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SIMPOSIO: COMITE DE ETICA
LA VERDAD EN LA CIENCIA
Amadeo P. Barousse
La sociedad está muy atenta, y muy crédula, a las noticias que
transmiten los investigadores.
Mi reflexión pretende alertar sobre las posibles desviaciones de la
conducta deseable, o sea de la ética del investigador, cuando
comunica el resultado de sus investigaciones.
La veracidad de la información del científico debe ser asegurada,
hasta donde ello es posible, por sus pares. En 1945, Alfredo Lanari
escribió en Ciencia e Investigación (1945; 1:327-9): «El acto de
emitir un juicio sobre una obra científica, juzgándola según su
valor intrínseco y abstrayéndola de su autor, constituye la
crítica, que no otro es el significado etimológico de la palabra.
Hecha con tal criterio por personas que posean los conocimientos
técnicos necesarios y, si es posible, que trabajen sobre temas
idénticos o afines, la crítica será para el autor de una obra el
más valioso auxiliar para indicarle la corrección de sus métodos
científicos o la fuente de sus posibles errores. Por tanto, todo
autor esperará con interés, cuando no con ansiedad, que en las
revistas científicas aparezcan los comentarios que le darán o
negarán razón».
Años más tarde Ingelfinger impuso una condición excluyente para
aceptar un trabajo en el New England Journal of Medicine. Un
manuscrito sería considerado para su publicación «si su substancia
no ha sido propuesta o publicada en otra parte». No dice que el mismo
manuscrito haya sido publicado en otra parte, sino «la substancia»
del trabajo.
Lanari e Ingelfinger señalan el camino de un trabajo científico
hacia su divulgación: antes de transformarse en conocimiento
divulgable debe pasar por los jueces de las revistas (peer-review) o
por los miembros de comités científicos de los congresos, que
aceptan o rechazan los manuscritos.
A partir de su publicación el trabajo sufrirá la crítica de los
lectores de las revistas que tienen la oportunidad de enviar cartas al
comité de redacción y aun la más severa de las críticas, la de
quienes quieran ratificar o rectificar las conclusiones utilizando la
misma metodología de «material y métodos» ya que la ciencia es una
de las actividades humanas más sujeta a represión.
En el caso de ser aceptado un trabajo en un congreso afrontará la
discusión que expresará aprobación o desvalorización por parte de
sus pares presentes en la reunión. Aquí me permito recordar a
Houssay cuando decía que no le interesaba tanto que un trabajo fuera
presentado en un congreso como que fuera publicado en una buena
revista. Durante mi presidencia en esta Sociedad en 1971 hice una
pesquisa de los trabajos presentados en la sociedad que alcanzaban su
publicación y encontré que menos del 30% eran rescatados en la
bibliografía.
A partir de la publicación en una revista con jueces (de su
aceptación opinarán algunos) o inmediatamente a la presentación en
un congreso, el investigador tiene derecho a divulgar sus hallazgos en
los medios de comunicación. Se admite aún que un científico puede
tener para ese momento organizada una conferencia de prensa.
Si la divulgación a través de los medios masivos de comunicación de
los progresos del conocimiento logrados por la ciencia y de las
posibilidades de rápido traspaso a la tecnología de estos
conocimientos, contribuye o no a medicalizar a la sociedad, dependerá
de la ética de los periodistas cuya conducta deseable será buscar la
información transitando también ellos, este único camino. De este
modo se asegurará la divulgación de lo que será lo más próximo a
la verdad.
Es cierto que los peer-review han cometido errores graves, como cuando
una revista de excelencia rechazó la primera descripción de
pacientes con SIDA y aconsejó el envío del manuscrito al boletín de
la CDC. También podríamos recordar que la Dra. Barbara McClintock
recibió el reconocimiento de su trabajo sobre los genes saltarines a
los 80 años por el jurado del premio Nobel, 30 años después de la
publicación de su manuscrito, y que Rous descubrió su famoso sarcoma
en 1911 y recibió por ello el premio Nobel recién en 1966, lo que no
prestigió el juicio de los pares.
Hay quienes sostienen que los jueces naturales de los trabajos son los
jefes de servicios o los comités internos de las instituciones.
También para este debate podríamos evocar casos famosos en que los
jefes fueron deslealmente engañados.
En cuanto a los medios de comunicación debemos aceptar como loable su
avidez de noticias sobre avances científicos y sobre todo acerca de
su rápida transferencia a la medicina asistencial. La sociedad tiene
derecho a esta información como parte de su derecho a la salud. Pero
es evidente que la información contribuye al crecimiento de las
necesidades, que las necesidades pueden confundirse con deseos, que
las necesidades deben ser satisfechas pero los deseos en general
quedan frustrados.
Los periodistas tienen derecho a acceder a las revistas científicas y
«traducir» su contenido al lenguaje llano. Pueden también
entrevistar a científicos o tecnólogos y facilitarles la
divulgación de su tarea: esto no es sólo el derecho del periodista,
sino también el derecho del ciudadano común de conocer en qué se
utilizan los dineros que él contribuye a recolectar para ser
empleados en investigación.
Es difícil delimitar lo que es divulgación de verdades científicas
entre comillas, de lo que es promoción personal. Lanari permitía
sólo a los miembros de la Carrera del Investigador o a investigadores
full-time de la universidad a entrevistarse con el periodismo. El
pensaba que para un médico asistencial toda vinculación con los
medios de comunicación era prioritariamente promocional.
En la actualidad también los científicos están expuestos a lucrar
con sus descubrimientos y es probable que muchos investigadores
famosos sufran la tentación de vincularse más con el mundo
empresario que con el académico y esto forma parte de la gran
problemática ética del hombre de ciencia actual.
No es cierto que se pueda conseguir una medicina igual para todos. No
es cierto que se pueda otorgar libertad de elección para
financiadores y prestadores. No es cierto que todo lo que se divulga
es verdad. Pero es preferible defender la libertad de expresión y
debatir cuando sea necesario. También en ciencia la mentira tiene
patas cortas.
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