|
|
Cultura médica
Rodolfo Q. Pasqualini
Dice T.S. Eliot1 que cada vez que se use el término cultura no
sólo debe ser definido, sino también ilustrado. En un sentido
antropológico, cultura es, simplemente, el conjunto de conocimientos,
ideas, lenguaje, actitudes, agrupación social, la forma y costumbres
de vida y hasta rituales de una sociedad, pero, por otra parte,
también hay otras formas de cultura más específicas y limitadas,
por ejemplo, cultura literaria, cultura musical, etcétera. También
existe una cultura médica, que a su vez puede ser considerada en dos
aspectos, uno, relativamente poco usado, comprendiendo la totalidad de
los conocimientos médicos, reservado para los médicos y la gente de
la medicina, los epistemólogos y los historiadores, y otro más laxo,
referido al común de la gente, y que es al que nos referimos aquí.
Esta cultura médica del común de la gente entiende el conjunto de
los conocimientos que la gente, cualquiera sea el grado de sus
conocimientos en general o ubicados en otras culturas en particular,
posee acerca de la medicina. Estos conocimientos son extremadamente
variados, y se centran principalmente en las enfermedades y los
remedios. Algunas personas poseen cierta facilidad innata para
adquirirlos y razonar sobre ellos y hasta para utilizarlos
acertadamente, favorecidas por el padecimiento previo de enfermedades
propias o de atestiguar las de familiares, por parentesco con
médicos, o influidos por la difusión mediática ejercida por el
periodismo, los anuncios propagandísticos de las firmas
farmacéuticas, y los prospectos que acompañan a los medicamentos en
sus envases. Esta cultura médica se ve favorecida en personas cuya
relación con la medicina es de simpatía y benevolencia; en caso
contrario se facilita la hostilidad, la deformación y la ignorancia.
Los conocimientos integrativos de esta cultura médica no son fáciles
de enumerar, sus límites, profundidad y exactitud son inciertos, su
enunciado es confuso y con frecuencia van teñidos por el sentimiento
y la emotividad.
Se sabe que enfermedades y remedios son sus principales temas, y en
condiciones serenamente objetivas, la cultura médica permite sin
dificultad, a quienes la poseen, la provechosa comprensión de la
novela que están leyendo, por ejemplo, La muerte de Ivan Ilicht, de
León Tolstoy, o Love Story de Erich Segal. Y también ayuda a evitar
confundir al protagonista de la primera con el acérrimo crítico de
la medicina moderna, Ivan Illich, a quien vuelvo a referirme, al final
de este ensayo.
En condiciones de stress que afectan el estado de ánimo, la cultura
médica ayuda, a veces, para sobrellevar la situación más
favorablemente. Con o sin stress, se pueden intercalar muchas otras
circunstancias con las más finas graduaciones.
En realidad, la cultura médica abarca mucho más que las enfermedades
y los remedios, extendiéndose más allá de ellos, directa o
indirectamente, incluyendo la enseñanza universitaria, la actividad
médica como ciencia y como arte, los hospitales, las especialidades
médicas, las investigaciones y las instituciones donde se cumplen,
los grandes problemas aún no resueltos, el alto costo de la medicina
moderna, las enfermedades endémicas, las enfermedades de transmisión
sexual, las vacunas, las nuevas enfermedades, las dificultades para
extender la aplicación de medicamentos y tecnologías terapéuticas y
de diagnóstico de alto costo, el transplante de órganos, la terapia
génica, la fertilización asistida, los efectos nocivos del tabaco,
el alcoholismo y las drogas, la anticoncepción, el aborto, la
mortalidad infantil, el hambre, la obesidad, el cumplimiento de la
voluntad definitiva en los enfermos terminales, y también la ética
médica y todas sus derivaciones, incluída la clonación, y choques
con otras culturas... Esta desordenada enumeración de situaciones tan
dispares, algunas triviales, otras de enorme magnitud, resulta
permisivamente desordenada porque no existen reglas para ordenarlas,
pues su ordenamiento dependería del lugar y de las circunstancias.
Muestra la amplitud de los múltiples puntos que la cultura médica
debiera incluir, sin disponer para su enseñanza de una escuela, un
colegio, un instituto ni una universidad donde impartirla. Tampoco se
apoya en un programa ni en un método pedagógico. Por el otro lado,
poco se sabe de la aptitud espiritual y la preparación intelectual de
los presuntos receptores para recibirla, cuyo equipamiento cognitivo
puede haber terminado en la escuela primaria, en el colegio
secundario, en la universidad o más allá... El aprendizaje, la
asimilación y el ulterior uso que harán, al final, quienes la
adquieran, quedan librados al azar, con un único posible examen de
valuación y clasificación dominado por la casualidad.
