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Herpes virus humano-6:
potencial neuropatogénico y asociación clínica con enfermedad
neurológica
María I. Berría
Departamento de Microbiología, Facultad de Medicina, Universidad de
Buenos Aires
En 1986, un nuevo agente viral, aislado de seis pacientes con
síndromes linfoproliferativos, fue denominado virus linfotrópico
B-humano en base a la atribución de un selectivo tropismo por las
células B humanas1. Dos años más tarde, y dada la entonces
demostrada susceptibilidad de otros tipos celulares a su infección,
no cabía mantener ese nombre, el que fue reemplazado por el de
herpesvirus humano-6 (HHV-6)2. Por análisis serológico y genómico
había correspondido su clasificación entre los beta-herpes, ya que
compartía más homologías con citomegalovirus y HHV-7 que con los
alfa-herpes (herpes simplex 1 y 2, varicela-zoster) y gama-herpes
(Epstein-Barr, HHV-8). El hecho de que dos de los seis pacientes en
que se había logrado el primer aislamiento fueran HIV-positivos,
determinó que inicial y mayoritariamente se tendiera a pesquisarlo
como posible agente patógeno o cofactor en enfermos de SIDA. Pero fue
como consecuencia de haber preferido estudiar a niños
inmunocompetentes, que Yamanishi et al3 pudieron comprobar que el
HHV-6 era el agente etiológico del exantema súbito, una enfermedad
infantil conocida de larga data. Por análisis de restricción de ADN,
caracterización del tropismo in vitro y reactividad frente a
anticuerpos monoclonales, en el virus se distinguen dos variantes4: la
A, que incluye a la mayoría de los aislamientos logrados en pacientes
con SIDA o con otros síndromes linfoproliferativos, y la B, a que
corresponden las cepas recuperadas de casos con exantema súbito. En
todo el mundo, es alta la seroprevalencia de la infección por HHV-6,
no disponiéndose hasta ahora de métodos que permitan discriminar
fehacientemente a cuál de los dos variantes corresponden esos
anticuerpos. La mayoría de las primoinfecciones ocurren durante el
primer año de vida, y hacia los tres años de edad, los anticuerpos
se detectan en prácticamente el 100% de los niños, con títulos que
se continúan manteniendo elevados en los adultos5. Probablemente
adquirida a partir de virus excretado en saliva, la primoinfección
cursa con replicación viral a nivel de linfocitos, macrófagos,
histiocitos y células endoteliales y epiteliales, siendo el linfocito
T CD4+ el blanco predominante en sangre.
Si bien con un virus tan ubicuo como el HHV-6 se hace difícil
establecer una relación causal con otra manifestación patológica
aparte del exantema súbito, en estos últimos años el interés se ha
centrado en la eventual repercusión neurológica de la infección. A
ese respecto, es excelente la concisa pero fundamentada revisión del
tema llevada a cabo por Kimberlin y Whitley6. Según ellos comentan,
fue mucho antes de establecida la etiología viral que en el exantema
súbito se habían reconocido síntomas y signos neurológicos tales
como hipertensión de fontanela, irritabilidad, convulsiones febriles,
meningoencefalitis y encefalopatía residual. Posteriormente, y en
forma concomitante a esas manifestaciones neurológicas, se aislaba
virus de células mononucleares de sangre periférica, se demostraba
conversión serológica, y se detectaba genoma viral en LCR. Por otra
parte, la identificación de ADN viral en LCR de niños con
convulsiones febriles de aparición posterior a la época de
primoinfección, sugiere la posibilidad de que en SNC ocurra
persistencia, latencia y reactivación del virus. Tanto el riesgo de
neuroinvasión durante la primoinfección como el de recurrencia en
convulsiones febriles, han dado lugar a estimaciones que por
discrepantes requieren mayor confirmación.
En referencia a asociación del virus con meningoencefalitis, la
mayoría de los antecedentes se limitaban a casuística; hoy, ya se
dispone de series con mayor número de casos, algunos de ellos
documentados por detección de genoma viral en LCR, o de IgM a
antígenos virales tempranos, o de ininmunomarcación de HHV-6 en
tejidos cerebrales. Pero también se ha detectado ADN viral en
muestras cerebrales de individuos inmunocompetentes que habían
fallecido sin signos de enfermedad viral, aun cuando la mayor
frecuencia de hallazgos positivos sigue correspondiendo a
inmunodeprimidos en etapas avanzadas de la infección por HIV.
