MEDICINA - Volumen 57 - Nº 2, 1997
MEDICINA (Buenos Aires) 1997; 57:254-255

       
     

       
   
CARTAS AL COMITE DE REDACCION

El sesquicentenario de la primera anestesia quirúrgica

Rodolfo Q. Pasqualini

Al finalizar su editorial «El sesquicentenario de la primera anestesia quirúrgica»1, los doctores Samuel Finkielman y Jorge Firmat invitan al agradecido lector a acompañarlos en el relato de algunos curiosos aspectos del acontecimiento. Acontecimiento ya expuesto con mayor espacio pero no menor piadosa ironía por el Dr. Sherwin B. Nuland2 y la Dra. Lois N. Magner3, con algunas curiosidades dignas de ser agregadas al ilustrativo editorial, pero limitándolas a unas pocas frases que se hicieron famosas y algunas alianzas, trampas, infortunios y tragedias ocurridas en torno al commemorado descubrimiento.
Como debía ser, Oliver Wendell Holmes, gran entusiasta de la anestesia, fue quien removiendo las cenizas de Dioscórides, le dió nombre, agregando «cualquiera sea el nombre que se elija, será repetido por las lenguas de todas las razas civilizadas de la humanidad.» Y en otra ocasión: «Si toda la terapéutica, exceptuando la morfina y la anestesia fuera arrojada al fondo del mar, sería mejor para la humanidad y peor para los peces.» Y también «la fiera extremidad del sufrimiento ha sido detenida en las aguas del olvido.» Alguna recién nacida en un parto sin dolor llegó a ser bautizada Anestesia. Weir Mitchell pronunció su famosa frase: «Es la muerte del dolor.»
Cuatro fueron los protagonistas que danzaron la ronda de la anestesia: Horace Wells (1815-1848), William Morton (1819-1868), Charles Jackson (1805-1880), y Crawford W. Long (1815-1878). Todos eran jóvenes en la época del descubrimiento, los primeros dos eran dentistas, podían patentar sus tratamientos y trataban de obtener la prioridad por cualquier medio. A los cuatro la anestesia les costó la vida.
Wells fue quien primero tuvo la idea, después de presenciar que la breve respiración de óxido nitroso, con el objeto de divertirse un rato (reir, bailar, cantar, gritar, pelear —como en el rock) insensibilizaba momentáneamente al dolor por traumatismo, trasladó esta observación a la extracción dentaria.
Morton se asoció brevemente como discípulo de Wells, sustituyó el óxido nitroso por éter, ocultó su naturaleza y lo llamó letheon. Convencieron al famoso cirujano John Collins Warren, quien anunció al nutrido auditorio: «Aquí hay un caballero que pretende sacar muelas sin dolor,» refiriéndose a Wells. El paciente negó que no le había dolido y el público se burló de la presunta trampa. Poco después, Morton, convenientemente preparado, el 16 de octubre de 1846, anestesió a otro paciente del mismo Warren, esta vez con un tumor, y a los 25 minutos, la anestesia general quedaba incorporada a la cirugía. «Señores, esto no es cuento,» proclamó.
Tres días después, Wells recibió una carta de su discípulo, anunciándole como propio el descubrimiento de la anestesia, ofreciéndole colaborar en su distribución, generándose una disputa que debía terminar con su suicidio.
Para perfeccionar su obra, Morton recurrió a Crawford, que era médico, geólogo, químico y profesor de Harvard. Hombre de amplios conocimientos y pocos escrúpulos, como lo demostró al pretender expropiar el descubrimiento del alfabeto telegráfico de Samuel Morse, de quien era amigo, y también la fisiología del jugo gástrico de Alexis Saint Martin, estudiada por su también amigo el capitán William Beaumont. Trató de hacer otro tanto con Morton, a quien tuvo breve tiempo como pensionista en su casa. La lucha entre ambos por el descubrimiento de la anestesia por éter fue la causa de la muerte de los dos, de Morton por la sostenida contienda con su antiguo maestro por sus patentes, provocada por una violenta caída al acelerar la carrera de su coche en el Central Park. Jackson murió demente después del shock sufrido en el cementerio al leer el epitafio de Morton anunciándolo al mundo como el descubridor de la anestesia.
Long no vivió las amargas vicisitudes que afligieron a los otros descubridores, aunque sin evitar un patético final. Su vinculación con la anestesia nació a la vista de los «profesores» peripatéticos que recorrían las ciudades y las «fiestas de la risa» aspirando óxido nitroso o éter. Antes que los otros aplicó gases para realizar operaciones, pero sin darles importancia hasta pasados varios años antes de darles publicidad. Ejerció abnegadamente su profesión en pueblos devastados por la guerra civil sin dejar de aplicarla. En una postrera ocasión, con la parturienta aún dormida y el niño recién nacido, sintió perder el sentido pero alcanzó a decir: «no se ocupen de mí, tengan al niño, ocúpense de la madre», y cayó muerto sobre ella. Actualmente, su estatua es admirada en el Capitolio de Washington.
Aún hoy, pasados ciento cincuenta años, hay quienes se preguntan quién fue el verdadero descubridor de la anestesia general. Sir William Osler dijo: «En ciencia el mérito es para el hombre que convence al mundo, no el que hace el descubrimiento».

Dirección postal: Rodolfo Q. Pasqualini. Sucre 3435, 1430 Buenos Aires

Bibliografía

1. Finkielman S, Firmat J. El sesquicentenario de la primera anestesia quirúrgica. Medicina (Buenos Aires) 1996; 56: 739-40.
2. Nuland SB. Doctors. The biography of medicine. New York: Alfred Knopf, 1988.
3. Magner LN: A history of medicine. New York: Marcel Dekker, 1992.