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PATOGENIA DE LA MIOCARDITIS CHAGASICA
PROBLEMATICA DE LA ENFERMEDAD DE CHAGAS
Simposio internacional. Academia Nacional de Medicina.
Buenos Aires, 19-20 abril 1999
PATOGENIA DE LA MIOCARDITIS CHAGASICA CRONICA HUMANA
RUBEN P. LAGUENS, PATRICIA
M. CABEZA MECKERT, CARLOS A. VIGLIANO
División Patología,
Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular, Fundación
Favaloro, Buenos Aires
La tragedia de la investigación científica es que
la más bella de las
hipótesis puede ser destruida por un horrible hecho discordante.
Thomas Huxley
Key words: Trypanosoma cruzi, Chagasic myocarditis,
pathogenesis, heart
Resumen
Durante
las últimas décadas se publicaron numerosos estudios tendientes a
demostrar la posibilidad de una patogenia autoinmune de la miocarditis
chagásica crónica. Durante ese tiempo se demostró que: 1) existe
mimetismo molecular entre el parásito y los antígenos del huésped,
2) aparecen autoanticuerpos que reconocen epítopes cardíacos durante
la fase crónica de la infección; 3) la inmunización de animales con
la totalidad del parásito, con fragmentos del mismo o con antígenos
bioquímicamente definidos provoca miocarditis y alteraciones
electrocardiográficas, 4) los linfocitos B de los infiltrados
inflamatorios del corazón elaboran anticuerpos contra antígenos
miocárdicos, 5) de esas mismas lesiones se aíslan clones de
linfocitos T que reaccionan con epítopes cardíacos, 6) es posible
inducir alteraciones tisulares en el corazón y en nervios mediante la
transferencia de linfocitos de animales infectados en animales
singeneicos vírgenes de infección. Sin embargo, las características
del infiltrado inflamatorio en la miocarditis humana, conteniendo una
gran variedad de células, muchas de las cuales no están
comprometidas en el proceso de autorreactividad, como la presencia de
granulomas con células gigantes y abundantes eosinófilos, su
focalidad y asincronismo, y la frecuente asociación con pericarditis,
crean dudas acerca de la posibilidad que la autoinmunidad sea por sí
misma responsable de la perpetuación de la miocarditis. Estas dudas
se ven reforzadas por la demostración reciente que en pacientes
asintomáticos el tratamiento con drogas tripanocidas previene el
desarrollo de cardiopatía y que componentes del parásito, sean
antígenos o fragmentos del mismo, siguen presentes en el sitio de las
lesiones inflamatorias. Bajo estas nuevas evidencias se deberían
postular otros mecanismos patogénicos alternativos para explicar la
aparición de una miocarditis polimorfa y prolongada en el tiempo, que
necesita para desarrollarse de la presencia de pequeños fragmentos
del parásito. De esta manera, una nueva explicación patogénica
debería conciliar la información inmunológica disponible en la
actualidad y vincularla con la relación entre la presencia de
pequeñas trazas de parásito, por debajo de la posibilidad de
detección microscópica, y la formación del extenso infiltrado
inflamatorio. Un conocimiento preciso de las bases moleculares de este
proceso, en especial en lo que respecta a los mecanismos de
amplificación, representan interesantes áreas de investigación para
el futuro próximo.
