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CARTAS AL COMITE DE REDACCION
El dilema de la terapia
del cáncer y la relación oncólogo-paciente
Federico Pérgola, Juan
Carlos Fustinoni
Casi en forma contemporánea con la lectura del Editorial de la
Dra. Christiane Dosne Pasqualini1 hacíamos lo propio con un trabajo
aparecido en Nature, de T.L. Orr-Weaber y R.A. Weinberg2, sobre A
checkpoint on the road to cancer y quedamos admirados por la
casualidad y los clarificadores conceptos de ambos. La enorme
variabilidad de los conocimientos biológicos (casi un caos a la
manera de Ilya Prigogine) nos recuerda permanentemente la precariedad
de las verdades de la ciencia. En el caso de los autores mencionados
en segundo término, no es ya el sistema de ataque sino la sagacidad
del enemigo: la singular mutabilidad genética de la célula
cancerosa.
Resultados desalentadores en las investigaciones pueden indicar nuevos
caminos, a veces seguidos de auspiciosos hallazgos pero, cuando el
conocimiento se lleva al terreno pragmático y puede dar lugar a un
fracaso peligroso, como sugiere la Dra. Dosne Pasqualini, ¿cómo se
le solicita autorización a un enfermo para un tratamiento que más
que incierto –que puede ser aceptado– resultará contraproducente?
¿La duda no le estará generando al profesional un problema de
conciencia, un problema moral?
Cuántas tribulaciones tenemos los médicos cuando recetamos un
placebo, con cuántos mayores problemas se encuentra el oncólogo
cuando prescribe un tratamiento que podría desestabilizar el
equilibrio inmunológico.
Dos lecturas que pueden efectuarse al Editorial convergen y plantean
un problema ético-filosófico que corresponde desentrañar a la
medicina antropológica. En primer lugar, aquello que la clínica
médica pregona que no existen enfermedades sino enfermos, parece
darse también a nivel de la investigación oncológica. Muchos
pacientes se benefician con ciertas terapéuticas, otros no responden
a ellas. En este campo, como en tantos otros de la biología, existe
un camino abierto, difícil de transitar. En el caso del paciente
oncológico este aspecto adquiere una mayor dramaticidad.
Cruel paradoja. A la luz de las investigaciones que comenta la Dra.
Dosne Pasqualini, la complacencia del organismo –de ciertos enfermos–
para algunas medicaciones no sólo caería en el controvertido
problema ético del uso del placebo sino en una especie de
procedimiento vil que acotaría las posibilidades de vida. Esto no es
nuevo en la historia de la medicina y todos los que hemos transitado
largo trecho por esta profesión, ejerciéndola, tenemos recuerdo y
conciencia de indicaciones y medicamentos que el tiempo se encarg·de
decirnos no solamente de su inoperancia sino tambi? de sus efectos no
recomendables. En estos casos espec?icos ?ue comenta la
editorialista·caer?mos en las caracter?ticas del ensayo cl?ico, que
comenz·a sistematizarse hace exactamente 20 a?s ·978·con el Informe
Belmont que fue la conclusión de los trabajos de la Comisión
Nacional para la Protección de los Sujetos de Investigación de las
Ciencias Biomédicas y del Comportamiento, creada por el Congreso de
EE.UU. en julio de 1974. Los cuatro principios de esa Comisión,
ampliados con posterioridad, fueron: autonomía (respetar las
preferencias de las personas), beneficencia (respetar sus ideales de
buena calidad de vida), no-maleficencia (no hacer daño) y justicia
(distribuir equitativamente las cargas y los beneficios). Estos
preceptos deben regir el ensayo clínico, pero estamos refiriéndonos
al tratamiento del enfermo oncológico, con drogas que –en
apariencia– han cumplido los pasos del ensayo, sobre todo en
animales de experimentación y, como es obvio, en otros hombres. Acá
todo se reducirá al hipocrático Primun non nocere.
Hoy, que los efectos de las drogas se están midiendo a nivel celular,
nos está revelando su enorme complejidad, desnudada recién en la
última mitad de este siglo, e indicando lo precario aún de nuestros
conocimientos pero, asimismo, cuánto se ha logrado en tan poco
tiempo. Cabe destacar también que, mientras el ser humano es
poligenético, la experimentación animal se efectúa con cepas
genéticamente idénticas, prácticamente sobre clones.
