|
|
CARTAS AL COMITE DE
REDACCION
Microscopía y citometría de flujo. Expresión aumentada de CD4 en
monocitos de pacientes infectados con HIV
Norma E. Riera, Nora Galassi, Marta Felippo, Beatriz Ruibal-Ares, María M. E.
de Bracco
Instituto de Investigaciones Hematológicas, Academia Nacional de
Medicina, Buenos Aires.
Anteriormente comentamos la discordancia entre los valores de CD4 obtenidos
por citometría de flujo (CF) y por microscopía óptica1. La sobrevaloración de
CD3 y CD4 por MO encontrada en los porcentajes de Cd4 y CD3 de los
pacientes infectados con HIV fue relacionada a la pérdida relativa de linfocitos
CD8 causada por la centrifugación de la sangre sobre un gradiente de Ficoll-
Hypaque. Queremos llamar la atención ahora, acerca de la posible contribución
de células no linfoides CD4 positivas a la valoración de CD4 en estos pacientes
utilizando MO. Los monocitos de sangre periférica de individuos sanos también
tienen CD4 en su membrana2, 3, y la intensidad de fluorescencia medida por CF
(asociada al número de sitios CD4 por célula), es menor que la de los linfocitos
periféricos CD3+CD4+. Por esta razón, la contribución de los monocitos CD4+ a
los valores porcentuales de células periféricas CD4+ de individuos normales (N)
utilizando MO para el ensayo, no se tiene en cuenta.
En 34 pacientes hemofílicos estudiados por CF, encontramos un porcentaje
mayor de monocitos CD4+ (células CD14+CD4+: 4-8%) que en los donantes
normales (células CD14+CD4+: 3-4%), siendo esta diferencia más notable en
pacientes hemofílicos infectados con VIH (He-VIH+). Por CF, los monocitos
CD14+CD4+ pueden ser diferenciados fácilmente de los linfocitos T CD3+CD4+
en base a su tamaño, complejidad celular y marcación fenotípica específica. En
cambio, la MO no permite esta distinción a menos que se realicen dobles
marcaciones o se busque alguna característica citoquímica, que no es lo común
en la determinación de CD4. En los He-HIV+, se observó además un aumento
en la intensidad de fluorescencia para CD4 de los monocitos CD14+CD4+ con
respecto a los monocitos del grupo N (intensidad de fluorescencia, "peak
channel" X±ES, He-HIV+: 376±8; N: 305±6). En la Figura 1 se muestra un
ejemplo del corrimiento de la intensidad de fluorescencia para CD4 en células
CD14+ (monocitos) de un paciente He-VIH+.
Esto puede contribuir a sobreestimar el porcentaje de linfocitos CD4+ por MO, al
computar como tales a monocitos con mayor expresión de CD4 que los
normales y debe ser tenido en cuenta especialmente en cuanto a la toma de
decisiones terapéuticas.
Dirección postal: Instituto de Investigaciones Hematológicas,
Academia Nacional de
Medina, P. de Melo 3081, 1425 Buenos Aires, Argentina
Bibliografía 1.
1. Picchio G, Pardo L, Boggiano C, Felippo M, de Bracco
MME. Discordancia entre los valores de CD4 obtenidos por citometría de flujo o
por microscopía en pacientes hemofílicos infectados con HIV. Medicina (Buenos
Aires) 1995; 55: 90-92.
2. Wood GS, Warner NL, Warnke RA. Anti-leu3/T4 antibodies
react with cells of monocyte/macrophage and Langehans lineage. J Immunol
1983; 131: 212-6.
3. Stewart SJ, Fujimoto J, Levy R. Human T lymphocytes and
monocytes bear the same Leu3 (T4) antigen. J Immunol 1986; 136: 3773-8. Fig.
1.-- Intensidad de fluorescencia de CD4 en monocitos y linfocitos
de un paciente hemofílico HIV+.
Se muestran los histogramas correspondientes a la intensidad de
fluorescencia
para CD4 en una muestra representativa de sangre periférica de un
paciente
hemofílico HIV+ (marcación con anti-CD4 monoclonal conjugado con
isotiocianato de fluoreseina, Becton Dickinson).
Células CD14+
Homeopatía
R. Q. Pasqualini
Hace más de diez años escribí un breve ensayo titulado "La
vigencia de los remedios",1 en el cual la homeopatía no figuraba
pues me refería sólo a los que habían dejado de tenerla, como la
sangría, que la había perdido despues de 2000 años. En 1983, la
homeopatía, como hasta ahora mismo, gozaba de lamentable vigencia. Si
hoy, quizás innecesariamente me ocupo de ella es inspirado por la
congruente catilinaria del Dr. Alonso en su editorial "Una mirada
a la homeopatía; por un alópata" publicado en el último
número de Medicina (1996; 56: 424-427). De cualquier modo creo que
llegó el tiempo de no hablar más de ellas, salvo por alguna razón
realmente valedera, como la contenida en las últimas líneas de esta
carta. Ahora, antes de proseguir, quiero aclarar lo de alopatía y
alópata. Estos son términos acuñados por los primitivos homeópatas
con la aviesa intención de ponerse en equilibrio en los platillos de
la balanza opuestos a los buenos médicos de aquel tiempo, incurriendo
además en la falacia lógica de definir lo importante por lo nimio.