Abstract
Pathogenesis
of human chronic chagasic myocarditis. Studies carried out during the
last decades provided evidence in support of an autoimmune
pathogenesis for chronic chagasic myocarditis. This opinion was based
on 1) the demonstration of molecular mimicry between parasite and host
antigens, 2) the appearance of autoantibodies recognizing heart
epitopes during the chronic phase of infection, 3) the induction of
myocarditis and electrocardiographic alterations in animals immunized
with whole parasites, parasite fragments or with biochemically-defined
antigens, 4) the isolation from the heart of inflammatory infiltrates
of B cells elaborating antibodies against myocardial antigens and 5)
or of T cell clones reacting with heart epitopes and 6) induction of
heart and nervous tissue alterations by transfer of lymphocytes from
infected animals into naive syngeneic hosts. However, the
characteristics of the inflammatory infiltrate in human myocarditis,
displaying a wide variety of cells, many of them not involved in
autoreactivity, such as the presence of giant cell granulomas and
abundant eosinophils, as well as its focality and asynchrony, and the
frequent association with pericarditis, casts doubts about the
possibility of autoimmunity being responsible for the perpetuation of
the myocarditis. This is supported by the recent observation that
treatment of asymptomatic patients with trypanocidal drugs prevents
the development of cardiopathy and that parasite components, either
antigens or genomic fragments, are present at the site of the
inflammatory lesions. On the basis of this new evidence, other
alternative pathogenetic mechanisms should be sought to explain the
appearance of a polymorphic long-lasting myocarditis that needs the
presence of tiny fragments of parasites to develop. In addition to the
well known immunological pathogenesis, the link between such a small
amount of parasite components, below the level of microscopic
detection, and the induction of such an extensive inflammatory
infiltrate, represents interesting avenues for research in the near
future.
Dirección postal: Dr. Rubén P. Laguens. División
Patología, Fundación Favaloro, Belgrano 1746, 1093 Buenos Aires,
Argentina. Fax: (54-11) 4381-1001 E-mail: laguens@netverk.com.ar
La cardiomiopatía chagásica crónica humana es una miocarditis de
evolución lenta y progresiva que conduce a la dilatación
ventricular, alteraciones de la conducción eléctrica y arritmias
ventriculares complejas. En 1911, Carlos Chagas1 diferenció entre la
infección aguda (con o sin meningoencefalitis) y la fase crónica,
donde ubicó a la forma cardíaca, describiendo numerosos casos con
alteraciones del ritmo cardíaco, bradicardia y bloqueo cardíaco así
como una frecuente presentación de insuficiencia cardíaca. Planteó
como sustrato histopa-tológico de las formas arrítmicas de los
adultos a la miocarditis crónica. Gaspar Vianna2 inició los estudios
anatomopatológicos de esta nueva entidad, encontrando formas de
amastigotes dentro de las células musculares y, en el tejido
intersticial, una intensa reacción inflamatoria acompañada de
pericarditis, observando zonas con infiltrado inflamatorio pero sin
presencia de parásitos y fibras parasitadas sin reacción
inflamatoria pericelular.
La ausencia de parásitos en los lugares de máxima intensidad de las
lesiones y, por el contrario, la presencia de nidos de amastigotes en
los lugares libres de lesión condujo a la postulación de mecanismos
indirectos, independientes del parásito, como responsables de la
producción del daño cardíaco3. Entre los diferentes mecanismos
patogénicos posibles, aquellos de base inmunológica fueron
considerados como los más probables, lo que motivó un elevado
número de inves-tigaciones durante las últimas cuatro décadas.
La evidencia acumulada durante ese tiempo permitió establecer que:
1) existe mimetismo molecular entre antígenos del parásito y
antígenos cardíacos4-6;
2) es posible producir lesiones inflamatorias en el corazón o
trastornos electrocardiográficos por medio de la inmunización con
parásitos, con fracciones subcelu-lares del mismo o con antígenos
recombinantes parasitarios7-9;
3) la transferencia pasiva de linfocitos provenientes de animales
infectados en huéspedes singeneicos, ya sea empleando células
aisladas de ganglios linfáticos y bazo o linfocitos cultivados,
produce lesiones inflama-torias cardíacas y neurológicas10, 11;
4) en la infección crónica con el T. cruzi aparecen en la
circulación anticuerpos que reconocen epítopes autólogos12-16;
5) los linfocitos B aislados de corazones murinos con miocarditis
chagásica experimental producen anticuerpos anti antígenos
cardíacos17;
6) clones de linfocitos T aislados de biopsias humanas muestran
reactividad con antígenos cardíacos18-20.
Estas observaciones llevaron a la opinión generalizada que la
miocardiopatía chagásica es una miocarditis autoinmune
postinfecciosa, a semejanza con lo que fue postulado para la
miocarditis viral producida por enterovirus. En este caso la
infección primaria y la destrucción del tejido, junto con la
posibilidad de mimetismo molecular entre el parásito y los tejidos de
mamífero y de una activación policlonal en las fases tempranas de la
infección21 con persistencia de clones autorreactivos, llevarían en
algunos individuos a la aparición de una autorreactividad
antimiocardio que perpetuaría los mecanismos de daño cardíaco,
independientemente de la persistencia del agente etiológico.
