La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt. Andrea Wulf.
1ra. Edición, Buenos Aires. Taurus, 2016. 584 pp. Título original:The invention of nature.
Traducción castellana de María Luisa Rodríguez Tapia.
Leemos en los periódicos: “Entre el amor y los sueños. Desde el principio supimos que éramos el agua y el aceite. A él le encanta la naturaleza y a mí ir a un all inclusive […]” (Clarín, 4-2-2017. “Somos fanáticos de la naturaleza”. Una agrupación de danza y teatro negro produjo las obras Bufo Periglenes, basada en la extinción del sapo dorado, y otra, Sonrisa de tiburón, “una obra que hace conciencia sobre el aleteo de tiburones” (La Nación, 16-8-2011). “Fanny Lu afirma ser una amante de la naturaleza. La cantante colombiana Fanny Lu aseguró ser una amante de la naturaleza y por ello, cada vez que visita lugares como Cancún, invita a cuidar el medio ambiente” (El Informador, Guadalajara, Méjico, 1-12-2010).
Esa naturaleza de encantados, fanáticos y amantes nada tiene que ver con la que inventó Humboldt, y de Humboldt trata esta biografía de lectura amena e información precisa y comprensible. El libro es también un viaje de Andrea Wulf para encontrar al inventor, y tiene un pico emocional: Wulf escaló el Chimborazo, como Humboldt y Bonpland.
Los libros de Humboldt, dice Wulf, acumulan polvo en las bibliotecas y qué poco se recuerdan sus ideas en los países de lengua inglesa, en parte porque esas ideas se han incorporado a la ciencia y a la cultura general sin que se las atribuyan al autor y porque Humboldt, al contrario de Newton, Darwin, y agregamos, Pasteur, Einstein, no produjo ninguna teoría general en la ciencia.
No ocurría lo mismo en el siglo XIX, cuando sus libros, pese a su volumen, eran un éxito entre los científicos y el público culto de todo el mundo, y se lo consideraba el sabio por antonomasia tanto en Europa como en América. Lucio V. Mansilla en 1870, en Una excursión a los indios ranqueles anota que debe a un amigo, corresponsal del diario The Standard de Buenos Aires, “[…] la iniciación en un mundo nuevo, la lectura del Cosmos, ese monumento imperecedero de la sapiencia del siglo XIX”.
El Cosmos. Ensayo de una descripción física del mundo, es el último libro de Humboldt; cinco volúmenes publicados entre 1844 y 1862, el cuarto cuando Humboldt tenía 89 años, el quinto y último, póstumo y basado en sus notas. ¿Quién intentaría hoy leerlo o comprarlo? Sin embargo, a los gruesos volúmenes originales de Cosmos, su libro más influyente, de la Narrativa Personal o de Cuadros de la naturaleza, el más popular, los reemplazan selecciones anotadas de los textos originales que no faltan en los catálogos de las librerías.
Alexander von Humboldt nació en Berlín el 14 de septiembre de 1769. Su familia prusiana era aristocrática y rica, Alexander y su hermano mayor Wilhelm quedaron huérfanos de padre a temprana edad y fueron criados por una madre, Marie Elisabeth, exigente, dura y poco afectuosa que confió la educación de sus hijos a tutores competentes e igualmente duros. Para Alexander su madre decidió que debía estudiar ingeniería de minas. Alexander obedeció y matizó su trabajo oficial con períodos de estadía en Jena y Weimar donde tenía largas conversaciones con Goethe, Schiller y su hermano. Con Goethe experimentaban con la electricidad animal, y estudiaban anatomía humana. Alexander realizó 4000 experimentos sobre la “electricidad animal”, en animales y consigo mismo. Años después, en Venezuela, pudo estudiar las “anguilas” eléctricas. Su descripción de los ataques de estos temibles peces se juzgó exagerada, 200 años después se confirmó su veracidad. (Catania KC. PCNA 2016; 113: 6979-94).
Marie Elisabeth murió en 1796, y Alexander pudo disponer de su parte de la fortuna. Renunció a su cargo de inspector de minas de Prusia, se fue a vivir a París donde ya vivía su hermano y se dispuso a transformar sus fantasías aventureras en realidad. Tras varios proyectos fallidos consiguió el compañero ideal, Aimé Bonpland, y en Madrid el permiso del rey Carlos IV para visitar sus colonias. El costo del viaje estuvo a cargo de Humboldt, quien se proveyó de los mejores instrumentos para registrar sus observaciones y aprendió a utilizarlos. Lo guiaba un firme propósito, descubrir cómo “todas las fuerzas de la naturaleza están entrelazadas y entretejidas”. La gran aventura comenzó en La Coruña el 5 de junio de 1799, terminó en Burdeos el 1ro. de agosto 1804, poco antes de cumplir Humboldt 35 años. En el viaje recorrieron lo que hoy son Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, México y, finalmente, Estados Unidos. El resultado es la Narrativa personal de los viajes por las regiones equinocciales del Nuevo Continente durante los años 1799-1804, original en francés y con Bonpland de coautor. Se puede leer la traducción inglesa que tenía Darwin, libre on line (van Wyhe J, editor, 2002. The Complete Work of Charles Darwin Online. En: http://darwin-online.org.uk/). Hay versiones en castellano.
