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CARTAS AL COMITE DE REDACCION
Ingelfinger
Rodolfo Q. Pasqualini
La más antigua revista de medicina, del tipo de las actuales es,
quizás, la llamada
Nouvelles Découvertes sur Toutes les Questions de la Médicine,
editada en 1679 en Paris, por Nicolás de Blegni. Le siguieron muchas
otras, generalmente de breve sobrevida, hasta que desde fines del
siglo XVIII se produjo su rápida multiplicación, tanto que en el
siguiente se contaban más de 400, principalmente en Alemania, pero
pronto, con la progresiva implantación del inglés como idioma
científico universal, algunas se desarrollaron con tan notable vigor
que les permitió, hasta hoy, una más que centenaria pervivencia y
entre las cuales recordaré tres: The Lancet, British Medical Journal,
New England Journal of Medicine.
Estas revistas abren sus páginas a la medicina en general, a la
actualidad médica social y
universitaria, a la docencia médica y no descartan la heterodoxia, a
la docencia médica y no descartan la heterodoxia, principalmente la
primera. Por otra parte también alcanzaron
duración y prestigio las revistas dedicadas a las especialidades,
desde las más expandidas, como la cardiología, la
gastroenterología, la inmunología, la endocrinología, etc, etc,
hasta las más restrictivamente especializadas, como el Journal of
Invertebrate Carbohydrate Biochemistry. Entre unas y otras hay
actualmente más de 25.000.
Volviendo a las revistas médicas generales mencionadas, que son para
estas páginas las
realmente interesantes, The Lancet marca el rumbo de la historia del
desarrollo bibliográfico médico y su difusión no sólo entre la
clase médica sino también entre el público culto y el periodismo en
general. Fue fundada por un cirujano de Londres, Thomas Wakley (1795-
1866), y su primer número apareció el domingo 5 de octubre de 1823.
El Dr. Wakley era una personalidad singular que llenó un período de
la historia médica londinense, miembro de la cámara de los comunes,
'corner', combativo protagonista de numerosos juicios legales y
paladín de incontables nobles causas. A su muerte, hace 130 años, su
revista imprimía más de 4.000 ejemplares por edición, en tanto que
su culta heterodoxia sobrevive todavía en sus páginas, en las
cuales, en su tiempo, discutía con las instituciones médicas,
manteniendo conflictos con los profesores por publicar sus lecciones
dictadas y pagadas privadamente por los estudiantes. Hoy, la revista
tiene informados a sus miles de lectores sobre acontecimientos
relacionados con la medicina de todo el mundo y además brinda a los
médicos sus páginas publicando 20 o 30 cartas al editor por semana,
incluyendo aquellas de crítica oposición con lo sostenido por sus
editores, de cuyos trece, hoy, ocho son mujeres.
The New England Journal of Medicine (NEJM), fundada en 1812, cambió
varias veces su denominación, y contrariamente a The Lancet, editado
por un grupo independiente, es
publicado y editado por la Massachusetts Medical Society. Aparte de la
difusión de los
conocimientos médicos en una órbita científica puramente
profesional, presta limitada pero solo selectiva atención a las
vicisitudes médicas cotidianas. Aparte de sus artículos originales,
incluye revisiones y artículos especiales y sus famosos ejercicios
anatomoclínicos. Además de estos informativos y educativos, sus
logros más importantes conciernen a la depuración y estrictez de lo
publicado, con recomendación, en cierta medida autoritaria, de
proyectar estos principios a las publicaciones originales en general
en un sano intento de censura ética y valuación rigurosamente
científicas.
Esta noble misión la emprendió Franz Joseph Ingelfinger (1910-1980)
('Finger' para sus
amigos y asociados) cuyo nombre quedó sellado al NEJM como el de
Wakley a The Lancet.