La segunda lectura del editorial de la Dra. Dosne Pasqualini está
referida a la parte más importante del acto médico, aquella que ha
permanecido invariable frente a todos los tipos de médicos y a todos
sus sistemas: el enfermo. Michel Balint resumía todos sus estudios
sobre la relación médico-paciente en una sentencia sorprendente y
real: el médico es medicina. Fuera de su presencia que consuela
cuando no puede curar o mejorar, el medicamento cumple también un
protagonismo con su sola indicación, con su «efecto placebo», donde
logra un 30% de «buenos resultados», mitigando el dolor y/o
mejorando el ánimo o la esperanza del enfermo. ¿Qué le podemos
ofrecer cuando la duda sobre su eficacia nos supera? En un reciente
trabajo sobre el uso del placebo referido específicamente al ensayo
clínico, Francisco J. de Abajo y Diego M. García3 expresan: «Los
problemas más importantes que plantea el uso de placebos comienzan
cuando no existe el estado de indeterminación clínica, porque hay
tratamientos ya validados fuera del ensayo o porque el tratamiento
supuestamente experimental ha superado el proceso de validación. Ante
esas situaciones, la reacción mayoritaria puede ser considerar como
no ético el uso del placebo. En su apoyo se suele acudir al punto
II.3 de la Declaración de Helsinki...». Creemos, no obstante, que
cuando el resultado es negativo o sospechosamente perjudicial para el
enfermo, el planteo ético del oncólogo vendrá después de su
intervención, es decir, ante el fracaso del tratamiento.
Es probable que ese wishful thinking, al que alude la autora, sea
parte del refuerzo que se intenta realizar con el efecto placebo que,
en los casos no favorables no solamente constituya un efecto nocivo,
ante la percepción subjetiva del paciente, sino un efecto
iatrogénico «que a menudo existe y se atribuye equivocadamente –como
dice la Dra. Dosne Pasqualini– a una ‘resistencia’ del cáncer
al tratamiento».
La convocatoria al m?ico de cabecera para el papel de moderador, para
que efect? el balance entre los pros y los contras del tratamiento
agresivo, con la correspondiente mala calidad de vida del paciente
frente a las ?pocas? posibilidades de sobrevida, es un llamado al
sentido com?. Sentido com? del que m? de una vez carecemos los m?icos
como cuando se indican t?nicas invasivas que no redundar? ning?
beneficio ni servir? para establecer terap?ticas destinadas a mejorar
al enfermo o, simplemente, cuando se establece un pesado plan
dietético y terapéutico para una leve hipercolesterolemia en un
anciano de edad avanzada.
El editorial de la Dra. Dosne Pasqualini es un llamado a la cordura o,
en una mínima expresión, a la reflexión sesuda.
Dirección portal: Federico Pérgola, Juan Carlos Fustinoni.
Freire 2211, 1428 Buenos Aires
Bibliografía
1. Pasqualini CD. El dilema de la terapia del cáncer y la
relación oncólogo-paciente. Medicina (Buenos Aires) 1998; 58: 113-6.
2. Orr-Weaver TL, Weinberg RA. A checkpoint on the road to cancer.
Nature 1998; 392: 223-4.
3. De Abajo J, García DM. Etica del uso del placebo en investigación
clínica. Investigación y ciencia 1997; 254: 90-9.
- - - -
María Patricia Bernal
Instituto de Estudios Oncológicos, Academia Nacional de Medicina,
Buenos Aires
En el editorial de Medicina «El dilema de la terapia del cáncer y
la relación oncólogo-paciente» la Dra. Pasqualini pregunta:
«¿qué pasa con los pacientes?». Ante el desafío de la cura del
cáncer, el oncólogo con una «nueva droga», como el investigador en
el laboratorio, espera un resultado positivo, «wishful thinking»,
sin tener en cuenta otras posibilidades, a pesar de la evidencia
estadística. ¿Qué pasa entonces con los pacientes? ¿Hay alguien
«imparcial» para decidir: el oncólogo, el médico de cabecera, el
equipo tratante, la familia, el mismo paciente?
