarias.
Los científicos deberían ser vistos como integrantes del grupo de personas que durante toda su vida se entrenan y capacitan para poder detectar la causa de los problemas, anticiparlos, analizar y ensayar soluciones, o mejorar las condiciones actuales y futuras. Resuelven problemas de todo tipo, biomédicos, tecnológicos, humanísticos, industriales… Sin embargo, en el país casi no existen científicos en las mesas de decisiones públicas. En los programas de comunicación masiva la ciencia suele aparecer en ejercicios de entretenimiento, pero no en los de opinión o decisión. El país deja sus dificultades mayores en manos de políticos, de desconocida capacitación específica, que un tiempo viran a la izquierda y otro a la derecha, como si la sociedad fuera un gran campo de experimentación en manos de visionarios ideológicos, a veces mágicos, sin entrenamiento fáctico. La gente es literalmente perturbada durante años con temáticas que nunca se resuelven satisfactoriamente. Como, por ejemplo qué hacer con las poblaciones desatendidas, el hambre y la pobreza, la desocupación, la planificación familiar, los programas educativos pensando en el futuro, la formación universitaria ajustada a las posibilidades laborales, la población carcelaria, la edad punible, los niños judiciales, la práctica del aborto, la atención a las víctimas, a los enfermos crónicos, los discapacitados y las enfermedades sin tratamiento efectivo, la edad jubilatoria, las adicciones, las contaminaciones, la racionalización del transporte, el uso de energías, los planes de producción, la justa distribución impositiva y tantos otras cuestiones manejadas por arrebatos ideológicos y nunca testeadas por técnicos capacitados en resolver problemas. Así arrastramos cuestiones viejas y cada día sumamos nuevas hasta provocar un ambiente enajenado, poco apto para la armonía y la creación. Vivimos encerrados en un laberinto que quizás los científicos puedan ayudar a desandar.
¿Qué objetivos tenemos como país? Al parecer, hoy, ser tricampeones de futbol y lo demás no importa. Al parecer digo, porque ningún cambio importante se avizoraría en otro sentido. Pero, también hay que considerar algunas realizaciones que merecen ser continuadas, tales como el significativo aumento en el número de investigadores y de centros de investigación, la creación del Ministerio de Ciencia y Técnica y su enlace con la producción y el desarrollo tecnológico…
En 1918, un grupo de jóvenes progresistas, en aquellos tiempos solo una elite, cambiaron el destino de los centros de formación educativa y para las ciencias. Hicieron la Reforma Universitaria. Entonces la reforma desplegó tres banderas, la de docencia, la de investigación y la de inserción social. Con el tiempo, esa tercera bandera quedó arriada en algún pasillo universitario y así es muy común ver departamentos de Docencia e Investigación y nada de Inserción Social a una escala relevante. Entonces la falta es mutua, la gente parece vivir a espaldas de los científicos tanto como los científicos de la gente.
El 2018 es el año del centenario de la reforma Universitaria y un momento muy oportuno para empezar a darse vuelta, todos, volver a mirarse las caras e izar juntos la bandera de la inserción social universitaria. Al mismo tiempo, empezar a reclamarle al país una valorización concreta de la ciencia, la docencia y la asistencia sanitaria.
Me atrae imaginar que sucedería con la aplicación de programas y procedimientos que estimulen a los investigadores a trabajar en aquellas áreas que tienen alto impacto social. Que los investigadores tengan en su carrera una opción de aspirar a una alta calidad de vida si obtienen logros sociales, industriales o tecnológicos con impacto real. Si ello ocurre, entonces podremos ver a los científicos ir a trabajar en sus autos de alta gama, imagino que miles de niños mirarán ese mismo futuro, se registrarán miles de patentes argentinas, aparecerán noticias de producción industrial y exportaciones voluminosas, habrá muchos más premios Nobel y una sociedad un poco más equilibrada en sus valores y pacificada en su quehacer cotidiano.
A un siglo de la reforma universitaria (y ojalá también ganemos en fútbol), es hora de levantar las banderas del verdadero valor de la ciencia, y que lo que deba ser, de una vez por todas sea.
Emilio J. A. Roldán
Sociedad Latinoamericana de Investigación Médica en Enfermedades Raras (SLADIMER), Buenos Aires, Argentina
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