Los adelantos de la terapeútica científica de los últimos sesenta
años liberaron a los enfermos, y subsidiariamente a los médicos, de
los fantásticos recursos impuestos, por ejemplo, al rey Carlos II de
Inglaterra en su última y fatal enfermedad2, pero esos adelantos
están lejos de permitirnos decir que logramos curar todas las
enfermedades y suprimir sus consecuencias, quedando muchos males a la
espera de lo que la ciencia nos promete. La avanzada terapéutica de
que hoy disponemos lleva aparejada una compleja tecnología de
aplicación y alto costo que la hace inalcanzable para muchos de los
necesitados. Además, la medicina social no ha avanzado al compás de
los tiempos y son muchos los enfermos que en el engranaje de su
asistencia no cuentan con un médico que
pueda ser elevado a la categoría de consejero, amigo y confidente,
como se supone que lo podrían haber alcanzado en otros tiempos. En
estas situaciones de desamparo, el enfermo busca en cualquier parte lo
que la medicina a la que tiene acceso dentro de la organización
vigente en su contorno, pública y privada, no les dá, justificando
(sólo para algunos casos) la llamada antes medicina marginal o
alternativa y ahora rebautizada como
medicina complementaria, situación recomendablemente expuesta por Sir
David Weatherall.3
Volviendo a la homeopatía: no es más que otro integrante de esa
medicina marginal, acompañada por lo menos por otros sesenta
representantes4 (sin duda muchos más), desde los simples, de bajo
costo e inofensivos, al alcance de todos, como un regulado esfuerzo
espiritual o el vinagre y la miel, hasta los complejos y de alto
precio, por ejemplo, las células extranjeras aplicadas en un templo
fastuoso. Citados sin orden ni jerarquía, se incluyen como remedios
complementarios los naturopáticos, con las múltiples variantes del
herbalismo, la osteopatía, la quiropraxis, la reflexología, la
acupuntura, la acupresión, la aromoterapia, colorterapia, algunos
aspectos del yoga, la hidroterapia, la medicina antroposófica, la
ciencia cristiana, la cientología, la radiestesia,
múltiples modelos de relajación, el biofeedback, etc, etc, etc, y
naturalmente, la hemeopatía. Algunas de estas propuestas poseen
cierta eficacia por sí mismas, pero sólo en algunas situaciones
selectivas, para la mayoría es dudosa o nula. Ninguna sirve para
todo. En una categoría aparte, están las representantes del puro
charlatanismo, de tipo teatral, como el lecho celestial y el templo de
la salud de James Graham3, ofertado para la impotencia y la
esterilidad, o de tipo secretamente medicamentoso, como el Krebiozen y
el Laetrile, para el cáncer. En un bicentenario ritornelo, desde su
invención por Hahnemann (1755-1843), sobre una antigua idea de
Parcelso, la homeopatía tuvo sus altos y sus bajos, y como en su
tiempo la sangría, fue ensalzada por grandes intelectuales. Otros la
lapidaron sin piedad, como Oliver Wendell Holmes, paralelo de
Semmelweis en
la rep pre y además escritor genial: "La homeopatía es una
mezcla de perversa ingenuidad, decorativa erudición, imbécil
credulidad y artificiosa distorsión,
frecuentemente ofrecida en la práctica con desvergonzada
imposición," decía en 1883 en su Medical Essays. Más
serenamente, el gran clínico Gabriel Andral, de la escuela de Louis,
respetuosa de los números, la estadística y la objetividad,
presentó a la Academia de Medicina de Paris, hace más de un siglo,
un estudio de 100 casos tratados por homeopatía, sin observar ningún
efecto. Martin Gardner, infatigable fiscal del fraude en todas las
expresiones del conocimiento no encuentra en el inmenso fárrango de
panfletos, discursos, supuestos experimentos y aplicación en gatos y
perros, destinados a la defensa de la homeopatía, ni un átomo de
evidencia científica5.
En conclusión, hoy, el invento de Hahnemann con todas sus variantes,
después de sometido a rigurosas inquisiciones clínicas, químicas,
físicas, farmacológicas, y hasta lógicas e históricas, ha sido
excluído razonablemente de la ciencia médica seria. Sin embargo,
hubo y siempre habrá gente supuestamente curada por la homeopatía,
lo mismo que ocurre con otros remedios complementarios. Pero no lo han
sido específicamente por ellos, sino por el efecto placebo, asunto
demasiado complejo y extenso, como para permitir aquí no otra cosa
que recomendar a los interesados el bien documentado libro de White,
Tursky y Schwartz6 y recorrer los meandros de su compleja psicología.
