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El dilema de la terapia del cáncer y la relación oncólogo-paciente Christiane Dosne Pasqualini Instituto de Investigaciones Hematológicas, Academia Nacional de Medicina En un artículo muy reciente, dos oncólogos de renombre1 insisten
en que «la guerra contra el cáncer» -iniciada en 1971 con el
National Cancer Act firmado por Nixon- no ha terminado: aseguran que
el efecto de los nuevos tratamientos es desalentador y que no se
consigue afectar las tasas de mortalidad; en consecuencia, invocan
más énfasis en la prevención del cáncer en reemplazo de «falsas
esperanzas en una curación universal». La vigilancia inmunológica A lo largo de esos años se ha pasado por varios episodios de grandes esperanzas y de grandes decepciones en cuanto al rechazo tumoral, siempre con el afán de encontrar «la bala mágica» de la cual hablaba Paul Ehrlich a principio de siglo. Se consideraba al cáncer como «contrario a la Naturaleza» y como tal había que combatirlo, y se proponía hacerlo casi en términos militares. La teoría de la «surveillance inmunológica» implicaba un «ataque» de los linfocitos considerados como killer cells ayudados por las células NK (natural killer cells) entre otras. Esta teoría se convirtió pronto en dogma, principalmente por un fenómeno de wishful thinking: se quería fervorosamente que fuera así. Sin embargo, a pesar de todos los protocolos de inmunoterapia basados en aumentar el potencial destructor de dichas células, los tumores seguían proliferando. Cuando apareció el ratón nude, atímico, es decir sin linfocitos T, que si bien no rechazaba los trasplantes tumorales, no desarrollaba tumores espontáneos, la teoría de la vigilancia inmunológica tambaleó. La homeostasis inmunológica Surgió entonces un nuevo paradigma: la «teoría de la red», y el tumor dejó de ser considerado «contrario a la Naturaleza». Este nuevo concepto proponía una «homeostasis inmunológica» similar a la que rige los sistemas endocrino, nervioso central y aun genético. Es decir que todo antígeno formaba un anticuerpo el cual a su vez era balanceado por un anti-anticuerpo etc., hasta que el sistema retornaba al equilibrio. En cuanto a los linfocitos T se los dividió en dos poblaciones, las que a nivel funcional conforman los TH1 (T helper 1) que favorecen la inmunidad celular y el rechazo tumoral, y los TH2 que favorecen la inmunidad humoral y llevan a la tolerancia y al crecimiento tumoral. Además, se empezó a reconocer que no puede haber crecimiento tumoral sin «activa ayuda» del sistema inmunológico, y por ende, que existe la posibilidad de «exacerbación tumoral» como resultado de la quimio-inmunoterapia. ¿Por qué crece un tumor? En nuestro laboratorio el principal afán ha sido investigar por
qué crece un tumor. Obtuvimos resultados que dan que pensar.
Diseñamos un modelo para exacerbación tumoral que consistió en
introducir subcutáneamente un cilindro de vidrio en el flanco del
ratón en el cual se inoculaban células tumorales; este cuerpo
extraño permitió el crecimiento de un tumor histoincompatible, que
no crecía en los ratones controles (sin cilindro). Por un estudio
histológico minucioso, se pudo demostrar que todos los implantes
tumorales crecían hasta un día determinado (día 14) cuando la
población se dividía en aquellos en que el tumor crecía en forma
exacerbada y los que rechazaban el implante4. Lo llamativo fue que a
lo largo de muchísimos experimentos el modelo siempre arrojó un
promedio de 50% de tomas y 50% de rechazos. Esto obviamente permitió
un sin número de experimentos para aumentar las tomas al 100% por un
lado, y conseguir un total rechazo con 0 de tomas, por el otro lado5.