Donde la cultura médica del común de la gente puede prestar su mejor
servicio, es en la relación entre el médico y su paciente, y
viceversa. Antes esta relación era preponderantemente paternalista,
el médico preguntaba, explicaba, ordenaba... el paciente contaba, se
dolía, escuchaba, contestaba, preguntaba -en general poco-, cumplía
lo ordenado, o no cumplía (dudando el médico si sí o si no)... Hoy,
el enfermo, cualquiera sea la amplitud de sus conocimientos, ejerce su
derecho a preguntar cosas que antes no preguntaba, a aceptar o
rechazar la propuesta del médico, y acorde con su cultura, a discutir
no sólo el tratamiento propuesto sino también el diagnóstico, y
hasta la etiología y la naturaleza de su enfermedad. Esta plática
antes el médico la podía eludir con su silencio o un leve mugido (en
un tiempo se llegó a decir «permanecer mudo como un buey»). La
armonía y el provecho de este diálogo hoy inevitable, es favorecido
no sólo por la cultura médica poseída por el paciente, sino
también por los nuevos hábitos y obligaciones médico-sociales
respirados por la sociedad. La implosión del Internet en el campo de
la medicina permite la difusión de la información en una medida en
la que antes no se habría soñado. Sin embargo, una indiscriminada
difusión de referencias sobre enfermedades, enfermos individualizados
y remedios, no siempre resultará benéfica, pues un exceso de
información sin el suficiente conocimiento y razonamiento de cómo
usarla y combinarla, lleva a la confusión, y es allí donde la
cultura médica significa el buen uso del notable avance tecnológico
proporcionado por el Internet.
Con los tiempos las cosas se complican. Antes, en caso de enfermedad,
en general sólo contaban en cuanto al reparto de la representación,
el paciente y el médico, hoy en este no fácil proceso intervienen a
veces preponderantemente, las obras sociales y las organizaciones
privadas de asistencia médica, con todas sus complicaciones
contractuales. También es cierto, y se ven fácilmente, los esfuerzos
orientados por las autoridades sanitarias y difundidos por los medios
de comunicación, ya sea en forma permanente o en campañas selectivas
de información en la perspectiva de riesgos ocasionales. Algunos
diarios y revistas publican en forma permanente una sección dedicada
a la salud, generalmente redactada por periodistas no médicos
especializados en temas médicos, presentados en forma fácilmente
accesible para cualquier tipo de lector y cuya eficacia es indudable,
aun pecando de dogmática o excesivamente optimista. Cambiando la
extensión de sus dominios, hoy, la relación médico-paciente se ha
extendido a una relación hombre-medicina moderna.
Un aspecto que no se debiera eludir al hablar de esta cultura médica
se refiere a las dos clases de medicina que desde antiguo se disputan
el dominio del tratamiento: la medicina ortodoxa, o si se quiere
«oficial», enseñada en la universidad y aceptada por todos, y la
medicina marginal, preconizada por grupos diferenciados y guiada por
sus propios principios y tecnología, incluyendo la homeopatía, la
acupuntura, la quiropraxia y posiblemente hasta otros cien etcéteras.
Lo lógico pareciera ser que la gente supiera cuáles de estos
procedimientos son aceptables y su real eficacia. La situación se
complica por la tendencia a la rehabilitación de algunos de estos
procedimientos, que pasaron de marginales a paralelos o
complementarios, o por lo menos, a someterlos a un reexamen crítico,
empresa en la que están empeñados algunos científicos que ostentan
el premio Nobel. De cualquier modo, es función de la cultura médica
orientar al común de la gente en este permanentemente difícil
sendero.