Emigrado a Nueva Inglaterra desde Dresde, en Alemania, donde había
nacido, a Nueva
Inglaterra en 1922, se graduó primero en ciencias en Yale y luego de
médico en Harvard en 1936, orientándose preferentemente a la
gastroenterología en hospitales de Filadelfia y en el Boston City
Hospital. Dentro de su especialidad, profundizó el estudio de la
fisiología y patología del aparato digestivo y especialmente del
esófago, en las cuales realizó importantes aportes. La intensiva
especialización no significó desmedro para su actividad como
profesor de medicina interna en todas sus ramas, siendo memorables sus
lecciones prácticas: por ejemplo, para mostrar como se practicaba una
intubación nasogástrica y su buena tolerancia, él mismo se intubaba
y dictaba la clase con la sonda puesta. No le eran ajenos otros
múltiples intereses en todos los cuales se destacaba: pintura a la
acuarela, piano, deportes y por encima de ellas, el permanente
vínculo con todas las expresiones de la cultura y el culto de la
amistad. Formó más de sesenta brillantes discípulos; exponía sin
atenuantes y a veces con cierto sarcasmo, los defectos y errores de
sus colaboradores y discípulos, pero con la virtud de no generar
resentimiento, como lo recordaba su sucesor Arnold Relman, quien,
además agregaba: "...tenía un coraje moral poco común e
independencia de convicciones; decía siempre lo que pensaba y nunca
se amedrentaba frente a las opiniones contradictorias de la
multitud"1. En 1967 asumió como editor en jefe del NEJM, cargo
que mantuvo hasta su
muerte (paradójicamente por carcinoma de cardias) si alejarse de él
durante más de cuatro años de cruenta enfermedad, con la
consiguiente cirugía y quimioterapia2.
Ingelfinger cambió el rumbo de la revista tanto en el aspecto
material como en el de
la ética bibliográfica, aparte de sus inoculaciones de genialidad y
humor y si negar la
retroacción recíproca de todos estos atributos. En lo material,
durante su dirección el tiraje aumentó de 100.000 a 170.000 semana,
y la enriqueció con comentarios sobre la actualidad médica,
innumerables editoriales y comentarios bibliográficos. En lo que
concierne a estas reflexiones, donde más se hizo sentir su
influencia, afortunadamente duradera hasta hoy, es en cuanto al rigor
científico y ético en todo lo aceptado para publicación.
A impulso de la expansión de los conocimientos médicos, los avances
en cuanto a la
etiopatogenia, los medicamentos y las dimensiones cada vez mayores de
la industria
farmacéutica y su proyección publicitaria, los trabajos médicos
experimentaron una notable multiplicación, y paralelamente aumentó
el número de revistas para acogerlos. Esto ocurrió en todo el mundo,
y aquí no más, entre nosotros, hasta no hace mucho, se llegaron a
editar cuatro o cinco revistas médicas semanales, con 52 o más
generosos números anuales, formando al final devastadoras
colecciones. En este aspecto fue donde Ingelfinger dijo basta, no,
desde luego, para nuestras poco ambiciosas revistas, sino para todos,
y dio el buen ejemplo. El NEJM sólo aceptaría trabajos que
reuniesen, aparte del rigor científico, la exclusión de la
posibilidad del manipuleo anticipado del material por los medios de
comunicación masiva, sintetizada en lo que llegó a denominarse la
"regla de Ingelfinger" que dice: "ningún manuscrito
será considerado para publicación si su sustancia ha sido propeusta
o publicada en otra parte". Esta otra parte incluía a la prensa
pública. La intención era, aparte de asegurarse la exclusividad,
enaltecer los trabajos pues se sabía que para ser publicado cada uno
había sido valuado con el máximo rigor científico y ético. El alto
número de trabajos recibidos obligaba a contar con asesores
capacitados para cumplir la función de jueces, con frecuencia más de
uno para cada trabajo, el llamado peer-review, condición viable para
una revista como el NEJM pero insalvable para rvistas de similares
buenas intenciones pero de recursos limitados. Aún sin aplicarla
estrictamente, la regla ejerció una saludable influencia, pues ella
llevaba implícita el rigor de la selección, tan estricta que de los
trabajos recibidos por las grandes revistas, más del 80 por ciento
son rechazados; paralelamente, sin contradicción, desde antiguo se
admite que una revista puede sobrevivir y evolucionar solaente si
recibe numerosos trabajos. Ya en 1866, Ernest Hart, un célebre editor
del British Medical Journal, contestó a la Asociación Médica
Norteamericana que le pidió consejo para mejorar su revista:
"recibir más trabajos y agrandar el canasto de la basura".
La regla de Ingelfinger se expandió más allá de lo concerniente a
la duplicación de la
publicación, significando un favorable cambio en todos los escritos,
tanto en su forma como en su contenido, integrando cada trabajo como
parte del mismo proceso científico,
inseparable de lo cumplido sobre el enfermo, en el laboratorio, o en
el razonamiento,
aceptándose sin discutir que la aprobación de un trabajo por una
revista como lo quería
Ingelfinger constituía una verdadera reválida.