Hoy nos preguntamos ¿por qué, en este modelo, se lograba un 50% de
respuesta si se trataba de ratones BALB/c tan endocriados que
genéticamente uno era igual al otro? Fue también llamativo el hecho
que en los ratones portadores del cilindro de vidrio que habían
rechazado el tumor y sobrevivido, de nuevo el 50% desarrollaron un
fibrosarcoma (tumor a cuerpo extraño)6. Transformación neoplásica En base a estas reflexiones, ¿cuál sería la postulación actual en cuanto a etiología del cáncer?. Según Vogelstein8, la transformación neoplásica sería la consecuencia de varios eventos génicos que comprenden tanto la activación de oncogenes y la deleción de anti-oncogenes, como el bloqueo de apoptosis, etc. a lo largo de «mucho» tiempo; de nuevo, más que una base «causa-efecto», esto sugiere una cascada de eventos totalmente al azar. Una vez transformada, una célula debe multiplicarse para formar un clon, resultado también aleatorio dadas las altas probabilidades de eliminación de células alteradas. De todas maneras, un clon de células transformadas no llega necesariamente a conformar un tumor en desarrollo; tanto es así que se habla de la existencia de tumores «dormidos», de cánceres in situ que no llegarían a progresar; de hecho, se los encuentra frecuentemente en autopsias. Este concepto ha dado lugar a una serie de artículos con el lema Rethinking cancer9 que proponen que en lugar de afanarse por destruir las células tumorales se intente «domarlas» para una adecuada convivencia con las células normales. Según la «teoría de inmunoestimulación» propuesta por Prehn10 se necesitaría una estimulación inmunológica para «despertar» estos clones dormidos, . Una evidencia clínica que apoya este concepto, la aportó Stewart11 al comprobar que en 2000 mujeres portadores de un trasplante renal, la incidencia de cáncer de mama fue significativamente menor que en la población control (conrariamente a lo esperado) argumentando que había faltado la inmunoestimulación adecuada. La relación tumor-huésped ¿Y qué podemos decir de la respuesta del sistema inmunológico
frente al tumor?. Con el esquema de linfocitos TH1 vs TH2, el
investigador tiende de nuevo a elegir una función o la otra, en base
al sistema causa-efecto. Frente a tal simplificación se argumenta
cada vez más que la cosa no es tan así, que la situación no suele
ser «blanca o negra» sino que tiende a abarcar todas las gamas de
grises. Las interrelaciones entre los efectos y contra-efectos de
células y citoquinas que mantienen el equilibrio TH1 vs TH2 -la
homeostasis inmunológica- son de una gran complejidad. Esto ha dado
origen a modelos matemáticos que reemplazan la lógica aristotélica
por una llamada «lógica borrosa» (fuzzy logic) según la cual una
célula T puede ser poco activada, moderadamente activada o plenamente
activada, dando como resultado todas las gamas de grises (Fig. 1)7. La relación oncólogo-paciente Frente a un panorama tan desalentador ¿cómo proyectar estas
reflexiones al tratamiento de pacientes con cáncer? En mi opinión,
el oncólogo sufre una deformación profesional que lo asemeja al
investigador: quiere saber qué ocurrirá con la «nueva» droga que
añade a su «cocktail» de drogas, y además necesita 100 enfermos
para completar su nuevo protocolo -sin hablar del problema económico.
Tanto el oncólogo como el investigador en cáncer sufren de wishful
thinking, quieren que el resultado sea positivo y sin embargo, por
todo lo anteriormente dicho, es poco probable que así lo sea.
Inconscientemente se descarta un efecto iatrogénico, es decir una
«exacerbación tumoral», que a menudo existe y se atribuye
equivocadamente a una «resistencia» del cáncer al tratamiento. Cabe
imaginarse una «curva de Gauss» con hasta 15% de respuestas
positivas, por un lado, y 15% de resultados negativos (iatrogénicos),
por el otro lado, y una amplia campana intermedia de resultados
«nulos» (las gamas de grises).
Dirección postal: Christiane Dosne Pasqualini, Instituto de
Investigaciones Hematológicas, Academia Nacional de Medicina, Las
Heras 3092, 1425 Buenos Aires
Bibliografía 1. Bailar III JC, Gornick HL. Cancer undefeated. N Engl J Med 1997;
336: 1569-74.
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