Con respecto a enfermedad neurológica a nivel de médula espinal, en
la necropsia de una anciana con antecedentes de mielopatía crónica y
paraparesia espástica progresiva, el examen histopatológico había
mostrado desmielinización diseminada, pérdida de axones,
inflamación crónica y gliosis; ulteriormente, por
inmunohistoquímica se comprobó marcación de antígenos HHV-6, los
que predominaban en astrocitos localizados en áreas degeneradas de
sustancia blanca. El hecho de que también se detectara genoma viral
en esos tejidos espinales con signos patológicos, permitió invocar
una asociación entre HHV-6 y mielopatía crónica7.
Era de esperar que tarde o temprano habría de postularse la
vinculación entre HHV-6 y esclerosis múltiple, una enfermedad de
compleja patogenia en que también influyen factores genéticos y
ambientales. Muchos han sido los virus sucesivamente propuestos como
agentes etiológicos o contribuyentes, aunque hasta ahora ninguno ha
podido ser categóricamente involucrado. Si bien los estudios
serológicos para HHV-6 en pacientes con esclerosis múltiple habían
mostrado anticuerpos a títulos elevados, resultados similares ya
habían sido observados con otros virus. Pese a ello, en estos
últimos años se ha reactivado el interés por la posible
participación del HHV-6; a ello ha contribuido, en gran parte, el
trabajo publicado en 1995 por Challoner et al8, quienes mediante la
técnica de análisis de diferencias representativas (RDA) pudieron
identificar en tejidos cerebrales de pacientes a secuencias de ADN
viral que mostraban una homología del 99.4% con respecto al gen MDBP
del HHV-6. Si bien esas secuencias también se detectaron en tejidos
cerebrales de controles, fue sólo en muestras de pacientes que el
empleo de dos anticuerpos monoclonales contra HHV-6 logró
inmunomarcación de proteínas virales en el núcleo de los
oligodendrocitos, sobre todo en aquellos localizados en la periferia
de las placas de esclerosis. La repercusión del hallazgo logrado por
Challoner et al8 mediante la comprobación en tejidos patológicos no
sólo de genoma viral sino también de proteínas virales, se tradujo
en sucesivos estudios emprendidos por otros investigadores quienes,
recurriendo a variadas técnicas inmunológicas y moleculares sobre
muestras de pacientes, han alcanzado resultados dispares en cuanto a
confirmación o no de la asociación entre HHV-6 y esclerosis
múltiple. Todavía no se dispone de pruebas suficientes como para
fundamentar esa vinculación, y en ese sentido, la capacidad del virus
para infectar tejidos neurales y para establecer latencia es
prioritario tema a abordar. A ese respecto, el sistema in vitro ofrece
un sustrato que, al soslayar la complejidad estructural del SNC,
posibilita el análisis pormenorizado de la interacción entre el
virus y un tipo celular neural debidamente identificado.
Había evidencias in vitro del neurotropismo HHV-6, ya que había
mostrado afinidad por células de líneas provenientes de tumores del
SNC9 y de cultivos primarios de astrocitos obtenidos de fetos
humanos10. Hoy, y en cultivos de células neurales humanas
provenientes de tejidos de lóbulos temporales desechados en curso de
neurocirugía para epilepsia crónica en adultos, Albright et al11 han
comprobado que el HHV-6 también infecta al oligodendrocito, según
estimación de un efecto citopático que induce fusión
célula-a-célula, examen ultraestructural mostrando partículas
virales intracelulares y PCR detectando DNA viral. Sin embargo, la
liberación del virus es escasa y, en ocasiones, no mensurable, lo que
indudablemente indica un bajo nivel de infección que, por otra parte
y según prueba de captura de antígeno por ELISA, también involucra
a la microglia. Para justificar que una infección tan restringida
llegue a ser relevante en el proceso neuropatológico, deberían
invocarse mecanismos alternativos. Así, Albright et al11 sugieren que
la expresión de un subset de proteínas virales podría resultar en
fusión celular y muerte, o bien atraer a componentes de la respuesta
inmune tales como las células T citolíticas. Otra posibilidad sería
que, al igual que el HHV-812, el HVH-6 codificara proteínas capaces
de alterar la respuesta inmune; la consecuencia de la disrupción de
la homeostasis inmune provocada por esos homólogos, se evidenciaría
en la destrucción del oligodendrocito por vía de un efecto
bystander. En toda forma, los resultados in vitro obtenidos por
Albright et al11 confirman al oligodendrocito como sustrato de la
infección por HHV-6, según había sido adelantado por Challoner et
al8 en base a sus observaciones sobre muestras de tejidos neurales de
pacientes. Sin embargo, podría ocurrir que esos oligodendrocitos
infectados y localizados en la periferia de la placa de esclerosis,
solamente después de estimulados por citoquinas y quimoquinas ya
presentes en la lesión es que dejarían de inhibir la replicación de
un virus hasta entonces latente y sin relación alguna con la
patogenia de la enfermedad.