En medicina, la toma de decisiones se realiza en condiciones de
incertidumbre, según expresan Beauchamp y McCullough1. Siguiendo las
leyes de la lógica, el médico se orienta hacia los intereses del
paciente a través de los principios de beneficencia y autonomía,
completan estos autores.
Su interrogante, Doctora, lanzado desde su lugar de investigadora, nos
convoca como clínicos, a una reflexión interdisciplinaria sobre
nuestra posición frente a los pacientes, por quienes Ud. se pregunta
con su innata curiosidad científica.
Adhiero a la insoslayable dimensión ética de la profesión médica
que plantea en su reflexión, inclinándome por el respeto a la
autonomía del paciente.
Bibliografía
1. Beauchamp TL, Mc Cullough LB. Etica médica. Las
responsabilidades morales de los médicos, Barcelona: Editorial Labor,
1987.
NeumoníA adquirida en
la comunidad en adultos
Jorge A. Pilheu
Liga Argentina contra la Tuberculosis
Deseo hacer algunas consideraciones sobre el artículo
recientemente publicado en Medicina (Buenos Aires) 1997; 57: 343-355,
por los Dres. Carlos M. Luna y colaboradores.
En el capítulo Epidemiología (pág. 344), al mencionar un grupo de
afecciones crónicas habitualmente denominadas comorbilidades no
incluyen al tabaquismo. La adicción al tabaco, cuya prevalencia en
nuestro país puede estimarse en el 35% de la población adulta, es la
causante de alteraciones en todo el aparato respiratorio, desde las
fosas nasales hasta el alvéolo, que favorecen indudablemente todas
las infecciones incluyendo las neumonías. El cuadro clínico y la
evolución de una neumonía pueden ser bastante diferentes si el
paciente nunca fumó o fuma 40 cigarrillos por día. Además, la
aparición de una neumonía en una persona joven y fumadora es siempre
una excelente oportunidad para el médico tratante para educar al
paciente y convencerlo de abandonar el hábito de fumar.
Me parece que esta omisión involuntaria del tabaquismo como factor
predisponente importante para casi todas las enfermedades
respiratorias puede solucionarse fácilmente en el futuro con
agregados a esta guía. La insistencia ante los médicos asistenciales
para que eduquen a la población con respecto al tabaco será siempre
útil.
Dirección postal: Jorge A. Pilheu. Liga Argentina contra la
Tuberculosis. Av. Santa Fe 4292, 1425 Buenos Aires
Ejercicio y muerte
súbita
Héctor H. Berra
El Dr. Díaz Colodrero en el Editorial de Medicina1 dedicado a la
posibilidad de prevenir la muerte súbita relacionada con el
ejercicio, después de un análisis del problema pregunta, si a la luz
de los datos presentados «¿se justifica un método de detección
general sin considerar las diferencias en el riesgo (atletas vs.
recreativos, hombres vs. mujeres) y la baja incidencia de la muerte
súbita?» Y más adelante «¿son todos los casos previsibles?»,
concluyendo sintéticamente con cuatro situaciones posibles.
A ellas debería agregarse el numeroso grupo de niños y jóvenes que
participa obligatoriamente de actividades formativas como parte del
currículum escolar, que, se sostiene, tienden a favorecer un
desarrollo físico armonioso paralelo al intelectual, más enfatizado
en el discurso que en la práctica, a juzgar por la carga horaria
asignada a Educación Física. Este grupo tiene particular interés,
porque a diferencia de quienes deciden libremente realizar ejercicios
o practicar deportes –aunque no estuviera concluyentemente
demostrada una mejoría en la calidad de vida o morbimortalidad
asociada a la realización de los mismos– y optan en forma
«privada», la obligatoriedad escolar convierte a la Educación
Física y a las actividades desarrolladas en relación a ella en una
cuestión «pública».
No está demás recordar, entonces, que en este caso se crean
responsabilidades a varios niveles que no deberían ser tomadas con
ligereza, aunque las complicaciones graves sean infrecuentes. Sin
embargo, no existen pautas precisas al respecto en la provincia de
Santa Fe y hasta donde he podido averiguar, tampoco en otras
provincias.
