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SIDA y Chagas: la
dificultad de globalizar los protocolos
Daniel A. Manigot
Clínica Modelo de Morón
En mayo de 1990, Del Castillo1 publica el primer caso de una
lesión cerebral debida a la enfermedad de Chagas en un paciente
hemofílico portador de HIV. En esa época, no estaba generalizado el
protocolo que hoy siguen prolijamente la mayoría de los infectólogos
de todo el mundo –incluidos los argentinos– consistente en el
tratamiento de prueba para Toxoplasmosis y biopsia si éste fracasa.
El diagnóstico se realizó con la pieza quirúrgica, ya que el
paciente fue intervenido con diagnóstico de tumor cerebral. Si bien
recibió tratamiento específico, el paciente falleció semanas
después por otras complicaciones de su infección retroviral. En
1990, Torrealba2 en Chile comunica un nuevo caso diagnosticado por
biopsia y en 1991, Ferreira3 en Brasil comunica otro paciente que
fallece con lesión del SNC por T. cruzi, luego de recibir
inútilmente tratamiento anti-toxoplasma, y alerta sobre esta
posibilidad explícitamente.
A partir de allí, se han comunicado numerosos casos de lesión
chagásica del SNC en pacientes HIV y pudo comprobarse además que la
respuesta al tratamiento antiparasitario específico es de gran
utilidad, pudiendo revertir las lesiones y negativizar la presencia
del parásito en sangre y LCR cuando es oportunamente iniciado4, 5.
Por otra parte, hay cierta coincidencia en los autores que el
diagnóstico de afección del SNC por Chagas en pacientes con SIDA no
suele ofrecer mayores dificultades, claro está, siempre que sea
tenido en cuenta, como describen Montero et al.17 en este mismo
número (pág. 504) y otros autores5, 6. En efecto, es muy alta la
prevalencia del hallazgo de parásitos en LCR y en sangre, que suelen
acompañar a la serología casi siempre positiva. Por otra parte, las
imágenes tomográficas de los «chagomas» parecen tener
características que ayudan a su sospecha7, 8. Demás está detallar
aquí los datos que el interrogatorio ofrece para definir el riesgo de
infección chagásica en una persona determinada (el área endémica,
el clásico «ranchito», las múltiples transfusiones, la infección
en la madre y aún, para algunos, el «compartir» agujas y jeringas).
De tal manera que resulta casi inexplicable que aún hoy mueran en
territorio endémico pacientes con SIDA con encefalitis chagásica sin
diagnóstico oportuno porque los protocolos internacionales no prevén
esta alternativa.
Un algoritmo publicado en 1996 por el sub-comité de SIDA de la
Sociedad Argentina de Infectología9, considera el diagnóstico de
Chagas recién en la biopsia realizada frente al fracaso del
tratamiento antitoxoplasma: ¡demasiado tarde! No puedo dejar de citar
aquí un concepto aún más peligroso para los chagásicos: las
conclusiones de Holloway et al.10 parecen insinuar que si no hay
respuesta al tratamiento antitoxoplasma, la biopsia no sería de
utilidad, dada la ausencia de alternativas terapéuticas de peso para
las otras etiologías consideradas (entre las que no se cuenta, claro
está, el T. cruzi). Ante el fracaso del tratamiento para
toxoplasmosis, la diferencia de sobrevida de los pacientes biopsiados
frente a los no-biopsiados sería de sólo 31 días (en el hemisferio
Norte). Sin duda una revista prestigiosa como Neurology impacta
sensiblemente en el pensamiento de infectólogos y neurólogos.
Pero no todo está perdido: en todos los Congresos de Infectología o
SIDA en nuestro país se siguen presentando casos de asociación
HIV/Chagas, y se comunican además resultados terapéuticos
satisfactorios con el tratamiento específico (II Congreso Argentino
de SIDA, Córdoba, 1995; I Congreso SADI/SADEBAC, Buenos Aires, 1997;
III Congreso de SIDA, Mar del Plata, 1997). Los interesados en el tema
sabemos además que existen otros casos no publicados ni comunicados,
y estimamos que muchos pacientes con HIV pueden haber muerto de su
Chagas cerebral sin diagnóstico. Son pocos, sin embargo, los datos de
prevalencia de la asociación serológica publicados hasta el
presente. Es muy difícil aún responder a interrogantes tales como:
¿qué proporción de pacientes HIV presentan serología reactiva para
Chagas? ¿qué proporción de ellos desarrollan lesiones de
importancia clínica? ¿cuál sería la conducta diagnóstica, de
seguimiento o terapéutica frente a un paciente HIV con serología
reactiva para Chagas que no evidencia signos ni síntomas de la
enfermedad? En Rosario (donde fueron estudiados los pacientes
publicados por Montero en la pág 504), sobre 146 mujeres portadoras
de HIV, 2% presentaron serología positiva para Chagas11, en Salta,
ciudad Capital, la prevalencia serológica fue en cambio del 13,1%12.
Cabe recordar que sobre 170 líquidos cefalorraquídeos estudiados por
Livramento et al13 en 1989 pertenecientes a pacientes con SIDA con
cualquier sintomatología neurológica, 2 resultaron positivos para T.
cruzi; en San Pablo, Sartori et al.16 siguen la evolución de 18
pacientes con HIV serológicamente reactivos para Chagas, en un plazo
de 2 a 66 meses, teniendo parasitemia demostrable el 81%; 3
desarrollaron lesiones clínicamente significativas, especialmente
miocarditis.
Según los datos del Ministerio de Salud Pública de la Nación, sobre
un total de 12.234 casos de SIDA denunciados hasta la fecha, 36 tienen
diagnóstico de Chagas, y 1.153 de Toxoplasmosis. Sin embargo, no cabe
duda que al subregistro crónico que existe en nuestro país debe
sumarse en este caso el hecho que la serología para Chagas no siempre
es solicitada en los pacientes con HIV, y que las lesiones del SNC, la
miocarditis o la fiebre inexplicada no siempre llevan a descartar este
diagnóstico.
La infección chagásica en pacientes portadores de SIDA se manifiesta
principalmente por miocarditis o afección del SNC bajo la forma
clínica de «Chagoma» (meningoencefalitis focal necrotizante para
Lazo et al.14, diferente anatomopatológicamente de las lesiones en
pacientes inmunocompetentes); pero están descritas también
gastro-esofágo-miositis, formas febriles con parasitemia, infección
por T. cruzi de ascitis secundaria a cirrosis post hepatitis B15
(página 507) y aún la asociación HIV y Chagas congénito16.
Es esencial tener presente que la búsqueda del parásito en estos
pacientes es significativamente más rentable que en los pacientes
inmunocompetentes, y que ofrece alternativas terapéuticas valiosas.
Diferentes autores coinciden en aconsejar el control postratamiento,
ya que se han visto recidivas con cierta frecuencia, siempre sensibles
a nuevas series de tratamiento.
No nos queda más que adherir enfáticamente a la propuesta
algorítmica de Montero et al.17 (pág. 504), tal vez con la salvedad
que el microhematocrito propuesto por González Cappa y Freilij o el
método de Strout sean más útiles que la gota gruesa en la búsqueda
directa de parásitos en sangre. La serología para Chagas, la
investigación de parásitos en sangre, y la búsqueda de los mismos
en LCR siempre que sea posible deberían ser conductas iniciales en
pacientes con SIDA y masas cerebrales, en países endémicos para
Chagas.
Los infectólogos sudamericanos deben generar en este terreno sus
propios protocolos, los cuales probablemente nunca se «globalicen»
pero salvarán entre nosotros numerosas vidas.
Bibliografía
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