La reactivación del HHV-6 ha sido comprobada en inmunocomprometidos,
sea órgano-transplantados o infectados por HIV; más aún, hay
registros de manifestaciones neurológicas consecutivas a transplantes
de médula ósea y de hígado; en cuanto a los efectos de la
coinfección por HIV/HHV-6, algunos estudios sugieren su influencia en
la progresión de la enfermedad, mientras otros no la confirman. Una
reciente investigación, llevado a cabo por McCarthy et al13 en
cultivos de células neurales, ha permitido demostrar que la
infección, tanto por citomegalovirus como por HHV-6, de astrocitos no
inmortalizados provenientes de feto humano, estimula la replicación
del HIV y transactiva a su promotor; de acuerdo a las características
de ese patrón de actividad del promotor, parecería que los factores
celulares que modulan la expresión de HIV serían diferentes a
aquellos que predominan en las células T o en los astrocitos
inmortalizados, y que ello contribuiría a establecer diferencias y
variaciones en la capacidad del astrocito para sustentar la
replicación del HIV. Si los astrocitos fueran reservorio de un HIV
latente o restringido, podría ocurrir que, en caso de ser activados,
llegaran a posibilitar la replicación irrestricta del HIV, y con ella
el aumento de la carga viral en SNC. Si esos astrocitos estuvieran
además infectados por citomegalovirus o HHV-6, o sea virus que per se
estimulan la producción de HIV mediante la transactivación de su
promotor, la carga viral sufriría un incremento todavía mayor,
resultando en un aumento de la morbilidad neurológica en el SIDA. La
extrapolación de la hipótesis al caso de la enfermedad neurológica
crónica es motivo de atrayente especulación por parte de Jacobson14:
el HHV-6, aunque albergado bajo condiciones de latencia en el
astrocito, sería capaz de transactivar a otros virus, entre ellos al
aparentemente nuevo retrovirus que Perron et al15 han aislado
repetidamente de pacientes con esclerosis múltiple, y que es
homólogo pero distinto a un retrovirus endógeno, el ERV9. Es
sugerente que, bajo condiciones in vitro, el hasta ahora denominado
MSRV (retrovirus asociado a esclerosis múltiple) haya podido ser
transactivado por proteínas del herpes simplex-1, otro integrante de
la familia que incluye al HHV-6.
Cabe concluir que, en general, se aprecian coincidencias y conexiones
entre los recientes y extendidos estudios acerca de la
neuropatogenicidad del HHV-6, sea ejercida en forma directa o a
través de mecanismos alternativos. Sin embargo, los mismos
investigadores responsables de esos aportes alertan acerca de la
cautela con que deben ser interpretados, sobre todo en referencia a
enfermedad neurológica crónica. Esa eventual correlación se hace
más difícil de probar con un virus como el HHV-6, que bajo la forma
de infección inaparente afecta a la casi totalidad de los individuos.
Pero, como destaca Jacobson14, es oportuno citar el ejemplo
representado por otro virus, el HTLV-1, que pese a infectar a unos
veinte millones de personas en el mundo, sólo en menos del 5% de esa
población y en el contexto de determinadas influencias genéticas y
respuestas inmunes celulares, llega a provocar la enfermedad conocida
como mielopatía asociada al HTLV-1 o paraparesia tropical espástica.
Es que no en todos los virus puede comprobarse la causalidad que sí
es categórica entre HIV y SIDA; en la mayoría, y dado su carácter
de integrantes del entorno, cabría atribuirles propiedades de
factores disparadores en individuos genéticamente susceptibles en
quienes las respuestas inmunes específicas a un determinado agente
viral llegaran a ser patogénicas.
Ante el cúmulo de información ya disponible en torno a la
neuropatogenicidad del HHV-6, un virus que sólo lleva doce años de
descubierto, es previsible que en un futuro próximo ha de disponerse
de nuevos datos que contribuyan tanto a una mejor caracterización de
su potencial neuroinvasor en inmunocompetentes y en inmunodeprimidos,
como a una mayor confirmación de su asociación con manifestaciones
neurológicas agudas, y también a afirmar o refutar su eventual
vinculación con enfermedades neurológicas crónicas.
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