Si bien el juego y la actividad son tendencias naturales en los ni?s,
existe a? controversia sobre la contribuci? del ejercicio durante la
infancia y adolescencia a la salud del ni? y el adulto2.
Paradójicamente, si fuera beneficioso, resulta curioso que la
educación estimule en general hábitos sedentarios.
Por otra parte, si el movimiento y ejercitación tienen valor en el
desarrollo, fortalecimiento y coordinación de las estructuras
sensitivo-motoras y ello contribuye a la salud, habría que convenir
que aunque pueden esperarse accidentes, síncopes y muertes súbitas,
la Educación Física estaría justificada restando definir cuáles
deberían ser las actividades a desarrollar y la metodología a
emplear3, 4.
Una reciente revisión realizada en el Reino Unido sobre el tema2,
puede sorprender a quienes crean que en relación a los beneficios del
ejercicio ya no queda nada por discutir. Como señalan los autores las
verdaderas dificultades en este sentido se hallan a la hora de evaluar
los resultados.
Superado este aspecto nos encontramos con otra cuestión cual es
¿hace falta examinar expresamente a niños y jóvenes para participar
en clases de Educación Física? Quizás bastaría que el pediatra que
asiste al niño entregue una ficha o resumen de su historia5. La
realidad sin embargo es que no todos los niños están en igualdad de
condiciones en este sentido, aun los que concurren a un mismo
establecimiento educativo6. Y entonces una dificultad importante es la
posibilidad de obtener la certificación correspondiente y la
distorsión relativa a la validez de lo que se obtiene y se acepta.
Aún para el caso que todos pudieran ser atendidos de manera
satisfactoria –médicos no faltan– ¿en qué debería consistir la
evaluación? Existen entre nosotros propuestas5, 6 que pueden
perfeccionarse, adaptándolas si corresponde para realizarla en forma
masiva, para ello debería reunir algunos requisitos: ser rigurosa,
sencilla y económica.
Luego quedaría definir la incorporación de los niños con
dificultades o enfermedades, de manera que en ningún caso sean
excluidos, marginados, estigmatizados, etc.
Por otra parte, un examen satisfactorio o poseer aptitud para realizar
ejercicios no excluye necesariamente la posibilidad de problemas7.
Teniendo esto en cuenta, parece justificado lo señalado por el Dr.
Díaz Colodrero de tener equipos de reanimación y saber qué hacer
con ellos –también puede realizarse una interesante actividad
docente con los mismos–.
Para finalizar, retomo un comentario del mismo editorial donde se
señalan «los casos de muerte súbita producidos por factores
externos, golpe de calor... y los raros casos que siguen a un golpe
brusco en el pecho. La prevención de esta muerte súbita no depende
sólo de los médicos, sino también de entrenadores, dirigentes, y
organizadores» y me permito agregar a los padres para el caso que
planteo, quienes con los maestros, los niños y jóvenes deberían
participar en el proceso, aprendiendo, debatiendo y decidiendo en
temas para nada triviales: Educación y Salud.
Dirección portal: Héctor H. Berra. Urquiza 6875, 2000
Rosario
Bibliografía
1. Díaz Colodrero G. Ejercicio y muerte súbita ¿Es posible su
prevención? Medicina (Buenos Aires) 1997; 57: 379-81.
2. Riddoch CJ, Boreham C. The health-related physical activity of
children. Sports Med 1995; 19: 86-102.
3. Ciró R. Educación Física, Juego y Deporte. En: Ciró RO:
Fisiología Deportiva. Buenos Aires: El Ateneo, 1987; 180.
4. Instituto Bonaerense del Deporte. Programa de evaluación,
diagnóstico e investigación de la aptitud física y la salud.
Resultados finales. Buenos Aires, 1996.
5. Comité de Salud Escolar. Certificación de aptitud física para la
práctica deportiva en niños y adolescentes. Arch Arg Pediatr 1995;
93: 107-8.
6. Berra HH, Pezzotto SM, Poletto L. Certificados de Salud y Aptitud
par cursar Educación Física en las Escuelas. Rol del cardiólogo.