Para los enfermos, (y desde luego no sólo para ellos),
conscientemente, o desplazado al fondo de la inconsciencia, existen
dos mundos. El de los enfermos y el de los médicos. Para algunos,
ambos mundos viven distanciados, separados pero en armonía, con
aproximaciones ocasionales. Para otros, existe hostilidad, ilustrada
despiadadamente en obras literarias de autores como Petrarca y
Montaigne, para nombrar sólo a dos entre los más famosos. Como en
tantos procesos de las relaciones humanas, la hostilidad, o sólo la
separación o simple distanciamiento, están resaltados por las
diferencias del idioma, evidente, en este caso, en su expresión más
simple, en los intentos de traducir la caligrafía de las recetas, con
el rencor conservado latente desde el tiempo en que se escribían en
latín y se cuantificaban en onzas y granos. Si la gente se
familiarizara en la lectura de textos médicos el acceso a la cultura
médica resultaría facilitado. El idioma médico en que están
escritos estos textos es nuestro mismo idioma, en el que las
dificultades son impuestas por la terminología, pero la gramática es
la misma, y la terminología queda relegada como cuestión de
diccionario, lo demás es solamente práctica. A diferencia que para
aprender un idioma, con la lengua médica en el sentido restringido
con que me estoy refiriendo aquí, sólo se trata de aprender el texto
que se tiene delante. No se trata de hablarlo, que expondría a un
grave riesgo. Se trata sólo de entenderlo tal como lo escriben los
médicos, sin pretensiones literarias, y cincunscripto, como materia,
a su cultura, sin simplificaciones ni encapsulamientos, tal como
están escritos no sólo los grandes textos, sino también los
numerosos artículos y ensayos médicos que exponen los infinitos
temas que preocupan a la medicina de nuestros días. En este sentido,
lo recomendable sería que el común de la gente, no eludiese la
lectura de algunos textos médicos escritos por médicos y que éstos,
en su relación médico-paciente la orientasen como en el uso de una
vacuna. Como para todas las vacunas, esta recomendación es extensiva
a toda la sociedad, y no solo limitada a los enfermos. Es indudable
que no pocos textos médicos no resultarán de fácil comprensión
para el común de la gente, pero en este sentido no conviene olvidar
la extensa difusión de publicaciones que tratan del origen y el fin
del tiempo, los agujeros negros del universo, y la famosa y
aparentemente sencilla fórmula e = mv2... y los libros de Asimov, de
Carl Sagan y de Stephen Hawkins.
Sir David Weatherall, profesor de medicina interna en Oxford, en su
libro Science and the quiet art 2 resume las extraordinarias
relaciones entre los resultados de la investigación biomédica
-ciencia médica- y la práctica de la medicina a la cabecera del
enfermo -arte médica- no siempre tan armónicas como todos
desearíamos. La primera solucionó grandes problemas, como la
diabetes, la anemia perniciosa, las carencias vitamínicas, las
infecciones y la vacunación preventiva, pero la segunda sigue
sufriendo la irreductibilidad de la mortalidad por cáncer y por
enfermedades cardiovasculares, degenerativas, neurológicas y
geriátricas. Ante el saldo negativo generado, se levantaron voces en
detrimento de la investigación médica, invocando los perjuicios de
su alto costo y las complicaciones fortuitas derivadas de su
aplicación. Entre estas voces cabe mencionar a McKeown3 que confiere
un papel mayor que al avance científico a las mejores condiciones
sociales, ambientales y alimentarias, por ejemplo en la declinación
experimentada por la tuberculosis desde antes de la aplicación de la
estreptomicina. Más radical fue la voz de guerra de Ivan Illich
-bautizado Ivan el Terrible- por el ataque despiadado, y también
injustificado, desplegado en sus libros, principalmente Medical
Nemesis4 clamando contra la medicalización de la cultura médica, con
la consiguiente subordinación del hombre a los remedios, tanto a los
más comunes como a los más sofisticados, hasta para el más trivial
de sus males, que podría ser dominado por la voluntad, la paciencia y
la comprensión.
Estas, sin duda extensas, pero aún así incompletas páginas, han
sido escritas para llamar la atención de los médicos comunes,
renacidos hoy como médicos de familia -que sin duda los hay entre los
lectores- y también de la gente común según lo que pretendo en este
escrito, para mostrar que una sana, aunque de lenta expansión de la
verdaderamente científica cultura médica, será una garantía más
para la buena relación del hombre con el arte y la ciencia de la
medicina. Esa cultura médica permitirá que el médico común o, si
se quiere, de familia, se erija en el eficiente intérprete, entre el
hombre y la enfermedad que lo amenaza, o ya está sufriendo. Dejo para
otra ocasión, pues el espacio es breve, mencionar otros aspectos de
la cultura, y no sólo la específicamente médica, en su proyección
sobre la formación del médico, como son la cultura humanística y
literaria, que parecen haber perdido algo del significado que antes se
les confería... pero esto ya no es cultura médica del común de la
gente, sino de la cultura del médico común5, 6.
Dirección postal: Rodolfo Q. Pasqualini. Sucre 3435, 1430
Buenos Aires
BIbiografía
1. Eliot TS. Notes towards the definition of culture. in: Kermode
F. Selected prose of T.S. Eliot: New York: Harcourt, 1975, p 292
2. Weatherall D. Science and the quiet art. The role of medical
research in health care. New York: Norton 1995.
3. McKeown T. The origin of human disease. Oxford: Blackwell, 1988.
4. Illich I. Medical nemesis. The Expropiation of Health. London:
Calder & Boyars, 1975.
5. Bloom A. El cierre de la mente moderna. Barcelona: Plaza &
Janés, 1989.
6. Pasqualini RQ. Introducción al estudio de la medicina. Prensa Méd
Argent 1997; 84: 97-9.
|
|
|
|
|