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Más sobre Helicobacter
pylori ¿o menos?
Alejandro Pulpeiro
Departamento de Medicina, Hospital de Clínicas José de San
Martín, Facultad de Medicina, Universidad de Buenos Aires
Después de más de un siglo desde la formulación de una teoría
infecciosa para la etiología de la úlcera gastroduodenal por Lebert
en 1857 y Cohn en 1860, según cita de Urquiola, García Guerra y
Montiel1 y de 70 años desde la descripción de infiltrados
leucocitarios y el desarrollo de folículos linfoides en la submucosa,
parece confirmado el origen bacteriano de la enfermedad que fuera
postulado por Warren y Marshall en 19842. El prolongado período
transcurrido nace del hecho de haberse desatendido la presencia en la
histología de leucocitos o folículos linfoides como testimonio de un
proceso infeccioso y la importancia concedida al ácido clorhídrico
como factor bacteriostático junto al error incurrido al atribuir la
presencia de gérmenes a fenómenos secundarios a la muerte o
posteriores a la resección quirúrgica.
Hoy parece demostrado el mecanismo patógeno que se pondría en marcha
a través de varios pasos sucesivos: a) una suerte de «baño de
amonio» generado por la ureasa para neutralizar el ácido3; b) un
efecto «turbo» provocado por los flagelos del germen al ubicarse en
el epitelio foveolar4; c) la acción de productos bacterianos que
desde esa localización lesionan la mucosa y generan respuesta inmune;
d) la intervención de interleuquinas y citoquinas de diverso tipo,
provocando respuestas diferentes según los distintos huéspedes,
capaces de provocar gastritis crónica.5
Ha sido demostrado, por experiencia en humanos (ya que hasta ahora no
existe un modelo animal adecuado) que la ingestión del germen provoca
dos tipos de gastritis: la antral (típica gastritis B) o la
pangastritis seguida de atrofia. La gastritis antral traería como
consecuencia hipergastrinemia e hipersecreción ácida y favorecería
así el desarrollo de enfermedad ulcerosa.6 En efecto, un pequeño
porcentaje de infectados padece de úlcera gástrica y
sorprendentemente también de úlcera duodenal, a pesar de que la
infección se limita a la mucosa gástrica. Esto parece ser
consecuencia de la metaplasia gástrica en el duodeno, provocada por
la infección junto a la colonización ulterior y al daño
consiguiente de la mucosa. Un número sensiblemente reducido de
infectados crónicos, por un período prolongado en años, se vería
afectado por un cáncer gástrico -adenocarcinoma bien diferenciado- o
un inusual linfoma, Mucosal Associated Lymphoid Tissue, o maltoma.7, 8
El adenocarcinoma se puede explicar por la producción a través de
los años, de una pangastritis atrófica y Maltoma, por la acción
citopática sobre el tejido linfoide intraepitelial.
A partir de los hechos señalados surgen algunas reflexiones, en torno
a varios aspectos del tema, que a nuestro juicio, persisten oscuros.
Existen estudios epidemiológicos muy bien documentados que demuestran
que más del 30% de la población mundial está o estuvo infectada por
el Helicobacter pylori. Hay un alto porcentaje de pacientes infectados
por el Helicobacter pylori que no tienen síntomas, no padecen de
gastritis, ni de úlcera gástrica o duodenal. Es bien conocido que la
incidencia de úlcera duodenal no excede del 5% de los individuos en
todo su trayecto vital. Estaríamos así, en una situación que se
podría ejemplificar con la imagen de un cono truncado: la base mayor
representa la población infectada, y la base menor la portadora de
úlcera duodenal.
A través de la historia se producen episódicamente, crisis de lo que
Laín Entralgo llama furor curandis. Eso explica a mi juicio que en la
reunión anual de la American Gastroenterological Association en San
Francisco, en mayo de 1996, sobre 328 trabajos, simposios, paneles de
expertos y conferencias que trataron el tema, más de la mitad
estuvieran dedicados al tratamiento antibiótico destinado a erradicar
al Helicobacter pylori. De esta manera, esquemas de doble, triple y
hasta cuádruple terapias bactericidas9, 10 tendrían un costo inicial
muy alto (está en estudio aún la relación costo/beneficio a largo
plazo)11, con muchos efectos desfavorables, siendo la resistencia un
importante factor de fracasos. A ello hay que agregar un 30% de
recidivas o reinfecciones según los distintos países y las
instituciones donde la influencia de la condición económica y social
de la población es el factor principal.11, 12, 13
No existe ninguna comunicación científica que aporte evidencias
contundentes acerca de la producción de úlcera duodenal experimental
por vía de la contaminación con Helicobacter pylori en un modelo
animal.14 Por otra parte, varios cientos de estudios realizados en la
última década parecen demostrar que estamos frente a la infección
crónica más frecuente en el género humano. Esto nos permite
insistir que además de toda la evidencia disponible acerca de la
etiología infecciosa, hay una suma compleja de factores
intervinientes que desde hace largo tiempo nos permitió sostener una
visión multicausal de la enfermedad ulcerosa15.
