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SIMPOSIO: COMITE DE ETICA
LA MEDICALIZACION DE LA VIDA1 COMO CAUSA DE RECLAMOS
CONTRA LA PRACTICA MEDICA
Ignacio Maglio
I. INTRODUCCION
La descripción de las características y magnitud del fenómeno
vinculado a reclamos por daños en la práctica médico-asistencial en
nuestro país, debe atender no solamente el volumen judicial de
demandas por mala práctica, sino también el referido a distintos
mecanismos (medios de comunicación social) que, en los últimos
años, se han utilizado para vehiculizarlos.
A partir de algunas encuestas y sondeos de opinión, se ha observado
que el sistema de administración de justicia se encuentra cuestionado
en la comunidad2. Ello obedecería a distintas razones: limitaciones
económicas en el acceso a servicios de patrocinio jurídico
especializado, lentitud y burocratización en el procedimiento escrito
(civil) y, entre otras causas, a la repercusión de distintos casos
judiciales irresueltos que se transformaron en emblemas del
cuestionamiento al sistema judicial, creando una sensación
generalizada de ineficacia e impunidad. La ampliación del número de
ministros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, las
interferencias del poder político en el ámbito judicial, contribuyen
también al malestar generalizado.
En consecuencia, algunos medios de comunicación social se han
apropiado de instancias de investigación propias del ámbito
judicial, convirtiéndose en instancias «creíbles» para canalizar
distintos reclamos de la comunidad, incluida la actividad
médico-asistencial.
Es por ello que en la actualidad este novedoso espacio
«alternativo», receptor e irradiador de denuncias por supuestos de
mala práctica debe ser también considerado.
En un estudio3 recientemente publicado, se evalúa el comportamiento
de los medios frente a casos judiciales de trascendencia pública,
estableciéndose la existencia de una profunda distancia entre la
información publicada y los resultados de la investigación judicial;
se destaca que la información referida a la verdad judicial no contó
con el mismo espacio que se otorgó a las presunciones erróneas de
culpabilidad emitidas por los mismos medios, inclusive en gran
cantidad de casos se omitió cualquier referencia a las decisiones
judiciales finales de cada caso.
Las consecuencias de tal difusión masiva pueden ser perjudiciales y
gravosas, tanto para los profesionales e instituciones involucradas,
como para los pacientes y familiares, especialmente cuando no se ha
constatado debidamente la ocurrencia del evento dañoso y la
acreditación de los demás presupuestos de responsabilidad.
La divulgación mencionada, en tales circunstancias, corroe y resiente
la confianza, que constituye el elemento fundante y modelador de la
relación equipo de salud-paciente.
Un diagnóstico epidemiológico-jurídico sobre las causas del
incremento de reclamos formales e informales debe girar alrededor de
las siguientes:
a) Deterioro de las relaciones clínicas (médico-paciente, equipo de
salud-paciente).
b) Mercantilización de la medicina.
c) Formación profesional.
d) Segundas opiniones.
e) Captación inescrupulosa de clientes-pacientes.
f) Medicalización de la vida.
Conforme los propósitos y límites del presente trabajo, se
profundizará sobre la causa de incrementos de reclamos contra la
práctica médica vinculada al proceso de medicalización de la vida.
II. MEDICALIZACION DE LA VIDA
La medicalización de la vida es un proceso complejo de incorporación
de poder al mismo orden médico y que, como se verá luego, dadas sus
características, paradójicamente genera reclamos contra el mismo
modelo biomédico.
Ese proceso obedece a un paulatino acopio de situaciones que no eran
tradicionalmente consideradas como problemas médicos y que en la
actualidad caen dentro de la jurisdicción biomédica; a su vez la
medicalización, a través del establecimiento de determinadas pautas
y normas de conducta, se erige como mecanismo de control social.
En algunos casos se transformarán en enfermedades por vía de
medicalización simples dolencias, pequeñas molestias o inquietudes
de la más variada índole. El primer resultado de este proceso
consiste en brindar un lugar determinado en la sociedad a lo enfermo y
patológico, que al estar corporizado por hombres y mujeres, termina
asignándoles un «rol social» con una particular asunción de
derechos y obligaciones.
En ese sentido resulta ilustrativo el ejemplo acercado por Engelhardt4
al establecer que «considerar que el proceso de dar a luz conlleva
riesgos médicos que requieren intervenciones médicas, desde
episiotomías hasta cesáreas, equivale a alterar el significado del
alumbramiento y también de los derechos, socialmente respaldados, de
los futuros padres y madres frente a los médicos».
