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CARTAS AL COMITE DE REDACCION
El sesquicentenario de
la primera anestesia quirúrgica
Rodolfo Q. Pasqualini
Al finalizar su editorial «El sesquicentenario de la primera
anestesia quirúrgica»1, los doctores Samuel Finkielman y Jorge
Firmat invitan al agradecido lector a acompañarlos en el relato de
algunos curiosos aspectos del acontecimiento. Acontecimiento ya
expuesto con mayor espacio pero no menor piadosa ironía por el Dr.
Sherwin B. Nuland2 y la Dra. Lois N. Magner3, con algunas curiosidades
dignas de ser agregadas al ilustrativo editorial, pero limitándolas a
unas pocas frases que se hicieron famosas y algunas alianzas, trampas,
infortunios y tragedias ocurridas en torno al commemorado
descubrimiento.
Como debía ser, Oliver Wendell Holmes, gran entusiasta de la
anestesia, fue quien removiendo las cenizas de Dioscórides, le dió
nombre, agregando «cualquiera sea el nombre que se elija, será
repetido por las lenguas de todas las razas civilizadas de la
humanidad.» Y en otra ocasión: «Si toda la terapéutica,
exceptuando la morfina y la anestesia fuera arrojada al fondo del mar,
sería mejor para la humanidad y peor para los peces.» Y también
«la fiera extremidad del sufrimiento ha sido detenida en las aguas
del olvido.» Alguna recién nacida en un parto sin dolor llegó a ser
bautizada Anestesia. Weir Mitchell pronunció su famosa frase: «Es la
muerte del dolor.»
Cuatro fueron los protagonistas que danzaron la ronda de la anestesia:
Horace Wells (1815-1848), William Morton (1819-1868), Charles Jackson
(1805-1880), y Crawford W. Long (1815-1878). Todos eran jóvenes en la
época del descubrimiento, los primeros dos eran dentistas, podían
patentar sus tratamientos y trataban de obtener la prioridad por
cualquier medio. A los cuatro la anestesia les costó la vida.
Wells fue quien primero tuvo la idea, después de presenciar que la
breve respiración de óxido nitroso, con el objeto de divertirse un
rato (reir, bailar, cantar, gritar, pelear —como en el rock)
insensibilizaba momentáneamente al dolor por traumatismo, trasladó
esta observación a la extracción dentaria.
Morton se asoció brevemente como discípulo de Wells, sustituyó el
óxido nitroso por éter, ocultó su naturaleza y lo llamó letheon.
Convencieron al famoso cirujano John Collins Warren, quien anunció al
nutrido auditorio: «Aquí hay un caballero que pretende sacar muelas
sin dolor,» refiriéndose a Wells. El paciente negó que no le había
dolido y el público se burló de la presunta trampa. Poco después,
Morton, convenientemente preparado, el 16 de octubre de 1846,
anestesió a otro paciente del mismo Warren, esta vez con un tumor, y
a los 25 minutos, la anestesia general quedaba incorporada a la
cirugía. «Señores, esto no es cuento,» proclamó.
Tres días después, Wells recibió una carta de su discípulo,
anunciándole como propio el descubrimiento de la anestesia,
ofreciéndole colaborar en su distribución, generándose una disputa
que debía terminar con su suicidio.
Para perfeccionar su obra, Morton recurrió a Crawford, que era
médico, geólogo, químico y profesor de Harvard. Hombre de amplios
conocimientos y pocos escrúpulos, como lo demostró al pretender
expropiar el descubrimiento del alfabeto telegráfico de Samuel Morse,
de quien era amigo, y también la fisiología del jugo gástrico de
Alexis Saint Martin, estudiada por su también amigo el capitán
William Beaumont. Trató de hacer otro tanto con Morton, a quien tuvo
breve tiempo como pensionista en su casa. La lucha entre ambos por el
descubrimiento de la anestesia por éter fue la causa de la muerte de
los dos, de Morton por la sostenida contienda con su antiguo maestro
por sus patentes, provocada por una violenta caída al acelerar la
carrera de su coche en el Central Park. Jackson murió demente
después del shock sufrido en el cementerio al leer el epitafio de
Morton anunciándolo al mundo como el descubridor de la anestesia.
Long no vivió las amargas vicisitudes que afligieron a los otros
descubridores, aunque sin evitar un patético final. Su vinculación
con la anestesia nació a la vista de los «profesores»
peripatéticos que recorrían las ciudades y las «fiestas de la
risa» aspirando óxido nitroso o éter. Antes que los otros aplicó
gases para realizar operaciones, pero sin darles importancia hasta
pasados varios años antes de darles publicidad. Ejerció
abnegadamente su profesión en pueblos devastados por la guerra civil
sin dejar de aplicarla. En una postrera ocasión, con la parturienta
aún dormida y el niño recién nacido, sintió perder el sentido pero
alcanzó a decir: «no se ocupen de mí, tengan al niño, ocúpense de
la madre», y cayó muerto sobre ella. Actualmente, su estatua es
admirada en el Capitolio de Washington.
Aún hoy, pasados ciento cincuenta años, hay quienes se preguntan
quién fue el verdadero descubridor de la anestesia general. Sir
William Osler dijo: «En ciencia el mérito es para el hombre que
convence al mundo, no el que hace el descubrimiento».
Dirección postal: Rodolfo Q. Pasqualini. Sucre 3435, 1430
Buenos Aires
Bibliografía
1. Finkielman S, Firmat J. El sesquicentenario de la primera
anestesia quirúrgica. Medicina (Buenos Aires) 1996; 56: 739-40.
2. Nuland SB. Doctors. The biography of medicine. New York: Alfred
Knopf, 1988.
3. Magner LN: A history of medicine. New York: Marcel Dekker, 1992.
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