Dije razonablemente. Pero no es lo que cuenta. Aún en países más
civilizados, como los Estados Unidos, Gran Bretaña, Australia... y
quizás muchos otros, pero reacios a las buenas estadísticas, la
gente gasta más en remedios marginales
que en recetas convencionales.3 Entre los primeros, la homeopatía
ocupa un lugar destacado, y para hacérselo ocupar la propaganda
cumple su papel: la voz de los supuestos beneficiados y los
desalentados por otros tratamientos, la frustración sufrida con
médicos que no les brindan la empatía que esperan, los avisos en
diarios y en páginas amarillas de guías telefónicas, la noticia en
los diarios de que la familia real británica incluye un hemeópata en
su rol de médicos, y por lo menos entre nosotros (no sé como será
en otras partes del mundo), algo de gran importancia, y que es lo
prometido al comienzo de esta carta: la permisividad de las
autoridades para no poner fin a una franquicia, venida quizás del
tiempo de la colonia, permitiendo que todas las farmacias del país
agreguen a su anuncio de Farmacia, la palabra Homeopatía, a veces con
refulgentes luces de neón. La homeopatía, lo mismo que otros
remedios complementarios, siempre que no sean nocivos, no pueden
prohibirse; no debe
prohibirse la ilusión, pero es obligación no engañar a la gente con
la difusión de terapéuticas probablemente inútiles, superadas a
alto costo por la investigación científica. Los practicantes de la
hemeopatía, honestos o no, entretanto medran con esta propaganda
gratuita. Hahnemann, que actuó en Viena, Erlangen y Leipzig, murió
millonario en Paris.
Bibliografía
1. Pasqualini RQ: La vigencia de los remedios. Medicina
(Buenos Aires) 1983: 43: 463-465.
2. Pasqualini RQ: La vida antes de la muerte. Medicina (Buenos
Aires) 1986; 45: 357-9.
3. Weatherall D: Science and the Quiet Art. New York: Norton,
1995.
4. Fulder S: The Handbook of Complementary Medicine. London:
Hodder & Stoughton, 1984.
5. Gardner M: Fads & Fallacies in the Name of Science. New York:
Ballantine Books, 1957.
6. White L, Tursky B, Schwartz GE: Placebo. Theory, Research,
and Mechanism, New York: Guilford Press, 1985.
----
Héctor O. Alonso
Como inveterado lector de la correspondencia de revistas médicas y
antiguo miembro del Comité de Redacción de Medicina, he desarrollado
el concepto, quizás muy personal, que las cartas sobre trabajos
publicados deben cumplir la función principal de comentar,
complementar o corregir dichos trabajos, y que, de repetir conceptos
tratados allí, no es mala idea reconocer el origen de los mismos.
Como algunos lectores pueden compartir mis perversas costumbres, y
así leer las cartas y no los trabajos que las motivan, debo señalar,
entre otros puntos, que mi editorial aclara el origen de la palabra
"alópata", aunque evita la interpretación que el Dr.
Pasqualini hace de la circunstancia (de
paso, si en algún lugar del éter no se hubiera perdido el punto y
coma original de mi título, quizás esta leve hesitación hubiera
contribuido a que se detectara el sentido irónico con el que usé el
término); también que comenta con cierta extensión el alto costo de
la medicina "alternativa".
Me preocupa asimismo que los lectores amigos de las correspondencias
puedan creer que mi editorial es una "catilinaria",
"aunque sea "congruente". Nada más lejos de mis
propósitos. Crei que los lectores discernientes podían alcanzar a
percibir en él bastante humor y cierta bonhomía y comprensión, aún
cuando mi opinión sobre la validez científica de la homeopatía sin
duda debía transparentarse con claridad. Con todo, finalizo pidiendo
trabajos controlados e independientes para dirimir la cuestión. No
creo que Cicerón haya dado el beneficio de la duda a Catalina.