Humboldt se quedó en París hasta noviembre de 1805, volvió a Berlín donde fue celebrado, se le otorgó una pensión y se lo nombró chambelán del rey de Prusia. Volvió a París en 1808, se quedó todo lo que pudo. En 1827 se instaló en Berlín, presionado por la necesidad de dinero, pero con el permiso del rey de pasar cuatro meses del año en París. En Berlín cumplía, a desgano, su función de chambelán, y con gusto la de gran hombre de la ciencia: “El más grande hombre después del Diluvio”. Y escribía Cosmos, volumen a volumen.
No fue el único gran viaje de Humboldt; en 1829, cuando llegaba a los 60 años, viajó a Rusia patrocinado por el zar, que estaba más interesado en los resultados económicos que en los científicos. Humboldt partió de San Petersburgo el 20 de mayo, cruzó Siberia y llegó al macizo Altai, en la frontera de Rusia con Mongolia y China, regresó a San Petersburgo el 13 de noviembre, recorrió casi 16 000 km en menos de seis meses. Al final del viaje Humboldt devolvió un tercio del dinero concedido y no gastado. A la zarina le trajo prometidos diamantes. El 15 de diciembre dejó San Petersburgo, el 28 de diciembre llegó a Berlín; ir y volver son 3000 km más.
El 19 de abril de 1859, Humboldt envió al editor el manuscrito del quinto volumen de Cosmos. Murió en Berlín el 6 de mayo de 1859, recibió un funeral de estado que acompañaron decenas de miles de personas. Gastó toda su fortuna; en sus últimos años sus ingresos le duraban 10 días, vivía luego con el dinero que su criado Seifert le prestaba.
Humboldt conjuga en la historia natural las intenciones de la Ilustración: observar, medir, y comparar, con las propias del Romanticismo: sensibilidad, expresión de la respuesta emocional y estética a la naturaleza, su unidad y el papel del naturalista en revelarla. Esta actitud totalizadora de hombre universal interesado en todos los campos de la ciencia y de la sociedad dejó de ser corriente entre los científicos en el siglo XIX, aunque Humboldt tuvo gran influencia tanto en ellos como en los poetas, filósofos, los que ahora llamamos ambientalistasy ecologistas, y el público. Humboldt llegó a recibir hasta 4000 cartas al año, las contestaba personalmente, y llegó a escribir hasta 2000 por año. Su estilo científico, que se ha llamado “ciencia humboldtiana” tiene, entre otras características, que la naturaleza y no solo el laboratorio es el sitio de investigación. Darwin leyó y releyó la Narrativa personal, uno de los libros que llevaba en el Beagle e incluso lo releyó en sus últimos días, y anotó en la cubierta posterior del volumen 3: “Julio 6 1881 a página 417-Abril 3 1882 terminado”, Darwin murió el 19 de abril de 1882.
Para apreciar la agitada y rica vida, y la colosal obra de Humboldt, nada mejor que este libro de Wulf que ha recibido comentarios elogiosos, distinciones y premios, entre ellos el Royal Society Science Book Prize de 2016. El lector coincidirá en que los elogios y los premios son merecidos. La traducción es correcta. El libro es voluminoso y pesado (en gramos), tiene mapas y numerosas ilustraciones en blanco y negro y en color; los créditos, notas, fuentes y bibliografía, y el índice analítico ocupan 161 páginas. La encuadernación parece fuerte, pero los cuadernillos no están cosidos, es una pena y un mal pronóstico, porque al libro hay que leerlo varias veces.
Juan Antonio Barcat
Orwell’s Nose: A Pathological Biography. John Sutherland. London: Reaktion, 2016, 256 pp
George Orwell (Eric Arthur Blair, 1903-1950) persiste en la memoria pública. Entre los lectores, por sus novelas “Rebelión en la granja” y “1884” y, entre los que no lo leyeron, por dos expresiones populares: “Todos los animales son iguales pero algunos animales son más iguales que otros” y “el gran hermano te vigila”, símbolo adulterado en programas televisivos. Menos conocidos son sus ensayos político-sociológicos, culturales, y sobre política en el lenguaje y la literatura, sus buenos relatos y crónicas. Los críticos están de acuerdo en que los ensayos son lo más influyente de su obra; disienten sobre cuál es el mejor relato.