Nos parece válido establecer una analogía entre esta infección y la
provocada por la
Escherichia coli en el sistema urinario, habida cuenta de la variedad
de manifestaciones,
desde una bacteriuria asintomática hasta cistitis, necrosis papilar o
abscesos renales. Ambas infecciones son también recurrentes,
responden a la terapia antibiótica y tienen posibilidad de terapia
sintomática o patogénica. Asumimos desde luego la diferencia que
marca el hecho de que la E. coli no tiene un rol carcinogénico.
Una vez más estas reflexiones nos conducen a evaluar el contexto
general del paciente en
quien cobran importancia como siempre otros rasgos. No debemos
desconsiderar factores genéticos y ambientales en que el estrés
crónico mantiene su vigencia, así como hábitos, estilo de vida y
tipos de personalidad. En este marco de multicausalidad, debemos
incorporar hoy esta curiosa bacteria que se limita a infectar de
manera solitaria el estómago humano.
Bibliografía:
1. Urquiola E, García-Guerra D, Montiel L. La úlcera
gastroduodenal . Historia de una enfermedad. Barcelona: Ediciones
Doyma; 1987 Vol. I pp 55-6.
2. Marshall BJ, Warren J. Unidentified curved bacilli in the stomach
of patients with gastritis and peptic ulceration. Lancet 1984; 1:
1311-5.
3. Murakami M, Yoo JK, Teramura S, et al. Generation of ammonia and
mucosal lesion formation following hydrolisis of urea by urease in the
rat stomach. J Clin Gastroenterol
1990; 12: S104-9.
4. Labenz J, Borsch G. Evidence for the essential role of Helicobacter
pylori in gastric ulcer disease. Gut 1994; 35: 19-22.
5. Figura N, Guglielmetti P, Rossolini A. et al. Cytotoxin production
by Campilobacter pylori strains isolated from patients with peptic
ulcers and from patients with chronic gastritis only. J Clin Microbiol
1989; 27: 225-6.
6. Dial E, Hall LR, Romero A., et al. An explanation for enhanced
gastrin response to a meal in patients with Helicobacter pylori
infection. Gastroenterology 1994; 106 4(Supp. 2 ): 106.
7. Parsonnet J, Friedman GD, Vandersteen DP, et. al. Helicobacter
pylori infection and the risk of gastric carcinoma. N Engl J Med 1991;
325: I 127-31.
8. Hussell T, Isaacson PG, Crabtree JE, et al. The response of cells
from low grade B-cell lymphomas o mucosal associated lymphoid tissue
to Helicobacter pylori. Lancet
1993; 342: 57 1-4.
9. Klein PD, Graham DY, Gaillour A, et al. Water source as risk factor
for Helicobacter pylori infection in Peruvian children. Lancet 1991:
337:1503-6.
10. Cutler Af, Schubert TT. Patient factors affecting Helicobacter
pylori with triple therapy. Am J Gastroenterol 1993: 88: 505-9.
11. Vakil N. The Economics of eradicating Helicobacter pylori
Infection in duodenal ulcer disease. Am J Med 1996; 100 (supl A):
5A-60S-64S.
12. Borodv TJ, Andrews P, Shortis NP, et al. Optimal Helicobacter
pylori therapy: a combination of omeprazole and triple therapy.
Gastroenterology 1994; 106: 4 (Suppl 2): 55.
13. Graham DY, Adam E, Reddy GT, et al. Seroepidemiology of
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countries. Dig Dis Sci 1991. 36:1084-8.
14. Kitay W, Practical Gastroent 1995; 18:15-6.
15. Pulpeiro A. Stress y psiquismo en la úlcera péptica crónica.
Acta Gastroenter Latinoamer 1988; 18: 161-71.
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