Rev Fed Arg Cardiol (en prensa).
7. Consensus UCARE/IVF-US. Survivors of Out-of-Hospital cardiac arrest
with apparently normal heart. Need for definition and standardized
clinical evaluation. Circulation 1997; 95: 265-72.
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Guillermo Díaz Colodrero
Clínica Médica, C.C.P.M.
El Dr. Berra hace hincapié en su comentario sobre la necesidad de
incluir a los niños de nivel escolar dentro de los grupos mencionados
en el editorial, y además establecer normas para la participación
–de hecho obligatoria– en educación física durante el período
escolar primario. No siendo pediatra mi comentario se referirá a
aspectos generales.
El problema para separar al nivel primario del de los adolescentes
hasta los 20 años es que debería demostrarse un riesgo diferente de
muerte súbita durante el ejercicio, o una marcada diferencia en las
patologías que la causan. Pero lo que ocurre en ambos grupos es una
notoria superposición en cuanto al riesgo relativo y a las causas
principales (datos no mostrados en el editorial). Por ende una
separación parecería arbitraria. Aún así, la necesidad de
establecer pautas para un examen médico en los niños es clara.
En primer lugar, a menudo se confunde el examen médico
preparticipación deportiva con el llamado examen periódico de salud.
Dado que en muchos lugares es quizás el único examen que el sujeto
tendrá durante un tiempo considerable1, dicha confusión hace que los
especialistas no se pongan de acuerdo sobre qué pedir y qué omitir,
con el aumento del costo que esto implica. Se llega entonces a la
situación paradójica de que este examen lo realizan aquellos con
capacidad de pago, el resto –el grupo que quizás más lo necesite–
debe acudir a hospitales públicos poco preparados para esto, y en
donde las prioridades son desde luego otras.
En segundo lugar se mezcla el problema de la muerte súbita durante el
ejercicio con el del examen preparticipación y el certificado de
aptitud física. Algunas normas consideran el problema primero desde
el punto de vista del certificado2. A mi juicio los médicos
especialistas debemos ponernos de acuerdo a priori sobre qué tipo de
examen es el adecuado para la población a nuestro cargo. Esto debe
basarse en lo publicado en la literatura, y aunque su aplicación en
nuestro país diste de lo ideal, hay que insistir en tender a ello. Es
sólo luego de ser resuelto este punto que podremos acordar conductas
con los demás involucrados, tales como profesores de educación
física, autoridades escolares, padres, etc. Por último deberá
contemplarse el aspecto legal (y aquí es donde recién se plantearía
el problema de un certificado médico) y el costo de su aplicación.
Desde el punto de vista de la especialidad, la finalidad del examen
preparticipación es:
a) Determinar si los examinados pueden participar en actividades
físicas1, 3.
b) Establecer si existe una condición que pudiera empeorar con la
práctica de ejercicio.
Nótese que no se especifica que se deban separar indefectiblemente a
los sanos de los enfermos y evitarles a estos últimos las actividades
físicas. Por ejemplo un niño con enfermedad de Von Willebrand
podría jugar al tenis pero no al rugby, los asmáticos pueden usar
drogas inhalatorias durante la práctica deportiva, la ausencia de un
riñón descarta los deportes de colisión, etc. Pero un sujeto que ha
tenido traumatismo de cráneo y amnesia de pocos minutos de duración
no podrá participar en su deporte durante varias semanas, aún con un
examen normal1, 3.
En la práctica el examen se centra en dos partes: un examen
cardiovascular hecho por un profesional entrenado en el que se
incluyan antecedentes cardiovas-culares y síntomas vinculados al
ejercicio4 y un examen ortopédico mínimo. Esta última parte no debe
desestimarse dado que la mayoría de las alteraciones se encuentran en
el área traumatológica1. Pueden agregarse datos antropométricos y/o
una anamnesis nutricional, pero ello no es estrictamente necesario.