En un primer momento, Parsons5 vislumbraba que tanto la enfermedad
como la criminalidad definían comportamientos anormales; la
enfermedad se constituía como anormalidad por su posibilidad de
quitar estabilidad a un sistema social a través de la violación de
normas «biomédicas»; la criminalidad al vulnerar normas sociales,
comprometía al mismo tiempo la vida social.
Esta primera aproximación significó, a pesar de constituir un aporte
novedoso, una visión naturalista y funcionalista, en donde los
procesos de enfermedad-salud-atención y delito-norma-control
constituían situaciones dadas naturalmente, desechando la posibilidad
de determinaciones sociales y culturales.
En ese sentido la diferencia palpable, en atención a las causas de
dichos comportamientos anormales estaba, dada por la ausencia o no de
intencionalidad de cada violación normativa; mientras exista
«intención» habrá delito, y cuando la acción sea inintencionada
existirá tratamiento. Las consecuencias sociales son distintas, al
criminal se lo castiga, y al enfermo se lo trata.
En un principio la incorporación de algunas conductas dentro del
concepto de anormalidad obedecía a fundamentos religiosos, luego
morales, después estatales, hasta estos días en donde la definición
de anormalidad es dada por consideraciones médico-científicas6.
Según algunos este cambio, desde una perspectiva jurídica significó
«la desposesión de la justicia criminal y el advenimiento del estado
terapéutico»7, mientras que para otros «el hospital ha sustituido a
la iglesia y al parlamento como centro simbólico de la sociedad
occidental»8.
Este proceso significó que las medidas para controlar y eliminar la
anormalidad transmuten de represivas a restitutivas, reemplazando el
tratamiento al castigo.
El tratamiento como sanción preferida permitió que muchos
comportamientos se comenzaran a conceptualizar como enfermedad,
sometidos, ahora, al orden médico, portador de un saber prestigioso y
creíble.
Se consideran, entonces, comportamientos anormales, necesitados de
asistencia y control «médico»: el alcoholismo, la adicción a las
drogas, el suicidio, la obesidad, la delincuencia, la violencia, los
problemas de aprendizaje, entre otros9.
La visión científica de los procesos naturales del mundo, junto al
prestigio y poder de la clase médica contribuyó significativamente
al proceso de medicalización.
Para la evaluación del proceso de medicalización se enunciaron los
lenguajes a través de los cuales la medicina opera en la realidad: a)
la evaluación de la normalidad, como estado aceptado socialmente, b)
las distintas formas de describir, c) las explicaciones causalistas y
d) las expectativas sociales en relación a los distintos tipos
patológicos10.
Se observa en la ponderación y entrecruzamiento de los distintos
lenguajes, juicios de valor que no son manifiestos, sino más bien
subyacentes formas de mirar a la enfermedad realizadas con desprecio,
al considerar al dolor, al sufrimiento y a la enfermedad como
verdaderos disvalores.
Las transformaciones posteriores al siglo XVIII se unificaron en la
observación de un nuevo modelo explicativo que compiló dos formas
distintas de apreciación médica: por un lado la clínica y por otro
el aporte descriptivo de la anatomía, fisiología, patología y
microbiología.
Las nuevas formas de explicar los procesos morbosos se realizaban
desde la clínica pero con fundamento en los modelos teóricos y los
descubrimientos de laboratorio.
El novedoso proceso de descripción fundamentaría una forma de
«hacer medicina» con absoluta prescindencia de las consideraciones
propias de cada enfermo, en la medida en que las quejas del mismo no
encajaran en ese modelo de descripción.
Esta nueva forma de describir dejó de lado el objetivo principal de
la medicina clínica que «tiene su inicio y su fin en los problemas
del enfermo. Sin embargo, los cambios producidos en las suposiciones
explicativas junto con la evolución de las ciencias básicas,
provocaron ciertos cambios desafortunados en la ideología de los
síntomas»11.
Esa modificación disvaliosa transformó en el mismo sentido la
realidad del enfermo a través del lenguaje interpretativo de la
medicina; no sólo describiendo sino alterando las vivencias propias
de cada persona.
La medicina, al no distinguir los hechos puramente fácticos de los
valores, no sólo diagnostica y trata, sino que realiza juicios de
imputación moral al enfermo como responsable de la portación de
determinado «mal».
El poder del médico para crear roles y asignar juicios de valor se
equipara con la «capacidad de un obispo de excomulgar o reconciliar,
o con la de un juez de declarar culpables o inocentes a las
personas».