No obstante los indiscutibles buenos resultados en cuanto a la
superada categoría científica de las publicaciones médicas,
últimamente se levantaron voces contestatarias en el aspecto literal
de la regla, limitadas a lo concerniente a la difusión de resultados
antes de la publicación en la revista. Unas fueron las del periodismo
en general, privado de una fuente temprana de noticias
sensacionalistas de fácil venta. Otras críticas fueron de origen
específicamente médico. Estas, junto a las de algunos grandes
diarios, se expusieron en
artículos publicados en The Lancet, resumidos por su joven director,
Richard Horton, con el título Ruling out Ingelfinger?3, significando
solamente el aspecto literal de la regla en cuanto a a la publicación
previa, sin afectar los beneficios que explícitamente había aportado
en cuanto a la calidad de los escritos, considerando que la regla ha
cumplido su benéfica misión, y que la responsabilidad de cada
trabajo debe quedar en manos de la sabiduría y los principos éticos
de cada autor, e ntanto que a la revista le corresponde exclusivamente
juzgar el valor de cada trabajo y si en base a ello merece ser
publicado. Horton termina su ponderable editorial con las siguientes
palabras: "Mi inclinación es rescindir la regla, aunque esta
acción tendrá poco efecto sobre los autores si otras revistas optan
por mantenerse en una línea estricta. No puedo concebir elc aso de
rechazar un trabajo por haber sido difundidos previamente sus
resultados. Quizás la cuestión podría sintetizarse en esto:
¿pueden los editores confiar en que los investigadores aporten los
resultados de su investigación responsablemente, y si no,
porqué?".
Entre los argumentos expresados contra la regla no dejaron de
esgrimirse también los de
carácter económico, pues desde que el NEJM la impuso aumentó
notablemente su tiraje,
anuncios y suscriptores, y consiguientemente sus ganancias, insinuando
que la revista no era ajena a esta intención4. Ingelfinger había
contestado puntualmente esta cuestión en una famosa conferencia5.
La inconveniencia o imposibilidad de aplciar la regla en ciertas
situaciones fue señalada por el International Committee of medical
Journal editors3, como en el caso de descubrirse el riesgo de un
medicamento, la evidencia de una inminente epidemia, o el
descubrimiento de un tratamiento eficaz para una enfermedad
importante, pero de cualquier modo la decisión de atenerse
estrictamente a la regla es patrimonio de cada revista, sin alcance
legal, pues si una se atiene estrictamente a ella, no todas deben
hacerlo.
Los logros de los esfuerzos de Ingelfinger se reflejaron en la
relación entre los autores y las revistas, incluyendo el temor a una
crítica severa de sus trabajos, sometidos a la revisión por jueces
anónimos, como lo son siempre, la larga espera de la aceptación y
publicación y la posibiliad de ser juzgados no solamente por el valor
del trabajo, sino también en lo personal.
Con respecto a esto último, las revistas deben imponerse la norma de
juzgar solamente el
contenido de los originales recibidos, sin influencias extrañas de
tipo institucional o político, excepto en casos de flagrante falla
moral o delictiva. Por ejemplo, ¿Ingelfinger hubiera rechazado un
buen trabajo de Christian Barnard, a causa de sus desplantes
publicitarios en otros campos?
Las cosas han cambiado, y ahora, en el tiempo del apuro, las
secretarias, los peer reviewers, las fotocopias, el teléfono, el fax
y todo el vendaval electrónico, la armonía entre las revistas y los
autores debe conservarse como se empeñaba en mantenerla Ingelfinger,
con toda su autoridad y dones constructivos.
Volviendo brevemente al título del comentario de Horton, lo de Ruling
out Ingelfinger, solo debe interpretarse como relativo a la regla y no
a la extraordinaria personalidad del autor de quien Irvine Page dijo
con incuestionable justicia: "There are few Franz Ingelfingers in
a world sorely in need of Franz Ingelfingers".6
Bibliografía
1. Relman AS. Franz J. Ingelfinger. 1910-1980. N engl J med 1980;
30: 859-61.
2. Pasqualini RQ. Médico de médicos. Medicina (Buenos Aires) 1986;
46: 755- 8.
3. Horton R. ruling out Ingelfinger? Lancet 1996; 347: 1423-4.
4. Altman LK: The Ingelfinger rule, embargo, and journal peer review.
Lancet 1996; 347: 1382-6 y 1459-63.
5. Ingelfinger FJ. Annual Discourse - Swinging copy and sober science.
N Engl J med 196; 281: 526-32.
6. Page IH. First among equals - Franz Joseph Ingelfinger. Mod Med
1977; 45: 9-14.
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