Esta interpretación patogénica tiene importancia no sólo desde un
punto de vista especulativo, sino que tiene consecuencias prácticas,
como por ejemplo la contrain-dicación del uso de drogas tripanocidas
durante la fase crónica de la infección, dado que el empleo de las
mismas sería inútil una vez que se desencadenaron los meca-nismos de
autorreactividad.
Sin embargo, en la situación humana existen algunas observaciones que
provocan dudas acerca de una interpretación patogénica autorreactiva
como mecanismo único para explicar las lesiones cardíacas.
La fase aguda en el hombre muestra un período de parasitemia patente
y está clínicamente caracterizada por la aparición ocasional de
signos de puerta de entrada del parásito, fiebre, edemas,
adenomegalias y miocar-ditis. En la mayoría de los casos es una fase
aguda «inaparente» con leve sintomatología; los síntomas clínicos
retrogradan espontáneamente con una aparente recuperación completa.
Esta fase aguda, de corta duración, es seguida por una fase latente o
indeterminada donde el paciente recuperado de la fase aguda queda
infectado de por vida y permanece asintomático.
El desarrollo de una miocardiopatía, en los individuos infectados por
el T. cruzi en forma crónica es usualmente impredecible. La mayoría
(70-80%) permanece asinto-mático por largo tiempo o aun toda la vida.
El resto (20-30%) desarrolla, hasta 30 años después de la fase
aguda, una miocardiopatía de variable severidad22. En estudios
epidemiológicos longitudinales se observó que el pasaje de la forma
indeterminada a la enfermedad cardíaca ocurre con una frecuencia de
cerca de 3% por año23.
La miocardiopatía chagásica crónica es un prolongado proceso de
miocarditis crónica, progresiva y fibrosante24, ubicándose en un
extremo el paciente infectado con T. cruzi asintomático, con
electrocardiograma y silueta cardíaca normal y en el otro el paciente
sintomático con electrocardiograma anormal, cardiome-galia e
insuficiencia cardíaca25. El estudio anatomopa-tológico de corazones
con miocarditis chagásica crónica muestra como característica
constante el polimorfismo de los infiltrados inflamatorios, en los que
coexisten diferentes células, tales como linfocitos B y T, células
plasmáticas, macrófagos, eosinófilos y mastocitos e inclusive es
posible observar la aparición de granulomas formados por células
gigantes y epitelioides coexistentes con infiltrados polimorfos. Este
polimorfismo se manifiesta también en el asincronismo de las lesiones
y en la focalidad de las mismas26.
A manera de ejemplo se describe brevemente en el párrafo siguiente un
caso típico de lesiones chagásicas en el estudio anatomopatológico
de un aneurisma cardíaco y del miocardio y pericardio adyacentes en
una paciente chagásica de 36 años de edad con una evolución
clínica de 10 años, en los que presentó severos episodios de
arritmia y muerte súbita que impusieron la necesidad de la resección
quirúrgica del foco arritmo-génico. En este estudio se analizó el
fenotipo de las células inflamatorias por medio de anticuerpos
monoclo-nales específicos y técnicas de biotina-estreptavidina. El
aneurisma apical resecado medía 8 cm de diámetro y presentaba una
zona de mayor adelgazamiento parietal de 1 mm de espesor. En las
secciones histológicas examinadas se encontró en la zona de mayor
adelgazamiento un reemplazo fibroso de la totalidad del espesor
miocárdico y persistencia de un infiltrado mononuclear. En los cortes
histológicos del miocardio adyacente a la pared aneurismática se
evidenció pericarditis intensa a predominio mononuclear, áreas de
miocarditis difusa severa con infiltrado linfohistiocitario y
numerosos eosinófilos en los sectores con necrosis miocítica. En el
subepicardio se observaron dos nidos de amastigotes en el citoplasma
de macrófagos (Fig. 1), en la cercanía de áreas de epicarditis y
miocarditis intensas, con infiltrado inflamatorio polimórfico y
formación de folículos linfoides con predominio de células B CD20+,
plasmáticas y TCD4+. Los mismos tipos celulares fueron observados en
el epicardio y en la pared aneurismática fibrótica adelgazada.