Las condiciones para que opere la medicalización de la anormalidad se
han caracterizado de la siguiente manera12:
1) El comportamiento debe definirse como anormal y como problema que
necesita remedio por parte de algún sector de la sociedad. Antes que
pueda ser medicalizada la anormalidad, el comportamiento debe ser
considerado y reconocido como anormal. Algunos miembros de la sociedad
deben observar y reconocer como anormal determinado comportamiento de
personas, observándose que el grupo que define la anormalidad tiene
mayor poder social para poder hacer efectivas sus definiciones. En el
establecimiento de la anormalidad quedarán atrapados los sectores
más vulnerables y sometidos de las redes de poder sociales.
2) Cuando formas previas o tradicionales de control social son
consideradas como ineficientes o inaceptables es probable que
aparezcan los controles médicos.
3) Es necesario disponer de instrumentos y medios médicos de control
social. Hoy adoptan esa forma las medicaciones psicoactivas, algunos
procedimientos quirúrgicos, la ingeniería genética, la terapia
génica, los diagnósticos prenatales y preimplantatorios.
La mayoría de los controles se administran como tratamientos
médicos: psicocirugía para el comportamiento violento, antabús para
el alcoholismo, metadona para la adicción a las drogas, selección
genética para los varones aquejados por el síndrome XYY, terapia
genética como práctica y corrección eugenésica, entre otros.
4) Existencia de datos orgánicos ambiguos sobre la fuente del
problema, inespecificidad o inexistencia de datos etiopatogénicos.
5) La clase médica debe aceptar que tal comportamiento anormal se
incluya dentro de su jurisdicción.
6) Mientras mayor sea el beneficio ofrecido por la medicalización a
las instituciones en una sociedad, mayor será la posibilidad de
incremento del proceso de medicalización. (Por ejemplo la
sustitución de heroína por metadona, la apoyaron tribunales,
cárceles, policía y vastos sectores de la comunidad europea).
7) En algunos casos las compañías farmacéuticas son frecuentemente
promotoras de la medicalización, especialmente en la utilización de
mensajes subliminales para la colocación en el mercado de sus
productos.
De acuerdo al propósito del presente trabajo es importante considerar
el fenómeno de medicalización para precisar sus alcances y
vinculación con la generación de nuevos reclamos contra la medicina
asistencial.
Con ese propósito las consecuencias de la medicalización que
estimularían reclamos estarían significadas por:
1) La expansión de la jurisdicción de la medicina sin tener en
cuenta su capacidad para tratar adecuadamente los problemas, junto a
un progresivo aumento de reclamos por demandas insatisfechas e
irresueltas.
2) Una supuesta neutralidad moral de la medicina; presumiendo que
términos médicos como enfermedad y tratamiento son moralmente
neutrales.
3) Se profesionalizan los problemas humanos y sociales, delegándose
su resolución en expertos médicos.
4) El control social médico utiliza métodos e instrumentos
poderosos, provocando daños, en algunos casos, irreversibles.
5) Se individualizan las dificultades humanas, ignorando o minimizando
la naturaleza e influencia social del comportamiento humano. En el
caso de las enfermedades consideradas como sociales (tuberculosis,
sida, etc.) es notoria la ausencia de referencias al medio social,
incluso en las campañas oficiales de prevención, en casos en los que
la negación o afectación de derechos esenciales de la persona
humana, condicionan y estructuran la enfermedad y la evolución de las
epidemias.
En el incremento de los reclamos judiciales o extrajudiciales puede
encontrarse al mismo tiempo una consecuencia y una primera reacción
al proceso de medicalización. Iván Illich13 advertía que la
medicalización de la vida es omnipresente y puede ser devastadora.
La praxis médica, hasta no hace poco, se encontraba exenta de
supervisión y control judicial, con motivo del prestigio del orden
médico, sobre el que se cimentó el proceso de medicalización, como
mecanismo de control social, supuestamente más benigno y humanizado.
La inmunización judicial no duraría mucho tiempo, los anticuerpos
generados por la medicalización comenzaban a ser insuficientes para
dar respuesta a los problemas y conductas anormales que el mismo orden
médico incorporó a su zona de influencia.
La supremacía de tratamientos médicos, excluyendo cualquier abordaje
alternativo a los problemas medicalizados, y el consecuente fracaso de
esa instancia permitieron la generación de sensaciones vinculadas a
la desconfianza y desprotección, que resultaron ser efectivos
disparadores para el inicio de reclamos por soluciones prometidas y no
concretadas. La generación de espacios alternativos no medicalizados
de tratamiento para el alcoholismo y las adicciones, a través de los
grupos de autoayuda y comunidades terapéuticas, constituyen fieles
reflejos y respuestas al fracaso de la medicalización.