Como este examen debe determinar sólo si se puede participar o no,
puede realizarse de manera costo-efectiva en la misma escuela, club o
gimnasio3. La técnica consiste en: a) Complementar un cuestionario
con preguntas específicas –además de la historia clínica
convencional–, b) el examen cardiovascular, y c) el examen
ortopédico. Esto requiere distintos operadores, quienes trabajan
simultáneamente. Este examen no necesita de grandes instalaciones y
es más rápido y tan efectivo como el realizado en el consultorio por
un solo individuo. De echo no se recomiendan análisis de rutina de
laboratorio ni radiografías complementarias. El ECG parece ser útil
como método de detección general, pero se discute si es de valor a
nivel primario5. Con los resultados se califica a los examinados como
aptos, aptos condicionales o no aptos para la práctica de actividad
física. Lógicamente puede haber en ocasiones casos falsos negativos
(v.g: sujetos examinados que presenten complicaciones vinculadas al
ejercicio), pero es mucho más frecuente encontrarse con falsos
positivos5.
Dado que existen muchos médicos pero relativamente pocos con destreza
en Medicina del Deporte, si consideramos el problema a nivel nacional,
parece conveniente que el examen a nivel escolar primario lo realice
un pediatra con conocimientos generales de la especialidad, el cual
deberá entrenarse para ello.
En relaci? a la pregunta de si deben examinarse a ni?s y j?enes para
participar en clases de educaci? f?ica, puedo aventurar una respuesta
provisoria. Si ha sido examinado por un pediatra y no hay hallazgos
positivos, no es necesario un segundo examen. Si no ha sido examinado:
debe hacerse el examen prepartici-pación únicamente. Si nunca se
hizo un ECG, debe realizarse al finalizar el período primario (o en
el 8° grado actual)3. Y básicamente, no se deben hacer certificados
de favor. En esto coincido en que se debe enseñar a profesores,
entrenadores y padres. Un ejemplo es el certificado para el test de
Cooper en donde se somete a decenas de sujetos a un ejercicio máximo
(usualmente la carrera de 12 minutos), muchas veces sin averiguar
cuál es la condición real de los testeados. Los profesores deben
hacerlo para calificar a los alumnos rápidamente, y los alumnos
hacerlo para no reprobar. Esto ha provocado muerte súbitas en nuestro
país, debido a una mala implementación de este test (Dr. Carlos
Freire, observación no publicada)6.
No debe olvidarse que la muerte súbita durante el ejercicio, si bien
ocurre en niños y adolescentes, es bastante rara. También debe
compararse el riesgo de muerte súbita con otras patologías: en EE.UU
se calcula que mueren 35 atletas por año de los 7 millones de
adolescentes que practican deportes2, pero se producen 15.000 a 18.000
muertes por accidente automovilístico y 5.000 suicidios en el mismo
período3.
Debido a que aún falta una ley del deporte reglamentada con alcance
nacional, la Asociación Metropolitana de Medicina del Deporte invitó
a miembros de la Sociedad Argentina de Pediatría, Sociedad de
Traumatología del Deporte y Sociedad Argentina de Cardiología a
discutir este punto el pasado mes de noviembre. Los resultados de esta
reunión están en vías de publicarse este año3.
Dirección postal: Guillermo Díaz Colodrero. Clínica
Médica, C.C.P.M. Sánchez de Bustamante 1742, 1425 Buenos Aires
Bibliografía
1.. Cromer y col. Preparticipation Sports Evaluation. J Adolesc
Health 1992; 13 (Suppl): 61-5.
2. Comité de Salud Escolar. Certificación de aptitud física para la
práctica deportiva en niños y adolescentes. Arch Arg Pediatr 1995;
93: 107-8.
3. Asociación Metropolitana de Medicina del Deporte. Mesa Redonda.
Certificado de aptitud física. Rev Argent Med Dep (en prensa).
4. Díaz Colodrero G. Ejercicio y muerte súbita: se necesitan nuevas
categorías. Rev Argent Med Dep 1995; 17: 84-94 (parte I) y 1996; 18:
23-32 (parte II).
5. Fuller CM, McNulty CM, Spring DA, Arger KM y col. Prospective
screening of 5615 high school athletes for risk of sudden cardiac
death. Med Sci Sports Exerc 1997; 29: 1115-23.
6. Asociaci? Metropolitana de Medicina del Deporte. Normas para la
realizaci? del test de Cooper. Rev Argent Med Dep (en prensa).
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