En las áreas de miocarditis difusa el infiltrado inflamatorio estaba
compuesto predominantemente por células T (principalmente CD8+),
macrófagos y células B CD20+, con eosinófilos. Además se observó
la presen-cia de granulomas constituidos por células gigantes
multinucleadas y macrófagos (Fig. 2), coincidentes con las zonas de
mayor daño miocárdico. La tinción de la microvasculatura con un
anticuerpo específico para células endoteliales (CD34) reveló una
depleción de capilares en las zonas de miocarditis severa, en
comparación con el área fibrótica de mayor adelgaza-miento
aneurismático.
En la Tabla 1 se sintetizan los diferentes fenotipos celulares
encontrados en el infiltrado inflamatorio, la cuantificación de
capilares y fibrosis y su ubicación topográfica en la pared
ventricular y en el aneurisma.
De esta breve descripción se desprende que en un fragmento de
corazón de un mismo paciente se observaron parásitos, folículos
linfáticos, granulomas con células gigantes, células plasmáticas,
linfocitos B, CD8+ y CD4+, eosinófilos y macrófagos, con una
tendencia a una distribución zonal, con predominio de células B y
plasmáticas en el epicardio y células T en el miocardio.
Este extremo polimorfismo de la inflamación, con células de
diferente estirpe, hace difícil pensar que el desarrollo de una
autorreactividad sea el mayor responsable del desencadenamiento de la
miocarditis.
La evidencia anatomopatológica y las observaciones realizadas durante
los últimos años acerca de la eficacia del tratamiento tripanocida
en pacientes infectados crónicos durante la fase asintomática
indeterminada de la enfermedad de Chagas que previene el desarrollo de
la miocardiopatía, plantearon la posibilidad que la persistencia del
parásito puede ser determinante para el desarrollo de las lesiones
cardíacas27, 28.
Esta consideración se vio apoyada por la demostra-ción que, si bien
la presencia de parásitos visibles microscópicamente es excepcional
a nivel de las lesiones inflamatorias, el empleo de técnicas de mayor
sensibili-dad, inmunohistoquímica con anticuerpos específicos29 y en
especial la reacción en cadena de la polimerasa (PCR), permite
demostrar que existen elementos parasitarios, antígenos o fragmentos
de genoma, coin-cidentes con las lesiones inflamatorias30-32. Por el
contrario, esos componentes parasitarios están ausentes en las áreas
cardíacas indemnes o en aquellas en las que existe fibrosis con
ausencia de actividad inflamatoria.
Estas observaciones, destacando la presencia de componentes
parasitarios en las lesiones y la prevención de las mismas por medio
del tratamiento de los pacientes asintomáticos, destaca de alguna
manera el papel que puede desempeñar el T. cruzi en la producción de
la miocarditis e introduce dudas acerca de que la autorreactividad
pueda ser un mecanismo operativo patogénico.
Por otra parte, debe ser tenido en cuenta que además de la posible
patogenia autoinmune, se han planteado otros mecanismos alternativos
de daño, tales como la posibilidad que la denervación cardíaca que
acompaña a la infección crónica con el T. cruzi sea determinante en
la aparición de la cardiopatía, en especial para el desarrollo de
los característicos aneurismas apicales33, o que el daño del lecho
microvascular sea causante de una necrosis isquémica por
descapilarización, y que la respuesta inflamatoria sea secundaria a
la muerte de los miocitos34-37.