Quizás se haya producido aquí el clásico mecanismo de proyección,
porque me parece que la carta del Dr. Pasqualini es
decididamente más severa que mi ensayo en sus coneptos sobre la
homeopatía,
fulminándola sin apelaciones. Como suele sucederle al Dr. Pasqualini
con mis temas, aquí también considera que hay que dejar de hablar
sobre la homeopatía, excepto cuando es él el que lo hace. Quiere
enterrar algunos temas, pero desea ser él quien dé la última palada
(en este caso, el último párrafo de su carta, al que juzga como
"una razón
valedera" para hablar del tema, quizás implicando que el resto
de ella no lo es tanto). No tendría inconveniente en dejarle ese
privilegio si así lo quiere, pero de nuevo debo disentir, y en esto
me siento acompañado. El British Medical Journal ha dedicado muy
recientemente largas páginas a la situación de la medicina
"complementaria" en el mundo, con vastas referencias a la
homeopatía.1 Cuando en el primer párrafo de mi editorial escribí
sobre lo poco que se enseña en nuestras escuelas médicas, los
lectores discernientes entendieron sin duda que el estilo era jovial,
pero que el contenido era "deadly serious". Los médicos
jóvenes tiene muy pocos conocimientos de medicina
"alternativa" (uso este término a pesar de la enmienda del
Dr. Pasqualini y su preferencia por el de complementaria, porque el
libro de la AMA, citado en la bibliografía de mi trabajo así lo
utiliza, como también lo hace uno más reciente aparecido en
Inglaterra,
que usa ambas expresiones; por lo demás, la palabra complementaria
confiere cierto status, un significado y un respeto a estas prácticas
en general que dudo ellas se hayan ganado. A decir verdad, ninguno de
los dos términos convence, por razones demasiado largas para exponer
aquí, por lo que he optado por colocar el mío entre comillas). Como
tampoco han sido preparados en comprender y apreciar los métodos de
la medicina científica, esto trae dos consecuencias negativas: a) no
están en condiciones de ilustrar y aconsejar a sus pacientes sobre el
particular, o de refutar las pretensiones terapéuticas de
estos métodos; b) pueden no apreciar con claridad por qué estos
métodos son marginales y heterodoxos, y creer en ellos más de lo
aconsejable. Me parece
particularmente grave por su repercusión sobre el público que los
médicos no tengan una posición clara respecto del tema que estamos
discutiendo. Cierto, cuando el ateo Charcot se le quemaban los papeles
con alguno de sus enfermos funcionales los enviaba a Lourdes, pero
algo me dice que esta es harina de otro costal.
El meollo de la cuestión, que el Dr. Pasqualini toca y que por cierto
mi ensayo apenas menciona, es qué hacer con las terapias
"alternativas". El preferiría descolgar los anuncios que
ofrecen la homeopatía, pero no porhibiría su práctica. Aquello que
no dañe, dice en otra parte con toda razón, como muchos otros lo han
afirmado, no debe ser prohibido. Pero, si se carece de estudios
controlados, cómo saber si en realidad son prácticas inocuas? Los
médicos a secas no somos inocentes de algunas actitudes que nos
acercan a los "alternativos", al prescribir fármacos de
acción no demostrada o dudosa. La
reciente vuelta de tuerca sobre algunos antioxidantes es un ejemplo a
punto. Además, prohibir cosas como la homeopatía, quizás la
ilusión de los pobres, cuando, como bien señala el Dr. Pasqualini,
los ricos no encuentran obstáculos en viajar a spas
pseudocualificados en busca de curas dudosas, sería cuando menos
insoportablemente injusto. Por otra parte, las comunicaciones en The
Lancet y British Medical Journal sobre efectos nocivos de los
milenarios remedios chinos demuestran que algún tipo de regulación
es necesaria2. Abstrusa cuestión, por cierto, por donde se la mire.
Curiosamente, los terapistas "alternativos" sueln buscar de
la medicina ortodoxa una aceptación que los acerque a ella, quizás
en busca de un manto protector más firme que el que actualmente
tienen y probablemente aceptarían de buen grado algunas normas.
Pero otros comprenden las ventajas de poner distancia de la medicina
ortodoxa, sus exigentes métodos y sus rotundos fracasos. Lo mejor
sería, por supuesto, que el público simplemente no consumiera estas
terapias por no creer en ellas; es, para nuestra época
irracionalista, mucho pedir. Lo estricto sería demostrar con estudios
controlados (como entiendo que el NIH intenta ahora, lo que ha dado
origen a una vivida polémica sobre el uso de esos fondos) la validez
o inutilidad de estas terapias; y aún así nada garantiza que la
credulidad del público para con ellas cambie por más pruebas
irrefutables que se aporten. Con todo, no queda otro camino que tratar
de ilustrarlo, cosa que el Dr. Pasqualini no menciona pero estoy
seguro comparte. El mejor lugar es el consultorio médico mismo, donde
los facultativos ortodoxos pueden influir decisivamente sobre sus
propios pacientes, si tienen la información y la convicción
necesarias. De ahí la necesidad de mi artículo y de su ilustrada
carta. La referencia a que Hahnemann murió rico es deliciosa, y
encaja perfectamente en esta historia.
Bibliografía
1. Complementary medicine is booming worldwide (diversos autores).
BMJ 1996; 313; 131-33.
2. Adulterants of herbal products can cause poisoning. Letters. BMJ
1996; 313: 117.
|
|
|
|
|