El título que comentamos atrae la atención de los lectores de Orwell, más aún si son médicos. ¿Describirá una enfermedad o sus enfermedades? ¿Qué tendrá Orwell en la nariz?John Sutherland, profesor emérito del University College London, es un erudito crítico y detective literario que, tras un episodio de fiebre del heno (rinitis alérgica) perdió el olfato irremediablemente. Sin olfato releyó las obras de Orwell y comprobó que sin olores pierden su carácter único, se leen de otra forma. Y decidió explorar ese territorio rastreando biografías y cuanto documento existe sobre Orwell y su relación con los olores.
¿Cuál es la patológica cualidad de la nariz de Orwell? Su extremada sensibilidad para detectar y diferenciar olores, en especial los malos olores. Y su capacidad literaria para describirlos con precisión, evocarlos, relacionarlos con las circunstancias de su vida, los lugares, circunstancias y personajes de sus escritos.
Sutherland concentró su argumentación sobre la influencia del olfato en la obra de Orwell en un inusual y extenso Prefacio de 51 páginas. El prefacio se subdivide en partes subtituladas: “Leyendo con la nariz”, “Olores ‘bajos’ [“Las clases bajas huelen”], “Henry Miller”, “Narcisismo olfatorio”, etc. En “Leyendo con la nariz”, Sutherland recuerda que unos autores más que otros incluyen olores en sus obras y que Norman Mailer (que se define como “olfactoid”) sostiene que en toda la obra de Hemingway solo hay tres olores, lo cual es una maldad que cualquier lector puede comprobar en poco tiempo. Consulta luego a una especialista en Jane Austen (Deirdre Le Faye), y se entera que de sus seis novelas, solo en Mansfield Park menciona malos aires y malos olores. En “Magdalenas y todo eso”, considera el Fenómeno Proust, tiempos perdidos recuperados por la capacidad evocadora del olfato, fenómeno que interesa a la ciencia tanto como a la literatura.
Al prefacio sigue la biografía (The Life) que también es inusual por lo corta, 179 páginas, y por ser un análisis crítico de todas las biografías, cartas y testimonios publicados a la fecha que Sutherland escribió este libro. Sutherland comprueba, compara, corrige, encuentra nuevos datos y finalmente concluye que el olor que resuena en toda la vida de Orwell es el olor a mortalidad, que Orwell es un suicida.
El libro tiene tres Apéndices. El primero es un Diario del fumador Blair/Orwell. Con todos los detalles de lo que fumaba el compulsivo y autodestructivo Orwell. Sutherland cree que fumaba por el efecto desodorizante del tabaco, por su mórbida sensibilidad a su propio olor corporal, y por el olor del tabaco. Orwell olía mal y lo sabía desde niño. El segundo es una Narrativa de los olores en The clergyman’s daughter y el tercero, y último, Narrativa de los olores en The Road to Wigan Pier (El camino a Wigan Pier), novela que está incluida en una lista de los 10 libros más olorosos, encabezada, por supuesto, por En busca del tiempo perdido. Lara Feigel autora de la lista, lo es de un libro titulado A Nosegay: A Literary Journey from the Fragrant to the Fetid.
Los personajes de las novelas Orwell son retratos lo bastante fieles como para identificar a familiares, amigos, amantes, conocidos, compañeros de trabajo o aventuras. Con todos, Orwell es cruel en la ficción y, Sutherland da pruebas suficientes, cruel en la vida real. Estas debilidades, y otras más, no le quitan méritos literarios pero sí la simpatía del lector. Ese rasgo desagradable se esfuma en sus ensayos, relatos y crónicas. A Orwell no le faltan coterráneos detractores ni defensores entusiastas; su personalidad es un enigma, nadie discute su valor literario. Orwell es “de mucha entidad y consecuencia”.
El libro de Sutherland es breve, entretenido y serio. Se lee con placer, hace pensar, despierta la curiosidad; incita a repasar la fisiología y patología del olfato. La enfermedad pulmonar de Orwell intriga, tose desde niño y tiene repetidas infecciones ¿Es sólo la tuberculosis que al final lo mata? ¿Tiene relación con su analizadora nariz? Siempre hay algún médico que desea resolver la intriga. El intento de J. J. Ross está publicado y se puede leer, está libre en Internet (Clin Infect Dis 2005; 41: 1599-603)
Juan Antonio Barcat