¿Cuál sería nuestra interpretación hoy si la miocar-diopatía
chagásica hubiera sido descripta en 1997, dos años atrás, y con las
técnicas disponibles en la actualidad hubiéramos descubierto que es
una miocarditis crónica asociada con la infección con un
protozoario, rara vez hallado en la circulación y excepcionalmente en
los tejidos en forma microscópica, pero que huellas del mismo de
difícil detección, como antígenos o fragmentos de genoma, están
siempre presentes en las lesiones infla-matorias? Si bien es posible
que numerosos investigadores exploraran la participación de
mecanismos inmunes, no de autorreactividad, en la producción del
daño, en esta era del análisis de los mecanismos moleculares por
medio de los cuales se establecen las comunicaciones celulares, tales
como moléculas de adhesión y reconocimiento, cito y quemokinas,
receptores y mecanismos de transcripción nuclear, es probable que los
mismos recibieran más atención que los de patogenia inmunológica.
Sobre la base de los hallazgos recientes en patología humana, una
interpretación patogénica integradora del desarrollo de la
miocarditis crónica chagásica debería explicar por qué es
necesaria la presencia de pequeños fragmentos del parásito para la
producción de lesiones, definir desde el punto de vista molecular los
componentes parasitarios que inducen in situ las lesiones, cuáles son
los mecanismos del fenómeno inflamatorio, tanto a nivel celular como
molecular, en especial definiendo las citoquinas y las moléculas de
adhesión que participan del mismo y los mecanismos que actúan para
amplificar las lesiones, tanto inmunológicos como no inmunológicos.
En nuestro conocimiento la información disponible es fragmentaria,
por lo que no es posible elaborar un cuadro completo que incluya todas
estas variables.
¿Cuál sería el papel que le queda a la información acumulada
durante cuatro décadas acerca de la inmunopatología de la
miocardiopatía chagásica dentro de ese esquema? Es probable que a la
luz de la infor-mación actual la posibilidad de una patogenia
autoinmune tenga menor relevancia, lo que no implica descartar la
actuación de mecanismos inmunopatológicos en la producción del
daño. Determinar la manera como se relaciona una infección
persistente pero de muy poca dimensión con lesiones cardíacas de
gran magnitud representa la incógnita más próxima para develar. Ese
conocimiento no sólo será de utilidad para comprender mejor qué
ocurre en la miocardiopatía chagásica, sino que podrá ser extendido
a otras enfermedades cardíacas cuya patogenia todavía queda por
develar, tales como la miocardiopatía dilatada idiopática.
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Fig. 1.– Pseudoquiste de T. cruzi (flecha) en el subepicardio del
área de mayor adelgazamiento de la pared aneuris-mática, rodeado por
células inflamatorias mononucleares (Tricrómico de Masson X400).
Fig. 2.– Infiltrado inflamatorio granulomatoso con presencia de
numerosos macrófagos y una célula gigante multinucleada.
(Hematoxilina eosina X400).
TABLA 1.– Caracterización inmunofenotípica del infiltrado
inflamatorio y cuantificación de la fibrosis y áreas vasculares
zona aneurismática con presencia de T. cruzi zona de miocarditis
granulomatosa
epicardio miocardio subendocardio epicardio miocardio subendocardio
Campos de 1000X (n) 10 10 10 10 10 10
media media
CD45R (ACL) 112.4 21.9 3.9 74.8 124.0 64.8
CD20 (células B) 58.0 7.5 0.6 29.7 26.8 5.4
NCL-PC (células plasmáticas) 3.7 1.3 0.0 0.8 5.1 2.6
CD45RO (células T) 34.5 7.6 0.5 24.8 39.3 26.2
CD4 (células T supresoras) 21.6 5.3 0.1 10.1 6.8 14.8
CD8 (células T citotóxicas) 10.5 1.2 0.2 11.2 30.8 9.7
CD68 (macrófagos) 15.5 3.7 2.5 12.8 36.8 19.8
CD57 (células natural killer) 0.4 0.1 0.0 0.2 0.8 0.6
Mastocitos 2.5 1.1 0.3 1.3 1.4 0.7
Eosinófilos 0.0 0.0 0.1 0.0 1.2 2.7
subepicardio miocardio endocardio subepicardio miocardio endocardio
Campos de 400X (n) 10 10 10 10 10 10
media media
CD34 (%) 5.5 4.0 2.8 7.6 0.7 3.5
Fibrosis (%) 80.1 73.3 67.6 84.9 41.6 86.5
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