Notas para advertir, entretener y relacionar lo nuevo con lo viejo. Son bienvenidos los comentarios a revmedbuenosaires@gmail.com, o a Basilio A. Kotsias, kotsias@retina.ar
Todos los animales envejecen y mueren a una determinada edad, límite que los humanos hemos hecho propio desde nuestros albores con la conciencia de nuestra mortalidad y contingencia. Desde los relatos mitológicos y la literatura sacra y profana surgen ejemplos de seres humanos que han querido traspasar esa barrera de una u otra manera, invocando a los dioses, inmersos en experimentos fantásticos o en pactos con personalidades diabólicas. Este deseo llegó a nosotros, de la mano de la criopreservación que promete una eventual resucitación en un futuro- no aclarado- a los que han decidido que una vez fallecidos sean sumergidos en nitrógeno líquido y esperar a unos -200 °C que eso ocurra.
Impulsado por el progreso tecnológico, el aumento de la esperanza de vida de los seres humanos es claro desde el siglo XIX, las poblaciones son cada vez más longevas, las enfermedades infecciosas en los infantes han sido reemplazadas por enfermedades crónicas de los adultos como causantes de la mayor parte de las muertes y de los gastos en salud, una forma de pagar el éxito obtenido. La mayor esperanza de vida ha disparado la idea y la polémica que también se sobrepase la edad máxima de los individuos, teniendo en cuenta que ésta no debe confundirse con la esperanza de vida, un valor estadístico medio de una población en un periodo, dependiente en forma marcada de las condiciones ambientales, estilo de vida y sexo. Hasta ahora la máxima edad alcanzada fue de 122 años, una mujer fallecida en 1997. Apelando al análisis estadístico de las tablas de vida y estudios demográficos, Jan Vijg, un reconocido especialista, concluye que la máxima edad de los seres humanos ha sido alcanzada con un límite que no es posible sobrepasar. La gente vive cada vez más, las poblaciones son más longevas, pero el número de supercentenarios no aumenta en esa proporción y hay indicios que se acerca a una meseta.
La lógica de la vida consiste en un recambio permanente de un material con variaciones genéticas y selección natural como motores de la diversidad. Debido a las limitaciones de la estructura del cuerpo humano y su funcionamiento, resultado del proceso evolutivo y su imperfección innata nos vamos desgastando, acortándose los telómeros y oxidándonos por el precio de respirar oxígeno. Extender el límite impuesto por la naturaleza requerirá de la intervención de la ciencia y la tecnología más allá del mejoramiento de las condiciones de salud, una telomerasa o un antioxidante casi mágico, por ejemplo, y en este afán están comprometidos numerosos laboratorios en todo el mundo. Aquí recordamos una de las novelas más conocidas de Aldous Huxley, Viejo muere el cisne (foto) con tres personajes centrales, un millonario, un intelectual a quien emplea para ordenar sus papeles y su médico que se entrega a la búsqueda frenética de la prolongación indefinida de la existencia humana. Huxley, con ironía mordaz, lleva a los personajes a una peregrinación por Europa donde descubren a un individuo vivo de más de 200 años de edad, es el Quinto Conde de Gonister, enclaustrado con su ama de llaves. Los intestinos crudos de carpa son su único alimento, y los ha transformado en remedos simiescos. Ese es su logro, creer que están vivos.
Dong X, Milholland B, Vijg J. Evidence for a limit to human lifespan. Nature 2016; 538: 257-9. Colchero F, Rau R, Jones OR. The emergence of longevous populations. Proc Natl Acad Sci USA 2016; 113: E7681-E90. Huxley A. Viejo muere el cisne. Buenos Aires: Editorial Losada, 1960. La Figura se puede apreciar en color en www.medicinabuenosaires.com