El control social médico al delegar en el experto la resolución de
problemas humanos y sociales medicalizados, y al no brindar las
«terapias» adecuadas para resolver dichos desórdenes, permite que
el «profano» encuentre en la supervisión judicial un mecanismo
idóneo de reparación en busca de un hipotético restablecimiento del
equilibrio perdido. El fracaso en la búsqueda de un estado ideal de
salud y belleza impulsó la reacción contra la medicina como efecto
paradigmático de la medicalización.
La promoción de la medicalización se reactualiza por la prédica
constante de los medios de comunicación «medicalizados» al
publicitar métodos e instrumentos diagnósticos y terapéuticos
supuestamente infalibles y descubrimientos de drogas milagrosas.
Este bagaje de información, induce a percibir a la actividad que
asume el médico como una obligación de resultados, en donde se
asegura una próspera y feliz mejoría como camino hacia la curación
total.
Al no obtenerse el resultado prometido, delegado en la medicina como
consecuencia misma de la medicalización, se quebranta aquella
obligación y surge el reproche sobre la base de un factor de
atribución objetivo generado por el mismo orden médico: la
eficacia-seguridad del tratamiento médico-científico.
En los EE.UU. un estudio reciente14 da cuenta que en la mayoría de
los casos por mala práctica médica iniciados en la justicia han
correspondido no a casos de negligencia, impericia o imprudencia, sino
a que el resultado de la atención médica recibida fue distinto al
pronosticado.
III. CONCLUSION
La medicalización de la vida como proceso de apropiación y de
control social impulsó, paradójicamente, demandas por el
incumplimiento en la resolución de las expectativas generadas.
Comprendiendo que el incremento de reclamos contra la práctica
médica en general obedece a un fenómeno multicausal, la
medicalización se erige como un supuesto generador de mala praxis, ya
que en algunos casos resquebraja uno de los elementos fundamentales de
las relaciones clínicas: La confianza.
La confianza, como elemento constitutivo, aparece desde los orígenes
de la actividad médica; basta recordar que el verbo griego «medeo»
significa «cuidar a otro», origen del sustantivo latino «medicus»,
el encargado de asistir, «ad-sistere», que se traduce como
«detenerse al lado de», notándose así la raíz de ayuda y
encuentro interpersonal del vínculo.
El «imperativo tecnológico», impulsado en ocasiones por procesos de
medicalización, no podrá suplir a la confianza generadora de un
vínculo interpersonal, a pesar de la utopía del desarrollo
científico, pensada como usina generadora de un «nuevo mundo más
sano y feliz», materializado en la expectativa colectiva de pretender
curarse en donde se disponga de «más aparatos». El paradigma de la
«alta complejidad» es auspicioso en la medida en que se presente
acompañado de suficiente dosis de «elevada humanidad».
En consecuencia, un primer paso para prevenir daños por
medicalización se impone en la necesidad de refundar y volver a
aquella relación médico-paciente comprendida como el «encuentro de
una conciencia y una confianza»15.
1 La expresión corresponde a Illich, Ivan: «Medical Nemesis»
Pantheon, Nueva York, 1976.
2 Ventura, Adrián: «El debate que viene: juicios por jurados».
Temas de la Justicia. Diario La Nación 27/9/96.
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5 Parsons, Talcott: «El sistema social». Revista de Occidente.
Madrid. 1976.
6 Conrad, Peter: «Sobre la medicalización de la anormalidad y el
control social» en «Psiquiatría Crítica. La política de la salud
mental». Edit. Crítica. Grupo Edit., Grijalbo. Barcelona. 1982.
7 Según Nicholas Kitteric en Conrad, Peter, cit., pág. 138.
8 Según Reiff en Conrad, Peter, cit. pág. 139.
9 Conrad, Peter, cit. pág. 140 y ss.
10 Engelhardt, H. Tristam. cit.
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14 A fondo. H. Tristán Englehardt. Especialista en bioética.
Clarín, Opinión - Domingo 20 de noviembre de 1995, pág. 20, 21.
15 La definición corresponde a Portes, extraída de Mainetti, José
A. «Estudios Bioéticos» pág. 108. Edit. Quirón. La Plata 1993.
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3 «Jueces y periodistas, Cómo se informa y cómo se juzga». Poder
Ciudadano. Buenos Aires, Octubre 1996.
4 Engelhardt, H. Tristam: «Los fundamentos de la Bioética». Edit.
Paidós Ibérica, 1° Ed. Barcelona, España, 1995.
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11 Ibídem.
12 Ibídem.
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13 Illich, I. cit.
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